P. Carlos Cardó SJ
El Ángelus, óleo sobre lienzo de Jean Francois Millet (1857 – 1859), Museo De Orsay, París, Francia |
Jesús dijo a sus discípulos: «Tengan cuidado de no practicar su justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos: de lo contrario, no recibirán ninguna recompensa del Padre que está en el cielo. Por lo tanto, cuando des limosna, no lo vayas pregonando delante de ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y en las calles, para ser honrados por los hombres. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Cuando tú des limosna, que tu mano izquierda ignore lo que hace la derecha, para que tu limosna quede en secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes oren, no hagan como los hipócritas: a ellos les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las calles, para ser vistos. Les aseguro que ellos ya tienen su recompensa. Tú, en cambio, cuando ores, retírate a tu habitación, cierra la puerta y ora a tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará. Cuando ustedes ayunen, no pongan cara triste, como hacen los hipócritas, que desfiguran su rostro para que se note que ayunan. Les aseguro que con eso, ya han recibido su recompensa. Tú, en cambio, cuando ayunes, perfuma tu cabeza y lava tu rostro, para que tu ayuno no sea conocido por los hombres, sino por tu Padre que está en lo secreto; y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará».
Si algo debe ser auténtico y sincero, sin nada de hipocresía ni de dobles intereses, es la práctica de la fe. Para inculcar este principio fundamental, Jesús habla de la limosna, la oración y el ayuno, que son como los tres pilares de la religión. Definen las relaciones con los otros (limosna), con Dios (oración) y con las cosas (ayuno). El modo como se viven, define una existencia de hermanos que ven unos por otros o se desentienden de la necesidad de su prójimo, que buscan honrar a Dios con sus actos religiosos o que los demás los alaben, que son libres para usar o dejar las cosas cuanto convenga, o se esclavizan a ellas.
Lo que se dice
de la limosna se repetirá para la oración y el ayuno: las prácticas religiosas
han de ser en secreto, no para ser visto y recibir gloria vana de los hombres. Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu
derecha.
Limosna: El dar al necesitado no es una buena acción que está por encima o va más allá de lo obligatorio (supererogación), sino una obligación de justicia. Somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos, la suerte de mi hermano me tiene que afectar. No podemos amar a Dios si no amamos a quien vemos (1Jn 4, 20). El Hijo nos reconocerá o no si lo atendemos o no en el hermano que pasa necesidad. La solidaridad con los pobres –sean marginados, desocupados, sin techo, enfermos o ancianos– es expresión de la justicia social distributiva, mediante la cual se da cumplimiento a la destinación social que tienen los bienes de este mundo para que sirvan al sostenimiento de todos. La solidaridad impulsa a buscar el bien de todas las personas, por el hecho mismo de que todos son iguales en dignidad, gracias a la realidad de la filiación divina. Sin ello, no hay fraternidad. El Antiguo Testamento está lleno de las bendiciones y recompensas que acompañan a la limosna: Quien da al pobre le hace un préstamo a Dios (Pr 19,17). El que da al pobre nunca sufrirá necesidad, pero el que cierra sus ojos tendrá muchas maldiciones (Pr 28,27).
La oración. La vida espiritual se expresa y alimenta por medio de la oración. Ese tiempo “perdido” que detiene las actividades y corta con el bullicio cotidiano es un reconocimiento de que el Señor es el dueño, el centro de todo, y el que realiza lo que debemos hacer por encima de cuanto podemos. No somos asalariados sino amigos, y debemos aprender a combinar trabajo y descanso. No todo se ha de guiar por criterios de eficacia y productividad, hay que aprender el sentido de lo gratuito. Concretamente, debemos aprender a estar con el Señor, como un amigo con su amigo, o un hijo con su padre. Y para que este diálogo sea verdadero, el Señor nos alienta a presentarnos ante él tal como somos. No es un encuentro verdadero el que se hace para ser vistos por los demás; no podemos ir a la oración para parecer buenos ante la gente o ante Dios, ni siquiera ante mí mismo; ni puedo orar para sentir que cumplo con lo que está mandado. Nada de esto tiene sentido en la amistad y el amor.
El ayuno en la
tradición espiritual judía estaba asociado al estudio de la Torá (Dt 8), porque
agudiza el ingenio y hace ver que no sólo de pan vive el hombre. Aparte del
ayuno obligatorio en el día de expiación (Yom Kippur), los judíos practicaban
ayunos privados por devoción. Daban fama de persona piadosa. A Jesús le
preguntan: por qué tus discípulos no ayunan (9,14). Jesús les contesta que su venida inaugura la fiesta
anunciada por los profetas (Is 61, 1-3) y no tiene sentido entristecerse. El
perdón no depende del ayuno penitencial y expiatorio, sino de la adhesión
personal a Dios y de la nueva actitud que uno asume frente a los demás por
sentirse acogido por él. Si su motivación brota del corazón, el ayuno se
convierte en lo que Dios quiere que sea: El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes
las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los
oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el
hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo
y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como
aurora… y te seguirá la gloria del Señor” (Is 58, 6-8).
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