P. Carlos Cardo SJ
En aquel tiempo, Jesús fue conducido por el Espíritu al desierto, para ser tentado por el demonio. Pasó cuarenta días y cuarenta noches sin comer y, al final, tuvo hambre. Entonces se le acercó el tentador y le dijo: "Si tú eres el Hijo de Dios, manda que estas piedras se conviertan en panes".
Jesús le respondió: "Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino también de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Entonces el diablo lo llevó a la ciudad santa, lo puso en la parte más alta del templo y le dijo: "Si eres el Hijo de Dios, échate para abajo, porque está escrito: Mandará a sus ángeles que te cuiden y ellos te tomarán en sus manos, para que no tropiece tu pie en piedra alguna".
Jesús le contestó: "También está escrito: No tentarás al Señor, tu Dios".
Luego lo llevó el diablo a un monte muy alto y desde ahí le hizo ver la grandeza de todos los reinos del mundo y le dijo: "Te daré todo esto, si te postras y me adoras".
Pero Jesús le replicó: "Retírate, Satanás, porque está escrito: Adorarás al Señor, tu Dios, y a él sólo servirás".
Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles para servirle.
En el primer domingo de Cuaresma, la liturgia pone ante nuestros
ojos la imagen de Jesús enfrentando como nosotros a las atracciones del mal. Jesús
fue tentado realmente, no aparentemente tentado como afirmaron algunos
herejes. Quiso someterse a la tentación para estar cerca de los que son
tentados y para que nada de la existencia humana quedara sin ser asumido por Él,
verdadero Dios y verdadero hombre.
Aun cuando su conciencia humana estuvo iluminada y sostenida en
cada momento por la acción del Espíritu divino –que le hacía vivir por completo
unido a Dios como su Padre–, Jesús tuvo que resolver la disyuntiva de optar por
el poder y el éxito según el mundo o por el camino de cruz que su Padre, le
ofrecía para realizar la salvación de sus hermanos; y esta disyuntiva significó
para Él una lucha interior que le llevaría al final a clamar: Padre …, aparta de mi este cáliz; pero no se
haga mi voluntad sino la tuya. Esta es la tentación que acompañó a Jesús hasta
la cruz. Las tentaciones en el desierto describen los componentes de esa
tentación constante que tuvo que enfrentar.
Dice el texto que el espíritu condujo a Jesús al desierto para
que el diablo lo tentara. Pasar por el desierto equivale a pasar una
prueba, vivir una crisis. Desierto, tentaciones y pruebas forman parte de la vida.
No son catástrofes; son situaciones en las que se ponen de manifiesto las
propias vulnerabilidades, pero también lo mejor de cada uno. Enfrentadas y
sostenidas en la fe, las crisis y tentaciones pueden ser fuente de nuevas
posibilidades; por ellas se consolida nuestra identidad y personalidad, aunque siempre
implican un riesgo y pueden producir algún desgaste.
Para seguir a Jesús necesariamente hay que pasar por la tentación
y la prueba que purifica el corazón de todo apego a la posesión, al éxito, a
los placeres o a cualquier otra realidad terrena que lleva a olvidar los
valores del evangelio. Seguir a Jesús es vivir un proceso de liberación
interior de nuestras contradicciones e inconsecuencias.
Jesús ayunó cuarenta días y cuarenta noches. El número simbólico evoca
los cuarenta años que pasó Israel en el desierto. Es como decir: un largo
período. Lo importante es que, con Jesús, nuevo Moisés, se da el éxodo a la
verdadera y plena libertad.
Después de haber ayunado, tuvo hambre;
y ahí fue cuando el diablo lo tentó. La tentación siempre se engancha al
hambre, a la necesidad, cualquiera que sea. Por eso, las tentaciones tienen siempre
apariencia de bien. En el caso de Jesús, del tentador le dice: ¡Si
eres el Hijo de Dios! Es como decirle: ¿Acaso no es bueno que te
manifiestes como Dios de tal manera que nadie pueda dudar de ti? Los peores
males se han cometido en aras de las mejores causas. Hasta en nombre de Dios y
de la religión, se han cometido y se cometen atrocidades.
1ª
tentación: Si eres el Hijo de Dios, manda
que estas piedras se conviertan en panes. La tentación consiste en hacer de la obra salvadora un proyecto
económico para beneficio propio. Es como si el tentador dijera: “pon todo en
función de tu ganancia personal y verán que eres Dios”. El pan y el dinero con
que se adquiere se convierten en lo que más vale en la vida. Nos ocurre a nosotros
cuando ponemos lo económico, dinero y bienes materiales, como el principio
absoluto en la organización de nuestra vida personal, familiar o social.
De la absolutización del bienestar material surgen las luchas y
discordias, las injusticias y opresiones. Fácilmente olvidamos que los bienes
materiales no son un fin sino un medio, que tienen una finalidad a la que deben
orientarse y que, finalmente, se acaban. El
amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han
apartado de la fe y se han ocasionado a sí mismos muchos males (1 Tim
6,10).
El hombre, pues, pretende autodeterminarse con lo que gana, aunque
sea sin tener en cuenta a los demás y a Dios. En el caso de Jesús: la tentación
consiste en usar los medios mesiánicos para el servicio de sí mismo.
2ª
tentación: Tírate abajo, porque está
escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te lleven en brazos… Es
la tentación central: hacer que Dios haga lo que a mí me plazca, en vez de hacer
su voluntad. Querer que Dios nos escuche, en vez de escucharlo. Buscar un Dios
a nuestro servicio. En el caso de Jesús la tentación fue establecer una
relación interesada con Dios para que le ayude a someter al mundo con medios
espectaculares, que seduzcan en vez de convencer, que dominen en vez de
suscitar una respuesta amorosa y libre y, encima, teniendo a Dios como aliado.
3ª
tentación: Todo esto te daré si te
postras y me adoras. Es
la tentación del poder. Dominar con el poder. Ante esta tentación, Jesús
reacciona de inmediato, no entra en diálogo con el tentador. ¡Apártate de mi Satanás! Lo mismo le
dirá a Pedro, cuando éste intente desviarlo de su camino de cruz: Apártate de mí Satanás (ponte detrás,
Tentador), que me pones obstáculo. Tú no piensas como Dios, sino como los
hombres (Mt 16,23). Jesús, en cambio, nos revelará en qué consiste la verdadera
libertad: en poner la vida al servicio de todos, sin dominar a nadie, para que
nadie viva oprimido o dominado.
Que el Espíritu del Señor nos guíe en nuestro camino cuaresmal y
aprendamos a salir victoriosos de nuestras tentaciones, sabiendo discernir en
cada circunstancia cuál es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12,2). Que nuestras
prácticas penitenciales, concretamente el ayuno, nos recuerden que la vida es
un don, no proviene del alimento sino de Dios creador. Así reconoceremos
agradecidos que Dios es vida y que nuestro pan de cada día es un don que Él nos
hace.
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