miércoles, 28 de septiembre de 2022

Las exigencias del seguimiento de Jesús (Lc 9, 57-62)

 P. Carlos Cardó SJ

Ven conmigo, óleo sobre lienzo de Greg Olsen, siglo XX. 

En aquel tiempo, mientras iban de camino Jesús y sus discípulos, alguien le dijo: "Te seguiré a dondequiera que vayas".
Jesús le respondió: "Las zorras tienen madrigueras y los pájaros, nidos; pero el Hijo del hombre no tiene en dónde reclinar la cabeza".

A otro, Jesús le dijo: "Sígueme". Pero él le respondió: "Señor, déjame ir primero a enterrar a mi padre". Jesús le replicó: "Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve y anuncia el Reino de Dios".
Otro le dijo: "Te seguiré, Señor; pero déjame primero despedirme de mi familia".
 Jesús le contestó: "El que empuña el arado y mira hacia atrás, no sirve para el Reino de Dios".

Estos versículos de Lucas nos confrontan con el seguimiento radical de Jesús. Se trata de tres breves y cortantes escenas de seguimiento, que presentan las exigencias radicales que Jesús impone: el discípulo tiene que estar preparado para desligarse de todo apoyo establecido y entregarse de modo incondicional y por completo a la causa del evangelio.

· En la primera escena, un hombre, cuyo nombre no se menciona, se presenta ante Jesús y le dice: Yo te seguiré. Pero el seguimiento del Señor no es una pretensión humana, no depende sólo de una iniciativa humana. Es Dios quien llama y quien da su gracia, que capacita para poder asumir las exigencias que implica. Jesús opone el deseo a la realidad, la ilusión a la previsión. Y luego expone la otra exigencia de su seguimiento que tiene que ver con aquello en lo que el hombre suele oponer su seguridad. Jesús exige que su patria y protección no sean otros que el Padre y los hermanos, los dos valores fundamentales del Reino. De la misma manera que el Hijo del Hombre sólo encuentra reposo y hogar en el Padre de los cielos, no en los bienes de este mundo, así su  seguidor está llamado a adoptar el mismo comportamiento de su Señor. El hombre pone su seguridad en los bienes materiales, necesarios para la vida. El que sigue a Jesús, en cambio, pone toda su seguridad en Dios.

· En la segunda situación, la persona, antes de seguir a Jesús, quiere hacer otra cosa; una cosa muy buena, por cierto. Olvida que el Señor ha de ser el primero, si no, no es Señor. Y por eso, la  exigencia de Jesús es tan grande: desliga al discípulo de cualquier otra obligación, por sagrada que sea. No le permite contraer otro compromiso que esté por encima de su persona. Sepultar a los muertos es una acción piadosa, es deber filial  claramente expuesto en la ley (Dt 20,12; Lev 19,3), pero no es “lo primero”. Como no fue lo primero para Abraham su amor a su hijo Isaac, y por ello se mostró disponible a sacrificárselo al Señor. Todo afecto, por sublime que sea, deriva del afecto a Dios y a Él tiene que ordenarse. Jesús antepuso su amor a María y a José –que angustiados lo buscaban–, a la necesidad que sentía de ocuparse de las cosas de su Padre (Lc 2,48s). Así mismo, en el plano humano, si no abandonas a tus padres no te haces adulto, no te casas. Si no abandonas todo afecto prioritario respecto a Dios y no ordenado a Él, no eres libre, equivocas el sentido de tu vida. Vives en función de otros valores, que son tus prioridades y que pueden convertirse en tus ídolos y esclavizarte.

Por eso, en el texto que comentamos, la entrega a Cristo es tan incondicional que, frente a ella, hasta el deber de enterrar al mismo padre cede su prioridad. Con este dicho Jesús se sitúa de forma soberana y con entera libertad por encima de todo lo que era venerado como precepto divino. Se coloca en el mismo plano de Dios.

Deja a los muertos que entierren a sus muertos, significa, entonces, que nada, excepto lo referente a Dios, se puede absolutizar. No puede ponerse a la criatura antes que el Creador. Esto ocurre cuando queremos hacer nuestra voluntad y no la de Dios, cuando queremos que Dios haga lo que queremos, cuando queremos el fin –que es seguir a Jesús y los valores del evangelio– pero no ponemos los medios necesarios porque tenemos otras prioridades.

· En la tercera situación, se repiten y condensan en cierto modo las actitudes anteriores. Al discípulo se le pide que valore en su justa medida de quién debe separarse, y que sepa a quién tiene que dirigirse sin dilación. La llamada del Señor exige prontitud, lleva consigo adoptar una disponibilidad sin restricción alguna, que muchas veces puede significar abandono de la propia seguridad. Se trata aquí ya no sólo de la disponibilidad frente a cosas y afectos, sino también frente a uno mismo, para poner enteramente la propia confianza en Dios. Mirar atrás es mirarse a sí mismo, buscar garantías y seguridades en sí mismo, en lo que soy, en mi pasado, en lo que he conquistado o en lo que represento. De todo ello nos puede liberar el Señor para hacernos ver que la garantía única está en el futuro, en lo que Él –y sólo Él– es capaz de hacer de mí.

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