P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, mirando Jesús a sus discípulos, les dijo: "Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán".
"Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas".
"Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!".
El sermón del monte –según Mateo– o del llano –según Lucas– es
como la carta magna del reino de Dios, promulgada por Jesús; es la síntesis de “buena
noticia” que Él anuncia a los pobres. En el sermón se destacan la Bienaventuranzas,
que proclaman el cumplimiento de las promesas hechas por Dios a Israel y a toda
la humanidad. Contienen los criterios según los cuales Dios juzga y actúa, criterios
opuestos a los del mundo. Junto con las lamentaciones que siguen a continuación
en la versión de Lucas, presentan el contraste que hay entre dos modos de pensar:
el de Dios Padre, y el de quien, sin Padre, se olvida de sus hermanos.
Las bienaventuranzas expresan cómo actúa Dios. Y ese obrar de Dios
en Jesús pasa, por medio de su Espíritu, a ser el fundamento de la Iglesia. Por
eso, en Lucas, las bienaventuranzas van dirigidas a los discípulos: mirando
a los discípulos les decía: Dichosos....
Ellos pueden comprender porque el Espíritu se lo revela. También nosotros, si
nos dejamos transformar en ese mismo Espíritu.
Lo
que afirma Jesús es lo que Él vive. Él las vivió primero y luego las proclamó.
Pobre,
se desprendió de apoyos del mundo y vivió haciendo el bien a los pobres,
enfermos, niños y pecadores. Por eso dirá Pablo: Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, por
ustedes se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8). No tuvo dónde
reclinar la cabeza: su patria y hogar eran el Padre y los hermanos. Permitió
que la necesidad ajena, el dolor, la culpa ajena le afectaran como algo propio.
Compasivo, supo llorar con los que lloraban y, finalmente, se sometió a la
muerte para que, libres de dolor y culpa, tengamos vida. Nos enseñó que hay más felicidad en dar que en recibir
(Hech 20).
La 1ª bienaventuranza y la 1ª lamentación están en presente, las
demás en futuro. La historia presente es definitiva, pero está abierta. En esta
historia nos toca actuar para que las maldiciones de muerte que pesan sobre los
que sufren pobreza, hambre, o exclusión, se conviertan en bienaventuranzas de
vida.
Ellas hacen ver cómo mira Dios: cuáles sus preferencias, dónde manifiesta
más su amor y qué justicia aplica en favor de sus hijos que claman ante Él día
y noche. Su justicia no es como la humana: Él derriba a los poderosos y
enaltece a los humildes, llena de pan a los hambrientos y despide vacíos a los
ricos, como proclama la Virgen en su cántico (Lc 1, 52s).
La justicia humana consiste en “dar a cada uno lo suyo”, y ahí se
queda muchas veces; por eso no siempre genera amor y sirve a veces para
defender lo mío con olvido de los demás que quizá tienen menos que yo, o
tendría que darles de lo mío. El amor supera a la justicia. El amor es “el
camino más excelente” (1Cor 12,31).
Las
bienaventuranzas son reto y promesa. Reto: porque de ninguna manera son felices los que padecen
hambre y viven en la miseria; lo serán, cuando por la actitud que tengamos para
con ellos sientan que el evangelio es una buena noticia. Promesa,
porque si orientamos
nuestra vida de acuerdo con ellas, seremos plenamente felices.
En definitiva, las bienaventuranzas describen los rasgos de la
humanidad nueva que anhelamos y que ya podemos ver realizada en personas y
comunidades que se esfuerzan por ser misericordiosas. Estos hombres y mujeres
son los que contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz.
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