P. Carlos Cardó SJ
Por eso estén despiertos, porque no saben en qué día vendrá su Señor. Fíjense en esto: si un dueño de casa supiera a qué hora de la noche lo va a asaltar un ladrón, seguramente permanecería despierto para impedir el asalto a su casa. Por eso, estén también ustedes preparados, porque el Hijo del Hombre vendrá a la hora que menos esperan.
Imagínense un administrador digno de confianza y capaz. Su señor lo ha puesto al frente de su familia, y es él quien les reparte el alimento a su debido tiempo. Afortunado será este servidor si, al venir su señor, lo encuentra cumpliendo su deber. En verdad les digo: su señor lo pondrá al cuidado de todo lo que tiene. No será así con el servidor malo que piensa: «Mi señor se ha retrasado», y empieza a maltratar a sus compañeros y a comer y a beber con borrachos. El patrón de ese servidor vendrá en el día que no lo espera y a la hora que menos piensa. Le quitará el puesto y lo mandará donde los hipócritas: allí será el llorar y el rechinar de dientes.
Este texto corresponde al llamado discurso escatológico de Jesús.
En él responde a quienes le preguntan “cuándo” será el fin del mundo. Hace ver
que el “cuándo” es siempre, el tiempo de lo cotidiano; es allí donde se realiza
el juicio de Dios. En nuestra existencia de todos los días se decide nuestro
destino futuro en términos de salvación o perdición, de estar con el Señor o
estar lejos de Él. La vida o la muerte dependen de cumplir o no la palabra que
el Señor nos ha dirigido: Mira que pongo
delante de ti la vida y el bien, la muerte y el mal… ¡Elige pues la vida!
(Dt 30 15-20). Al final se recoge lo que se ha sembrado.
Con una comparación y una parábola, el texto nos hace ver en qué
consiste la actitud de vigilancia. La comparación del amo de casa que no sabe
cuándo vendrá el Señor exhorta a poner cuidado para que la muerte no sorprenda.
Con imágenes propias de la cultura de su tiempo, la parábola advierte que en lo
cotidiano nos jugamos nuestra realización definitiva o nuestro fracaso. No en
acontecimientos extraordinarios, sino en los de cada día construimos o echamos
a perder nuestra morada eterna. Por tanto, hay que estar preparados,
vigilantes, en vela.
Esta actitud significa ser consciente de que ante un
acontecimiento futuro imprevisible y de carácter decisivo para el destino de la
persona, no se puede estar dormido, despreocupado o indolente. Discernir las
cosas y vigilar nos sirve para ver a Dios con nosotros en la vida de todos los
días. Quien lo busca y reconoce, con hechos y no sólo con palabras, lo
encuentra.
La parábola describe la actitud que puede asumir un empleado a
quien su jefe pone al frente a todos sus trabajadores para que los provea de lo
que necesitan. Puede cumplir bien el encargo que se le da o puede hacer de las
suyas, aprovechándose de la ausencia de su patrón. Se le ha dado una gran
responsabilidad; de él depende comportarse como es debido o sufrir las consecuencias.
Si cumple, el jefe lo premiará, promoviéndolo a administrador general de todos
sus bienes. Si no cumple, será despedido.
La descripción del castigo –con el rigor que merecen los hipócritas–, hace referencia
probablemente a los fariseos y maestros de la ley, así como a todos los que
dicen una cosa y hacen otra, tienen una apariencia de fidelidad a la ley pero
son y actúan de manera contraria y, finalmente, no escuchan ni cumplen la
voluntad de Dios revelada en Jesucristo.
Por el tono alegórico del relato, el amo de casa podría representar a los dirigentes: son los que el
Señor ha puesto al frente de su casa y son ellos los primeros que han de
cultivar la actitud de vigilancia, obrando con justicia y caridad. Siervos son todos los miembros de la
comunidad cristiana. Se les exhorta a imitar a Jesús, que se hizo siervo de
todos. Ellos reciben la misma responsabilidad de servir la vida de los demás
haciendo oportunamente lo que se debe. Y deben mostrarse fieles y vigilantes
porque, de lo contrario, puede volver el Señor de improviso y quedar ellos en
una situación comprometida.
Texto como éstos, lejos de pretender asustarnos, nos invitan a la
responsabilidad con nosotros mismos. El miedo y el sentimiento psíquico de
culpabilidad no bastan para construir una personalidad consistente, aunque en
determinadas circunstancias pueden cumplir una función orientadora de la
conducta del yo. Lo que debemos ser en todo momento se nos muestra contemplando
a Jesús. Mirarlo a él es ver cómo se puede vivir una vida plena. De hecho, lo
que llamamos juicio de Dios sobre nosotros no es otra cosa que el juicio
práctico que hacemos ahora de Jesús: lo aceptamos como nuestra norma de vida o
lo negamos, lo servimos en los hermanos o pasamos de largo.
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