P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús inclinándose sobre ella ordenó a la fiebre que saliera y se le quitó.
Ella se levantó enseguida y se puso a servirles.
Al atardecer le llevaron enfermos de todo tipo; y él imponiendo las manos sobre a uno, los curaba. De muchos salían demonios que gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Pero él los reprendía.
Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: "También a las demás ciudades debo anunciar la buena noticia de Dios porque para eso me ha enviado". E iba predicando por las sinagogas de Judea.
Es un milagro pequeñito,
quizá el más insignificante, y puede pasar inadvertido. Pero en su sencillez
tiene gran riqueza y los sinópticos lo ponen al comienzo porque sirve de guía
para interpretar los que siguen.
Es otra prueba de la
victoria de Jesús sobre el espíritu del mal; por eso Lucas lo presenta como un exorcismo: Jesús
conmina a la fiebre. La suegra de Pedro tenía mucha fiebre. Jesús
inclinándose sobre ella ordenó a la fiebre que saliera y se le
quitó. La mujer se levantó de inmediato y se puso a servirlos.
La liberación es total: cuerpo y alma.
Jesús libera a la persona
para que pueda actuar con el mismo espíritu que le hace decir a Él: Yo no he
venido para ser servido, sino para servir (Mc 10,45). Por eso el signo de
la curación es el ponerse a servir. Es la reacción inmediata de la mujer, que
se levanta y se pone a servirles, demostrando con su gesto que la curación ha
sido completa e instantánea y que la mueve un profundo y sincero
agradecimiento.
De esta forma, la suegra
de Pedro se convierte en un modelo anticipado de los auténticos discípulos y
discípulas de Jesús y de la actitud característica de la comunidad cristiana,
tal como Jesús lo estableció: Ya saben que los que son tenidos por jefes de
las naciones las dominan y que sus dirigentes las oprimen. No debe ser así
entre ustedes. El que quiera ser importante sea su servidor; y el que quiera
ser primero sea el siervo de todos (Mc 10,45; Mt 20, 18).
Como la
suegra de Pedro, otras mujeres de Galilea se dedicaron a seguir y a servir
generosamente a Jesús durante todo el tiempo que duró su actividad pública (cf.
Lc 8,1-3; 23,49.55), y fueron las que
estuvieron con Él junto a la cruz (Lc 23,
27s.49.55-56), mientras los demás discípulos huyeron. Ellas serán por eso
las primeras testigos de su resurrección y aunque en la cultura hebrea contaban poco, en ellas
se encarna y testimonia el espíritu del Señor, tal como Pablo lo ve: Dios ha
elegido lo que el mundo considera débil para confundir a los fuertes (1Cor
1,27).
La segunda
parte del evangelio de hoy es un sumario de la actividad de Jesús: curaciones,
exorcismos, anuncio de la buena noticia. Lucas lo hace como una descripción de
una típica jornada de Jesús: Al atardecer le llevaron enfermos de todo
tipo; y él imponiendo las manos sobre a uno, los curaba. De muchos salían
demonios que gritaban: Tú eres el Hijo de Dios. Pero el los reprendía.
Sea
cual sea la interpretación que se haga de las curaciones de enfermos y de las
expulsiones de demonios, lo decisivo en estas narraciones es la certeza de fe
que tenían las comunidades cristianas que escribieron los evangelios de que con
Jesús se hizo realidad la promesa anunciada por los profetas, que colma el
anhelo de la humanidad de todos los tiempos: la victoria sobre el mal en todas
sus formas, hasta en sus raíces más misteriosas. La gente lo intuyó y por eso lo
buscaba con impaciencia para traerle a sus parientes enfermos o aquejados
de toda dolencia, aunque incurrieron en la tentación de no verlo más que como un
taumaturgo o un curandero extraordinario.
Por
eso Jesús se negó a representar este papel en Cafarnaúm, así como no pudo hacer
ningún milagro en Nazaret porque no encontró fe (Mc 6, 5; Mt 13, 58). Lo que quiere es cumplir la voluntad de su
Padre y realizar la misión para la que ha sido ungido por el Espíritu de
anunciar la buena noticia del reino de Dios (Lc 4,18.42; Is 61,1; 52,7).
Esa
misión se muestra en las curaciones de enfermos y en la liberación de toda
opresión material y espiritual, pero sólo como anticipo de la salvación plena,
que arrancará definitivamente a la humanidad del poder de la muerte. Esta buena
noticia no puede detenerse, sino que debe llegar al mundo entero. También
a las demás ciudades debo anunciar la buena noticia de Dios porque para eso me
ha enviado. E iba predicando por las
sinagogas de Judea.
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