P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús dijo a los fariseos y doctores de la ley: "¡Ay de ustedes, que les construyen sepulcros a los profetas que los padres de ustedes asesinaron! Con eso dan a entender que están de acuerdo con lo que sus padres hicieron, pues ellos los mataron y ustedes les construyen el sepulcro.
Por eso dijo la sabiduría de Dios: Yo les mandaré profetas y apóstoles, y los matarán y los perseguirán, para que así se le pida cuentas a esta generación de la sangre de todos los profetas que ha sido derramada desde la creación del mundo, desde la sangre de Abel hasta la de Zacarías, que fue asesinado entre el atrio y el altar. Sí, se lo repito: a esta generación se le pedirán cuentas.
¡Ay de ustedes, doctores de la ley, porque han guardado la llave de la puerta del saber! Ustedes no han entrado, ya los que iban a entrar les han cerrado el paso".
Luego que Jesús salió de allí, los escribas y fariseos comenzaron a acosarlo terriblemente con muchas preguntas y a ponerle trampas para ver si podían acusarlo con alguna de sus propias palabras.
Los fariseos (= “separados”) tenían
prestigio en el pueblo, al que querían ganar para una vida apartada del mundo
impuro. En los evangelios aparecen como los principales enemigos de Jesús, pero
se puede suponer que las comunidades que escribieron los
evangelios recargaron las tintas en muchos pasajes para reprobarlos porque, a partir del 70 d.C., fueron los fariseos los que más
encarnizadamente persiguieron a los cristianos.
A menudo aparecen como los interlocutores
críticos más importantes de Jesús, quien a pesar de todo tuvo amigos entre
ellos; algunos lo invitaban a comer (Lc
11, 37; 14, 1) y otros como José de Arimatea y quizá también Nicodemo (Mc 15, 43; Jn 3, 1-15) pasaron a formar
parte del grupo de sus discípulos o de sus simpatizantes. Jesús los tomó en
serio y ellos a Él, porque ambos buscaban en serio la voluntad de Dios. Pero
rechazó la concepción que tenían de la ley mosaica y entraron en conflicto (Mc 7,11-13; Lc 11,42).
La ley era todo para ellos y el respeto que le tenían estaba bien,
pues era el sello de la alianza de Dios con Israel. Pero por asegurar su
cumplimiento cayeron en el legalismo y, sobre todo, en creer que son las
acciones realizadas para cumplirla las que aseguran al hombre la salvación sin
tener muy en cuenta la gracia de Dios, que es la que salva.
Su afán de asegurarse su condición de puros en medio de un mundo
que consideraban impuro, y su deseo de tener alguna garantía de la salvación,
les hizo perder el sentido del discernimiento que permite distinguir lo que
Dios quiere en cada circunstancia –más allá de lo que la ley prescribe–, lo
esencial a la fe y lo secundario, la libertad responsable, el libertinaje y la
sumisión pasiva a lo que está mandado.
Jesús, con su nueva moral del amor, que puede ir más allá de la
ley cuando está de por medio la vida de un ser humano –como en el caso de sus
curaciones de enfermos en sábado– intentó hacerles ver que con la ley uno puede
pervertir su fe, tranquilizar su conciencia, darse la seguridad de sentirse
salvado y creerse superior a los “impuros” y pecadores.
Algunos fariseos formaban parte del Consejo de los Ancianos
(Sanedrín) y muchos eran rabinos. Hubo un rabinismo fariseo muy extendido
dentro del judaísmo en tiempos de Jesús y después de él. Iban tras la gente
buscando adeptos y promoviendo el cumplimiento no sólo de las normas legales
contenidas en la Biblia, sino también las tradiciones que ellos habían creado para
asegurar la “pureza” ritual. Por eso Jesús dirá que dictan leyes que ellos
mismos no son capaces de cumplir. Y pondrá en guardia contra el peligro de
querer convertir su comunidad de discípulos en una secta de puros (separados).
Él ha venido a buscar lo perdido.
Esas inconsecuencias son las que Jesús tiene más en cuenta cuando
se dirige a los expertos en la ley –que suelen seguir las enseñanzas del
rabinismo fariseo– y lo hacen todo para que los alaben. Por eso edifican mausoleos a los profetas, pero
olvidan que fueron sus propios antepasados quienes los asesinaron. Veneran a
los profetas porque ya están muertos, alaban lo que anunciaban, pero se callan
las cosas que denunciaban. Así, en vez de testimoniar la sabiduría de Dios,
mantienen la línea de maldad de sus antepasados, y por eso se les pedirá cuentas de la sangre de todos los profetas.
Una frase de Jesús de especial relevancia es ésta: Ay de ustedes doctores de la ley, que se
han apoderado de la llave del conocimiento… El templo es la “casa del
conocimiento”, donde se aprende la Palabra. Los rabinos fariseos y los doctores
tienen la llave, pero se quedan fuera y defraudan al pueblo sencillo que quiere
conocer. Ellos determinan lo que hay que enseñar y lo que no, lo que el pueblo
debe saber y lo que no. Y, para colmo, no quieren reconocer que transmiten una
idea falsa de un Dios sin misericordia.
Por todo esto, los escribas
y fariseos comenzaron a acosar a
Jesús, pero no cumplirán su mal propósito ahora, sino cuando llegue la
hora. Entonces, en la cruz, brillará la sabiduría que confunde a los sabios (1Cor 1,19) y Jesús cargará sobre sí los
pecados de todos, incluso de los fariseos. Padre,
perdónalos porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).
El fariseísmo no es cosa del pasado, se nos mete bajo apariencia
de bien: convierte el evangelio en ley, en vez de buena noticia de unión entre
los hombres y con Dios. Lleva al rechazo de los otros, a juzgar, a no
comportarse como hermano. El mal puede venir de transgredir la ley, sin duda;
pero también, y más sutilmente, puede venir disfrazado con la máscara de la
observancia legal. Entonces es difícil reconocerlo.
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