P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, algunos hombres fueron a ver a Jesús y le contaron que Pilato había mandado matar a unos galileos, mientras estaban ofreciendo sus sacrificios.
Jesús les hizo este comentario: "¿Piensan ustedes que aquellos galileos, porque les sucedió esto, eran más pecadores que todos los demás galileos? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante. Y aquellos dieciocho que murieron aplastados por la torre de Siloé, ¿piensan acaso que eran más culpables que todos los demás habitantes de Jerusalén? Ciertamente que no; y si ustedes no se convierten, perecerán de manera semejante".
Entonces les dijo esta parábola: "Un hombre tenía una higuera plantada en su viñedo; fue a buscar higos y no los encontró. Dijo entonces al viñador: 'Mira, durante tres años seguidos he venido a buscar higos en esta higuera y no los he encontrado. Córtala. ¿Para qué ocupa la tierra inútilmente?'. El viñador le contestó: 'Señor, déjala todavía este año; voy a aflojar la tierra alrededor y a echarle abono, para ver si da fruto. Si no, el año que viene la cortaré' ".
Dos sucesos ocurridos en
Jerusalén le sirven de ocasión a Jesús para
dar un criterio de interpretación de los males que se producen en el mundo y
del modo como Dios actúa.
El primero es un mal causado
por la maldad humana, concretamente de Poncio Pilato,
que sometió a mano de hierro a los judíos. La forma como mató a un grupo de galileos,
mezclando su sangre con la de los sacrificios que ofrecían, fue una muestra
de su crueldad.
El segundo acontecimiento
es un accidente, que pone de manifiesto la manera violenta e inevitable en que
actúan a veces las leyes de la naturaleza. Fue la muerte trágica de dieciocho
desgraciados que murieron aplastados al caerse la torre de Siloé en Jerusalén.
Ambos
acontecimientos, como todos los males del mundo, interrogan al creyente: ¿por
qué se producen tales cosas? Ante el mal, producto de la libertad humana, o
desencadenado a consecuencias de las leyes naturales, uno palpa la fragilidad
del ser, el riesgo de la existencia. Los males, en definitiva, abren los ojos
del creyente a la acción de Dios que tiene poder para salvarnos, pero cuenta
con nuestra libre colaboración.
Es comprensible que ante los males
del mundo el hombre se pregunte acerca de la bondad de Dios y de su creación.
Pero no siempre tiene que ser así. La fe cristiana no propone explicaciones
consoladoras del mal, sino que impulsa la búsqueda de medios para superarlo y
cambiar el mundo en dirección del reino de Dios. Este fue el camino que escogió
Jesucristo. Él nos enseñó a hacer presente en toda situación dolorosa la fuerza
del amor de Dios que supera todo sufrimiento. Y porque en Jesús se nos
manifestó Dios como amor solidario con el sufrimiento humano, ante la realidad
muchas veces dolorosa de nuestro mundo, no renunciamos a nuestra confianza en Él.
Jesús,
además, rechaza toda interpretación maniquea, que divide a los hombres en
buenos y malos. No es justo ver el pecado en los otros, para justificarnos o
descargar nuestra responsabilidad. Jesús nos propone, en cambio, la actitud
honesta de quien reconoce que el mal actúa en todos y todos somos pecadores
ante Dios. Por eso, antes de echar la culpa a los demás, examinemos nuestra
conciencia.
La
segunda parte del texto trae la parábola de Jesús sobre la higuera que no daba
frutos. Con ella nos advierte que no debemos desaprovechar el tiempo que Dios
nos da, sino que debemos emplearlo para dar los frutos que llevaremos cuando estemos
ante Él.
El
mensaje de la parábola es claro. La viña simbolizaba al pueblo de Israel. En
ella, el árbol de la higuera, ubérrimo en frutos dulces, representaba la ley de
Dios, que debía crecer y fructificar en la viña. Estos simbolismos valen
también para nosotros: nuestro mundo es la viña del Señor y cada uno de nosotros
es higuera destinada a dar fruto. Dios, el viñador, trabaja con nosotros y
espera, lleno de paciencia y misericordia.
El
Dios del perdón, el viñador, le concede un plazo a la higuera para que dé
fruto. Cristo intercede por nosotros para que tengamos una oportunidad y nos
convirtamos a él. Dios tiene paciencia
con ustedes, porque no quiere que nadie se pierda sino que todos se conviertan
(2 Pe 3,9). Así, cuando el creyente reconozca todo el esmero que le dispensa su
Señor también él querrá ser útil para los demás y para el mundo.
La
parábola señala la diferencia que hay entre el comportamiento de Dios y el de los
hombres. La lógica de estos es: no sirve, córtala. La lógica de Dios es: no da
frutos, la cuidaré con mayor esmero. Dios no tala la higuera, es decir, la
persona. La respeta, le da una oportunidad para que cambie, porque la ama.
Un
texto del libro de la Sabiduría describe esta actitud de Dios que ama la vida
por Él creada: Te compadeces de todos
porque todo lo puedes, y pasas por alto los pecados de los hombres para que se
arrepientan. Amas todo cuanto existe y no desprecias nada de lo que hiciste;
porque si algo odiaras, no lo habrías creado. ¿Y cómo podría existir algo que
tú no lo quisieras? ¿Cómo permanecería si tú no lo hubieras creado? Pero tú
eres indulgente con todas tus criaturas, porque todas son tuyas, Señor, amigo
de la vida (Sab 11,23-26).
Jesús
no hizo otra cosa que mostrarnos este rostro de Dios, amigo de la vida, e invitarnos
a comprender que el camino de nuestra salvación consiste en imitar la
generosidad de Dios con nuestro amor y servicio a los demás. En ese amor paciente y bondadoso, que todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo
espera y lo soporta todo (1 Cor 13, 4.7) consiste el camino más excelente.
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