P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, se acercaron a Jesús Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que vamos a pedirte".
Él les dijo: "Qué es lo que desean?".
Le respondieron: "Concede que nos sentemos uno a tu derecha y otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".
Jesús les replicó: "No saben lo que piden. ¿Podrán pasar la prueba que yo voy a pasar y recibir el bautismo con el que yo seré bautizado?".
Le respondieron: "Sí podemos".
Y Jesús les dijo: "Ciertamente pasarán la prueba que yo voy a pasar y recibirán el bautismo con el que yo seré bautizado; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; eso es para quienes está reservado".
Cuando los otros diez apóstoles oyeron esto, se indignaron contra Santiago y Juan.
Jesús los reunió entonces a los Doce y les dijo: "Ya saben que los jefes de las naciones las gobiernan como si fueran sus dueños y los poderosos las oprimen. Pero no debe ser así entre ustedes. Al contrario: el que quiera ser grande entre ustedes, que sea su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea el esclavo de todos, así como el Hijo del hombre, que no ha venido a que lo sirvan, sino a servir y a dar su vida por la redención de todos".
En su camino a Jerusalén, donde va a ser entregado, Jesús instruye
a sus discípulos sobre la fidelidad en el matrimonio y sobre el uso adecuado de
la riqueza. A continuación les habla del poder,
que es quizá la más intensa y ardiente pasión de los seres humanos. Quiere
fortalecerlos para que al verlo caer en manos de los poderosos, no se
desilusionen de Él. Pero los discípulos no entienden y, sin importarles las
enseñanzas de su Maestro, se ponen disputar entre sí sobre los primeros puestos
en el grupo.
El tema del poder acompañó a Jesús a lo largo de su vida. Ya al
comienzo de su actividad pública, el diablo lo tentó, ofreciéndole una forma de
poder sobre las naciones, que significaba un modelo de salvador-mesías opuesto
a los planes de Dios.
Después, pudiendo Jesús ubicarse en las esferas del poder, optó
por mantenerse alejado de los poderosos, que defraudaban la confianza de la
gente, oprimían a los débiles, transmitían falsas imágenes de Dios y se
enriquecían con la religión. Sus mismos discípulos pretendieron disuadirlo del
tipo de mesías con el que se identificaba, algunos esperaban que empleara la violencia para instaurar el
reino de Dios, y todos se oponían a su idea de ir a Jerusalén, adonde podía
acabar mal.
Pero Jesús no dio marcha atrás y los
exhortó más bien a buscar la verdadera grandeza que se obtiene en el servicio: el que quiera ser el primero, ha de ser el
último y el servidor de los demás, les dijo (9,35).
Al igual que Pedro, los discípulos no pensaban como Dios, sino
como los hombres. Obraban en ellos las motivaciones de búsqueda de poder, honor
y dominio. Santiago y Juan, poniendo de manifiesto lo que todos los del grupo
sienten, hacen ver que no quieren ir detrás como correspondía al discípulo que
seguía a su Maestro, sino delante de todos, en los puestos de mayor importancia.
Jesús tiene que explicarles en qué consiste la verdadera grandeza
a la que deben de aspirar. ¿Pueden beber
el cáliz de amargura que yo voy a beber o pasar por el bautismo por el que yo
voy a pasar?, les pregunta. Beber el
cáliz significa comulgar con Él, identificarse con Él hasta participar de
su mismo destino en un servicio a los demás hasta la muerte. El bautismo por el que tiene que pasar
significa hundirse en el abismo del sufrimiento, el pecado y la muerte de sus
hermanos, movido por el amor que lo lleva a dar la vida por ellos.
Los otros discípulos, al ver el proceder de Juan y Santiago, se molestan
porque sienten amenazadas sus propias ambiciones. Jesús, entonces, profundiza en
su enseñanza. Les hace ver lo que sucede en las naciones cuando los que gobiernan
ejercen el poder oprimiendo al pueblo. Y proclama tajantemente: ¡No debe ser así entre ustedes! Esto es
lo que deben evitar.
Honores, prestigio, poder, obtenidos oprimiendo a la gente, es lo
más contradictorio y nefasto que puede haber en la comunidad de hermanos que Él
quiere fundar. Y este principio vale para todos, pequeños y grandes, y también
para la Iglesia, que no puede dejar de confrontarse con Él si no quiere reproducir
–en sus instituciones, en sus representantes y en los cristianos comunes– lo
que ocurre en cualquier institución mundana.
La enseñanza de Jesús culmina en la frase: El Hijo del Hombre no ha venido para que lo sirvan, sino para
servir y dar su vida en rescate por todos. Tenemos aquí la clave para entender quién es Jesús y cuáles eran
las motivaciones que orientaban su vida. Ésta es también la razón de fondo que
lleva a los cristianos a concebir la vida como servicio, como don recíproco de
vida, entre hermanos y hermanas, hijos e hijas de un mismo Padre. Sólo en esta
perspectiva encuentra la persona humana la verdad de su ser y la verdad de
Dios, tal como Jesús nos la ha revelado. Sólo así la persona se relaciona con
Dios por medio de la fe verdadera que se demuestra amando y sirviendo a los
demás.
La búsqueda del poder ha sido siempre causa de división en los
grupos humanos y también en la Iglesia desde sus orígenes. La ambición, el ejercicio
abusivo de la autoridad y, en general, las diversas formas de carrerismo con las que los hombres
buscan destacar por encima de los demás, sigue siendo un tema actual en la
Iglesia y en la vida de los cristianos.
Pero el hecho es que tarde o temprano a todos nos toca asumir
alguna forma de poder, en la medida en que nos corresponde ejercer alguna
función de autoridad, dirigir a otros, tomar decisiones, ya sea en el campo
político, empresarial, familiar o en cualquier organización a la que
pertenezcamos. Frente a esto, el evangelio es claro: hay dos formas
diametralmente opuestas de ejercer el poder: la que aplica la jerarquía de
valores de éxito y dominio según el mundo y la que se guía por el valor supremo
del servicio a los demás, a ejemplo de Jesús.
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