P.
Carlos Cardó
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Estén listos, con la túnica puesta y las lámparas encendidas. Sean semejantes a los criados que están esperando a que su señor regrese de la boda, para abrirle en cuanto llegue y toque. Dichosos aquellos a quienes su señor, al llegar, encuentre en vela. Yo les aseguro que se recogerá la túnica, los hará sentar a la mesa y él mismo les servirá. Y si llega a medianoche o a la madrugada y los encuentra en vela, dichosos ellos".
Con imágenes tomadas de la vida cotidiana Jesús propone a sus
discípulos un estilo de vida caracterizado por la apertura y tensión al futuro,
la espera atenta y vigilante y la responsabilidad en el trabajo.
El cristiano espera, es un ser que siempre espera y
vigila. No espera la muerte, porque eso le quita ánimos para vivir y le hace
terminar esclavo del miedo. Espera la vida, porque espera a su Señor. Vive de
este anhelo interior: Marana tha, ven,
Señor Jesús.
El cristiano mira al futuro que le trae la
salvación, la realización feliz de su existencia. Y esto tiene un nombre: es el
Señor Jesús que viene.
El presente es el tiempo de la espera responsable.
Se vive en alerta, pronto a partir en viaje o ponerse al trabajo.
La espera puede hacerse larga y tediosa, un largo
período sin que nada suceda. Entonces la vigilancia y la responsabilidad pueden
decaer y el cristiano corre el riesgo de la desilusión, la desconfianza o el
cansancio. Debe entonces retomar la actitud del servidor despierto que mantiene
su lámpara encendida toda la noche, a la espera de que su señor regrese de la
fiesta de bodas a la que partió.
Estar preparado es como estar con la cintura bien ajustada.
Así celebraban los judíos su cena pascual. Aunque la liberación se había
realizado en el acontecimiento pasado del éxodo de Egipto, veían la vida como
una búsqueda constante de liberación por medio de la práctica de la ley, que
los preparaba como un pueblo bien dispuesto para la venida del mesías
prometido. Los cristianos, por su parte, aguardan a su Señor celebrando su cena
eucarística y sirviendo a los demás, a ejemplo de Jesús que no vino a que le
sirvan sino a servir (Mt 20, 28) y
pasó haciendo el bien (Hech 10, 38).
En muchos aspectos la vida en el mundo es como estar
en la noche. El cristiano puede ver en la oscuridad por la luz que le viene del
Señor; más aún, sabe que tiene que dejarse iluminar para poder él también dar
luz a los demás. Por eso no puede quedarse dormido. Siente en su corazón la
palabra que le dice: Despierta tú que
duermes y te iluminará Cristo (Ef 5,14).
El Señor vendrá, tanto al final de la larga espera
de la historia, como en sus incesantes venidas cotidianas, cuando el cristiano
y la comunidad prestan oído a sus llamadas. Él les dice: Mira que estoy a la puerta y llamo. Si alguno oye mi voz y me abre,
entraré a su casa y cenaremos juntos (Ap 3, 20).
Finalmente, la forma de hacerse presente el Señor,
tanto en el presente como en su venida futura es y será la de quien, siendo el
Maestro y el Señor, se pone a servirnos. Es la característica más esencial de
su persona y el sentido de toda su vida: Yo
estoy entre ustedes como el que sirve (Lc 22, 27).
Con su presencia, la vida del cristiano se llena de una íntima alegría (¡Dichosos!), la alegría propia de una cena de hermanos y amigos, con el Señor Jesús en el centro. La vida se vuelve eucaristía. Comemos juntos su pan, que nos une en comunión, y aguardamos su dichosa venida compartiendo unos con otros nuestro pan.
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