P. Carlos Cardó SJ
Al ver que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, la gente subió a las lanchas y se dirigieron a Cafarnaún en su busca.
Al encontrarlo al otro lado del lago, le preguntaron: "Rabbí (Maestro), ¿cómo has venido aquí?".
Jesús les contestó: "En verdad les digo: Ustedes me buscan, no porque han visto a través de los signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento de un día, sino por el alimento que permanece y da vida eterna. Este se lo dará el Hijo del hombre; él ha sido marcado con el sello del Padre".
Entonces le preguntaron: "¿Qué tenemos que hacer para trabajar en las obras de Dios?".
Jesús respondió: "La obra de Dios es ésta: creer en aquel que Dios ha enviado".
Le dijeron: "¿Qué puedes hacer? ¿Qué señal milagrosa haces tú, para que la veamos y creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros antepasados comieron el maná en el desierto, según dice la Escritura: Se les dio a comer pan del cielo".
Jesús contestó: "En verdad les digo: No fue Moisés quien les dio el pan del cielo. Es mi Padre el que les da el verdadero pan del cielo. El pan que Dios da es Aquel que baja del cielo y que da vida al mundo".
Ellos dijeron: "Señor, danos siempre de ese pan".
Jesús les dijo: "Yo soy el pan de vida. El que viene a mí nunca tendrá hambre y el que cree en mí nunca tendrá sed".
Jesús ha dado de comer a la multitud y la gente entusiasmada ha
querido proclamarlo rey. Pero este tipo de poder él lo rechaza. Para dar de
comer a la multitud no ha partido de una posición de superioridad y riqueza,
sino de debilidad y escasez de recursos. Él sólo busca servir y dar la vida.
Por eso “huye”, porque pretenden cambiar su misión. Se retira solo, como Moisés
después de la traición del pueblo (Ex 34,
3-4). Sólo en el monte de la cruz será rey (19,19) y entonces sus
discípulos lo dejarán solo (16,32).
Entonces aquellas gentes al
darse cuenta de que ni Jesús ni sus discípulos estaban allí, subieron a las
barcas… en busca de Jesús. Lo encontraron en la otra orilla (24-25). Pero no
está claro por qué lo buscan. Y Jesús mismo se lo hace ver: Ustedes no me buscan por los signos que
vieron, sino porque comieron… (v.26). Les revela así lo que pasa en su
interior, dividido por intenciones buenas y engaños.
Es importante aclarar la verdad de nosotros mismos. Pues –dice san
Pablo– nada podemos contra la verdad, sino
sólo a favor de la verdad (2 Cor 12,8). La gente del relato tiene que
reconocer la verdad: que lo buscan para asegurarse la vida material, lo cual es
bueno, pues el mismo Señor aconseja pedir al Padre: danos hoy nuestro pan de cada día. Pero hay algo más importante que
ellos no han comprendido aún: la vida verdadera consiste en vivir como Él, imitarlo
y hacerse como Él pan para los hermanos.
Se trata, por tanto, de pasar del pan material al pan que en Jesús
se convierte en el “signo” de una vida que se entrega para que todos tengan
vida. Se trata de pasar de la búsqueda del propio interés, a buscar a Cristo
mismo como el regalo, como el que se nos da. A eso se refiere la respuesta que
da Jesús a la gente: Esfuércense por
conseguir, no el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida
eterna” (v.27).
Estas palabras resultan enigmáticas a la gente. Intuyen quizá que
Jesús les está ofreciendo algo mejor, pero no saben qué hacer. Ellos no se
mueven en la lógica del amor que da y comparte, sino en la lógica de la ley y
del deber, que reduce la religión a hacer o dejar de hacer cosas conforme a lo
mandado: ¿qué obras tenemos que hacer
para trabajar en lo que Dios quiere? Es decir, quieren saber qué obras, qué
normas nuevas tienen que cumplir.
La respuesta que da Jesús sintetiza lo más esencial de la fe cristiana:
la obra (así, en singular) que Dios quiere es ésta: que crean en el que
él ha enviado. Ésta es la nueva exigencia, esto es lo que han de aceptar; lo
demás es secundario.
Pero la gente no se convence de que la salvación consista en
permitirle a Jesús que cambie sus vidas y los lleve a adoptar su modo de pensar
y de actuar. La fe no es ante todo hacer cosas por Dios, sino confiar en su
poder para cambiarnos y permitir que Jesucristo moldee nuestras vidas a través
de un trato personal con Él.
Lo que Jesús propone echa por tierra la manera como aquellos
judíos (que pueden representarnos a nosotros) piensan a Dios y practican la
religión. Se rehúsan a aceptar a Jesús como su norma de vida; no ven el trato
con Él como trato con el Dios que salva. No lo juzgan digno de confianza y argumentan:
¿Qué signos nos das…? Nuestros padres
comieron el maná en el desierto (v.30s). Pedir un signo es siempre muestra de incredulidad y falta de confianza. Jesús
ya les había dado el signo del pan, no les dará otro.
A continuación el evangelista Juan inserta el discurso sobre el
Pan de Vida, en el que Jesús se identifica con el pan del cielo, Pan de Dios. El pan es símbolo de la vida. Él es el
pan, Hijo amado del Padre que ama y se entrega a sus hermanos. Jesús se aplica
las características del pan que es, a la vez, don del cielo y fruto del
trabajo, humilde y necesario, apetecible y disponible, sencillo y gustoso,
laborioso y gozoso, fuerza de quien lo asimila y comunión entre quienes lo
comparten. Jesús, pan bajado del cielo,
es Dios que desciende para dar su vida a los hombres.
¿Qué nos dice hoy este texto? Que debemos discernir los deseos y
búsquedas que aplicamos al terreno de lo religioso. Porque puede ocurrir que creemos
seguir a Jesucristo porque nos atraen su persona y su mensaje, pero en realidad
buscamos seguridades y satisfacciones por medio de prácticas religiosas que nos
dejan la sensación de estar bien, pero no nos mueven a dejar aquello que
debemos dejar o a cambiar de actitud.
Puede darse, quizá, que ni en la oración que hago, ni en las obras
de caridad que practico o en mi frecuencia de los sacramentos busque otra cosa
que no sea la sensación del deber cumplido o del mérito obtenido. Pero el
espíritu del Señor, espíritu del amor y de la libertad, pugna en nuestro
interior por hacernos vivir como hijos y como hermanos, que encuentran en el
hacer el bien a los demás su realización personal más cumplida. Estas personas
han conocido el don de Dios, y se alimentan del cuerpo del Señor para vivir
como Él (Jn 6,1). Es lo que sostiene
su deseo continuo: Señor, danos siempre
de ese pan (v.34).
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