jueves, 12 de agosto de 2021

La parábola del perdón (Mt 18, 21-35)

 P. Carlos Cardó SJ

Perdón, óleo sobre lienzo de Daniel Gerhartz (siglo XX), colección del autor. Publicado en: https://danielgerhartz.wordpress.com/tag/forgiveness-2/

Entonces Pedro se acercó con esta pregunta: «Señor, ¿cuántas veces tengo que perdonar las ofensas de mi hermano? ¿Hasta siete veces?».
Jesús le contestó: «No te digo siete, sino setenta y siete veces». «Aprendan algo sobre el Reino de los Cielos. Un rey había decidido arreglar cuentas con sus empleados, y para empezar, le trajeron a uno que le debía diez mil talentos. Como el hombre no tenía con qué pagar, el rey ordenó que fuera vendido como esclavo, junto con su mujer, sus hijos y todo cuanto poseía, para así recobrar algo. El empleado, pues, se arrojó a los pies del rey, suplicándole: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo». El rey se compadeció y lo dejó libre; más todavía, le perdonó la deuda. Pero apenas salió el empleado de la presencia del rey, se encontró con uno de sus compañeros que le debía cien denarios. Lo agarró del cuello y casi lo ahogaba, gritándole: «Págame lo que me debes». El compañero se echó a sus pies y le rogaba: «Dame un poco de tiempo, y yo te lo pagaré todo». Pero el otro no aceptó, sino que lo mandó a la cárcel hasta que le pagara toda la deuda. Los compañeros, testigos de esta escena, quedaron muy molestos y fueron a contárselo todo a su señor. Entonces el señor lo hizo llamar y le dijo: «Siervo miserable, yo te perdoné toda la deuda cuando me lo suplicaste. ¿No debías también tú tener compasión de tu compañero como yo tuve compasión de ti?». Y hasta tal punto se enojó el señor, que lo puso en manos de los verdugos, hasta que pagara toda la deuda. Y Jesús añadió: «Lo mismo hará mi Padre Celestial con ustedes, a no ser que cada uno perdone de corazón a su hermano».

Jesús ha hablado del perdón y de la corrección fraterna, pero Pedro no quiere entender, pregunta hasta dónde tiene que mantener abierta la posibilidad de llegar a un acuerdo, y busca un límite razonable al deber de perdonar. Parte del supuesto de que él es el agraviado y no tiene necesidad de perdón; como si hubiera dos varas de medir: una cuando me afecta a mí y otra cuando soy yo el que hiere y agravia. Hay que perdonar siempre, es la respuesta de Jesús. Y le propone una parábola.

La parábola contrapone la magnanimidad del señor que perdona una deuda incalculable a un empleado, y la impiedad de éste que no perdona a un compañero una deuda pequeña. Diez mil talentos le han perdonado, pero es incapaz de perdonar cien denarios. Según el historiador Flavio Josefo (+ 101 d.C.) el talento valía diez mil denarios; luego diez mil talentos suman cien millones de denarios. Si se tiene en cuenta que el jornal de un obrero era  un denario al día, aunque trabajase sin parar toda su vida, el empleado de la parábola no podría pagar la deuda.

Esta cifra tan desmesurada da una idea de lo que Dios ha hecho por nosotros. Nos creó por amor y “nos encomendó el universo entero para que sirviéndole a Él domináramos lo creado; y cuando por desobediencia perdimos su amistad no nos abandonó al poder de la muerte sino que, compadecido, tendió la mano a todos para que lo encuentre el que lo busca”.

Y en el colmo de su amor misericordioso, envió a su propio Hijo que cargó en su cruz todos nuestros pecados. Así, pues, la deuda que tengo con Dios es mi propio ser, yo mismo soy la deuda que tengo contraída con Él. Pero más que deuda es un regalo, un don infinito que Él me ha dado sin calcular. Por consiguiente, el perdón que debo dar nace del perdón que he recibido.

Mucho queda por hacer para inculcar la importancia del perdón para la formación de una personalidad sana, condición básica para una humana convivencia en sociedad. Se piensa neciamente que el perdón es algo propio de débiles o una actitud puramente religiosa. Pero el perdón es necesario para vivir de una manera sana, para poder humanizar los conflictos y para romper con la espiral de la violencia. No es dejar de lado la justicia, no es echar tierra sobre la historia; es no tomarte la justicia por tu mano, no practicar la ley del talión.

El perdón no niega la realidad del mal cometido. Lo supone. Al mismo tiempo supone los sentimientos naturales de disgusto, enfado e indignación ante la injusticia, pero no da cabida al odio, al rencor y la venganza porque son instintos de muerte que dañan a quien se deja llevar por ellos y no construyen nada sino destruyen. Las relaciones humanas sólo se restablecen cuando se pone fin a la persistente amenaza, y esto sólo se obtiene con la reconciliación. El odio y la venganza, por el contrario, mantienen en el otro la voluntad de seguir haciéndonos daño, y la herida nunca cicatriza.

¡Pero es de justicia!, se suele argüir. En efecto, lo es pero según la justicia que se rige por la norma: quien la hace la paga. No según la justicia que Jesús enseña. Si no leemos mal su evangelio, no nos cabe sino aceptar que el cristiano ama a todos, incluso a su enemigo, se siente en deuda con todos porque es responsable de su hermano, a su adversario le debe reconciliación, al pequeño y al pobre solidaridad, al perdido el salir en su búsqueda, al culpable la corrección, al deudor la condonación de la deuda. Es la disparidad de la justicia divina, hecha de misericordia y amor. Es la justicia que lleva en definitiva a creer en la persona y en su capacidad de redención y de cambio, porque el otro es mi hermano, hijo del mismo Padre. Esta justicia nos hace ser misericordiosos como el Padre. Nos asemeja a Jesús, que no solo habló del perdón, sino que lo practicó y en la cruz oró por sus verdugos.

Formamos la comunidad de la Iglesia de Cristo no porque no cometamos errores o seamos incapaces de ofendernos mutuamente, sino porque somos perdonados y por eso nos perdonamos. Y aunque no hayamos tenido que hacer nunca un acto heroico de perdón y, con la ayuda de Dios, no tengamos que vernos en ese trance, siempre  podemos perdonar las humillaciones, decepciones, malentendidos, ingratitudes, abusos, que la vida ordinaria trae consigo. Por eso nos juntamos a rezar y decimos juntos como el Señor nos enseñó: perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.