P. Carlos Cardó SJ
Madre e hija en oración, acuarela de Julius von Carolsfeld
(1811), Museo Metropolitano de Arte, Nueva York
Jesús les dijo: “Guárdense de las buenas acciones hechas a la vista de todos, a fin de que todos las aprecien. Pues en ese caso, no les quedaría premio alguno que esperar de su Padre que está en el cielo. Cuando ayudes a un necesitado, no lo publiques al son de trompetas; no imites a los que dan espectáculo en las sinagogas y en las calles, para que los hombres los alaben. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Tú, cuando ayudes a un necesitado, ni siquiera tu mano izquierda debe saber lo que hace la derecha: tu limosna quedará en secreto. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”.“Cuando ustedes recen, no imiten a los que dan espectáculo; les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que la gente los vea. Yo se los digo: ellos han recibido ya su premio. Pero tú, cuando reces, entra en tu pieza, cierra la puerta y ora a tu Padre que está allí, a solas contigo. Y tu Padre, que ve en lo secreto, te premiará”.Si algo debe ser auténtico y sincero, sin nada de hipocresía ni de dobles intereses, es la práctica de la fe. Para inculcar este principio fundamental, Jesús habla de la limosna, la oración y el ayuno, que son como los tres pilares de la religión. Definen las relaciones con los otros (limosna), con Dios (oración) y con las cosas (ayuno).
“Cuando ustedes hagan ayuno, no pongan cara triste, como los que dan espectáculo y aparentan palidez, para que todos noten sus ayunos. Yo se lo digo: ellos han recibido ya su premio. Cuando tú hagas ayuno, lávate la cara y perfúmate el cabello. No son los hombres los que notarán tu ayuno, sino tu Padre que ve las cosas secretas, y tu Padre que ve en lo secreto, te premiará”.
El modo como se viven, definen una existencia
de hermanos que ven unos por otros o se desentienden de la necesidad de su
prójimo, que buscan honrar a Dios con sus actos religiosos o que los demás los
alaben, que son libres para usar o dejar las cosas cuanto convenga, o se
esclavizan a ellas.
Lo que se dice de la limosna se repetirá para
la oración y el ayuno: las prácticas religiosas han de ser en secreto, no para
ser visto y recibir gloria vana de los hombres. Que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha.
Limosna. El dar al necesitado no es una buena acción que está por
encima o va más allá de lo obligatorio (supererogación), sino una obligación de
justicia. Somos hijos de un mismo Padre, somos hermanos, la suerte de mi
hermano me tiene que afectar. No podemos amar a Dios si no amamos a quien vemos
(1Jn 4, 20). El Hijo nos reconocerá o
no si lo atendemos o no en el hermano que pasa necesidad.
La solidaridad con los pobres –sean marginados, desocupados, sin
techo, enfermos o ancianos– es expresión de la justicia social distributiva,
mediante la cual se da cumplimiento a la destinación social que tienen los bienes de este mundo para que sirvan al
sostenimiento de todos. La solidaridad impulsa a buscar el bien de todas las
personas, por el hecho mismo de que todos son iguales en dignidad, gracias a la
realidad de la filiación divina. Sin ello, no hay fraternidad. El Antiguo
Testamento está lleno de las bendiciones y recompensas que acompañan a la
limosna: Quien da al pobre le hace un
préstamo a Dios (Pr 19,17). El que da
al pobre nunca sufrirá necesidad, pero el que cierra sus ojos tendrá muchas
maldiciones (Pr 28,27).
La oración. La vida espiritual se expresa y alimenta por medio de la oración.
Ese tiempo “perdido” que detiene las actividades y corta con el bullicio
cotidiano es un reconocimiento de que el Señor es el dueño, el centro de todo, y
el que realiza lo que debemos hacer por encima de cuanto podemos. No somos asalariados
sino amigos, y debemos aprender a combinar trabajo y descanso. No todo se ha de
guiar por criterios de eficacia y productividad, hay que aprender el sentido de
lo gratuito. Concretamente, debemos aprender a estar con el Señor, como un
amigo con su amigo, o un hijo con su padre.
Y para que este diálogo sea verdadero, el
Señor nos alienta a presentarnos ante Él tal como somos. No es un encuentro verdadero
el que se hace para ser vistos por los demás; no podemos ir a la oración para
parecer buenos ante la gente o ante Dios, ni siquiera ante mí mismo; ni puedo
orar para sentir que cumplo con lo que está mandado. Nada de esto tiene sentido
en la amistad y el amor.
El ayuno. En la tradición espiritual judía el ayuno estaba asociado
al estudio de la Torá (Dt 8), porque agudiza el ingenio y hace ver que no sólo
de pan vive el hombre. Aparte del ayuno obligatorio
en el día de expiación (Yom Kippur), los
judíos practicaban ayunos privados por devoción. Daban fama de persona piadosa.
A Jesús le preguntan: por qué tus discípulos
no ayunan (9,14). Jesús
les contesta que su venida inaugura la fiesta anunciada por los profetas (Is 61, 1-3) y no tiene sentido
entristecerse. El perdón no depende del ayuno penitencial y expiatorio, sino de
la adhesión personal a Dios y de la nueva actitud que uno asume frente a los demás
por sentirse acogido por Él.
Si su motivación brota del corazón, el
ayuno se convierte en lo que Dios quiere que sea: El ayuno que yo quiero es éste: que sueltes
las cadenas injustas, que desates las correas del yugo, que dejes libres a los
oprimidos, que acabes con todas las opresiones, que compartas tu pan con el
hambriento, que hospedes a los pobres sin techo, que proporciones ropas al desnudo
y que no te desentiendas de tus semejantes. Entonces brillará tu luz como
aurora… y te seguirá la gloria del Señor” (Is 58, 6-8).
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