domingo, 21 de junio de 2020

Homilía del XII Domingo del Tiempo Ordinario - No tengan miedo (Mt 10,26-33)

P. Carlos Cardó SJ
Los cuatro evangelistas, óleo sobre lienzo de Peter Paul Rubens (1614), Galería Sanssouci, Postdam, Alemania
"Pero no les tengan miedo. Nada hay oculto que no llegue a ser descubierto, ni nada secreto que no llegue a saberse. Lo que yo les digo en la oscuridad, repítanlo ustedes a la luz, y lo que les digo en privado, proclámenlo desde las azoteas. No teman a los que sólo pueden matar el cuerpo, pero no el alma; teman más bien al que puede destruir alma y cuerpo en el infierno. ¿Acaso un par de pajaritos no se venden por unos centavos? Pero ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita vuestro Padre. En cuanto a ustedes, hasta sus cabellos están todos contados. ¿No valen ustedes más que muchos pajaritos? Por lo tanto no tengan miedo. Al que se ponga de mi parte ante los hombres, yo me pondré de su parte ante mi Padre de los Cielos. Y al que me niegue ante los hombres, yo también lo negaré ante mi Padre que está en los Cielos."
El texto forma parte de las instrucciones que dio Jesús a sus discípulos antes de enviarlos a predicar. Los exhorta a no tener miedo (vv. 26.28.31) y a estar dispuestos a dar testimonio de Él y del evangelio (vv.32-33).
Jesús es consciente de que la misión que les confía les produce miedo. Ya en el Antiguo Testamento (en los relatos de vocación), los llamados por Dios perciben enseguida las dificultades de la tarea y buscan escabullirse. Moisés, elegido para liberar al pueblo de la esclavitud de Egipto, le replica a Dios: ¿Y quién soy yo para acudir al Faraón o para sacar a los israelitas de Egipto? Yo no tengo facilidad de palabra... soy torpe de palabra y de lengua (Ex 3,11, 4,10).
De manera parecida reaccionan los jueces (Gedeón: Jue 6,15) y los profetas (Jeremías: Jr 1,6). Por su parte, los discípulos de Jesús saben que, por predicar con libertad, Juan Bautista ha sido decapitado por Herodes (Mt 14,1-12). Ven además que el mismo Jesús, aunque logre el aplauso de la gente sencilla, choca con los dirigentes. Tienen, pues, miedo a predicar: no todos los van a recibir bien (10,14), son enviados como ovejas en medio de lobos, los van a perseguir… (10,16-25).
En este contexto, Jesús les repite tres veces: No tengan miedo a anunciar el evangelio, a decir en voz alta lo que les ha dicho al oído, a la luz del día lo que les ha enseñado de noche, y desde lo alto de las azoteas lo que les ha comunicado en secreto. ¿Y el miedo a la persecución? Tampoco, porque aunque puedan acabar con su vida corporal, no pueden arrebatarles la vida del espíritu. Y nunca deben olvidar que, por encima de todos los poderes del mundo, hay un Dios, Padre de todos, en cuyas manos providentes están hasta los gorriones, que se venden en el mercado por unos céntimos. Y sin embargo ni uno de ellos cae en tierra sin que lo permita el Padre. En cuanto a ustedes, hasta los cabellos de su cabeza están contados. No teman, pues ustedes valen más que todos los pajaritos juntos.
Queda claro que el seguimiento de Jesús implica empeñar la vida, sin cálculos ni restricciones. Quien dice sí a Jesús y asume la misión que Él le confía sabe que puede correr riesgos, incluso se le puede arrebatar el “cuerpo”, pero no la “vida”. El cuerpo no es la vida; viene de la tierra y vuelve a la tierra. La vida que nada ni nadie puede matar es el Espíritu. El problema, por tanto, no es salvar el cuerpo, sino cómo vivir nuestra vida corporal, temporal, con amor filial y fraterno, con honestidad y rectitud, pues en esto consiste la vida verdadera.
Quien no vive así, está ya muerto. Esta manera de pensar brota de la convicción de que el evangelio y los valores del Reino valen más que la vida y llevan consigo justicia y felicidad para todos. Se sostiene, además, en la confianza en las palabras del Señor que aseguran el cuidado paternal con que Dios vela sobre cada persona humana. La pasión por la vida y por la persona, así como la pasión por Dios y el evangelio son los dinamismos que permiten al cristiano afrontar sin temor los riesgos de la fe.
Jesús reclama un seguimiento incondicional, no a medias, no acomodado. Ponerse de parte de Jesús ante los hombres exige fidelidad sin tacha, y eso nos asegura que Jesús se pondrá de nuestra parte ante el Padre del cielo. Si alguno está de mi parte ante los hombres, también yo estaré de su parte en presencia de mi Padre que está en los cielos; pero a quien me niegue ante los hombres, yo también lo negaré en presencia de mi Padre que está en los cielos.
Ponerse de parte del Señor es confiar en Él y transmitir su mensaje con la palabra y con la vida, pues la palabra sin la vida es inadmisible, y la vida sin la palabra es incomprensible. Decía San John Henry Newman: “Quien haya tenido un encuentro con Cristo no podrá vivir en adelante como si ese encuentro no hubiera sucedido”. Y esto vale también para la Iglesia que tiene que acostumbrarse a perder sus miedos, por arraigados y persistentes que sean.
El Papa Francisco no ceja en su empeño por dinamizarla para que no actúe pensando únicamente en la supervivencia y seguridad de sus instituciones. Obrando así, se mete la luz bajo el celemín y se hace insípida la sal.

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