P. Carlos Cardó
La piscina probática, óleo sobre lienzo de Giovane Palma
(1592), colección Molinari Pradelli, Castenaso, Italia
Después de esto se celebraba una fiesta de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.
Hay en Jerusalén, cerca de la Puerta de las Ovejas, una piscina llamada en hebreo Betesda. Tiene ésta cinco pórticos, y bajo los pórticos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos, tullidos y paralíticos. Todos esperaban que el agua se agitara, (porque un ángel del Señor bajaba de vez en cuando y removía el agua; y el primero que se metía después de agitarse el agua quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese).
Había allí un hombre que hacía treinta y ocho años estaba enfermo.
Jesús lo vio tendido, y cuando se enteró del mucho tiempo que estaba allí, le dijo: «¿Quieres sanar?».El enfermo le contestó: «Señor, no tengo a nadie que me meta en la piscina cuando se agita el agua, y mientras yo trato de ir, ya se ha metido otro».Jesús le dijo: «Levántate, toma tu camilla y anda».Al instante el hombre quedó sano, tomó su camilla y empezó a caminar.
Pero aquel día era sábado. Por eso los judíos dijeron al que acababa de ser curado: «Hoy es día sábado, y la Ley no permite que lleves tu camilla a cuestas».El les contestó: «El que me sanó me dijo: Toma tu camilla y anda».Le preguntaron: «¿Quién es ese hombre que te ha dicho: Toma tu camilla y anda?».Pero el enfermo no sabía quién era el que lo había sanado, pues Jesús había desaparecido entre la multitud reunida en aquel lugar.
Más tarde Jesús se encontró con él en el Templo y le dijo: «Ahora estás sano, pero no vuelvas a pecar, no sea que te suceda algo peor».El hombre se fue a decir a los judíos que era Jesús el que lo había curado.
Por eso los judíos perseguían a Jesús, porque hacía tales curaciones en día sábado.
Cristo suscita en nosotros todas las
posibilidades de una vida verdaderamente libre, haciéndonos capaces de superar lo
que nos detiene y paraliza. Por eso podemos esperar en Él aun cuando las
circunstancias que vivimos nos hagan sentir como el paralítico tendido junto a
la piscina, sin ningún recurso para cambiar las cosas.
Jesús estaba en Jerusalén en un día de fiesta, dice el texto. La presencia
de Jesús inaugura la fiesta definitiva, el tiempo nuevo en que se rinde al Dios
de la vida el verdadero culto en espíritu y en verdad, del que habló a la
Samaritana (Jn 4, 23). Con Jesús, el
triunfo de la vida se ha hecho posible.
Las condiciones para su triunfo no serán fáciles.
No obstante, Jesús toma la iniciativa, aun sabiendo que habrá oposición. Jesús, viéndolo postrado y sabiendo que
llevaba mucho tiempo así, dice al paralítico: ¿Quieres curarte? Por haber
dicho esto se ha expuesto a ser reprobado, pues la ley prohíbe hacer estas
cosas en sábado. Pero se trata de salvar la vida de un hombre y Jesús no duda
en poner las prescripciones legales en un segundo lugar. La vida del hombre
está por encima. No es el hombre para el
sábado, sino el sábado para el hombre (Mc 2,27). Jesús, pues, asume las
consecuencias. Y a partir de aquel día, como señala el evangelista, los dirigentes judíos empezaron a perseguir
a Jesús, porque hacía tales cosas en sábado.
El beneficiario de la obra de Jesús es un
pobre enfermo, que está en el límite de sus posibilidades, lleva treinta y ocho
largos años sin poder moverse. Su imagen se reproduce en cierto modo en toda
situación adversa que no se ha podido cambiar a pesar de los esfuerzos hechos. En
tales circunstancias puede sobrevenir la desolación, la falta de ánimo, la desilusión
y el desengaño. Pero hay que recordar que el Señor está pronto a tomar la
iniciativa, reavivando el deseo – ¿Quieres
quedar sano?–, y con él las energías de vida.
El símbolo del agua tiene importancia clave
en este relato. Los milagros que trae el evangelio de Juan tienen relación con
la gracia que se nos transmite por medio de los sacramentos de la Iglesia.
Aquí, la alusión al bautismo es clara: el paralítico yace junto a la piscina
donde se mueve el agua que sana. El agua de nuestro bautismo nos curó y dio
inicio a nuestra vida de fe, por el Espíritu Santo infundido en nuestros
corazones. Se cumplió entonces en nosotros lo anunciado por Jesús: El que cree en mí, como dice la Escritura,
de su interior correrán ríos de agua viva (Jn 7, 38).
En resumen, el texto nos invita a estar
atentos a las iniciativas que el Señor toma en favor nuestro para despertar
nuestras energías de vida, librándonos de nuestras parálisis. Nos invita también
a apreciar lo que hacen nuestros hermanos y hermanas para ayudar a su prójimo a
andar con dignidad.
Como Pedro, también nosotros podemos decir: “No
tenemos plata ni oro pero te damos lo que tenemos: En nombre de Jesucristo
Nazareno, camina” (Hech 3, 6).
El pasaje evangélico nos puede hacer pensar
también en los riesgos y dificultades que debemos asumir, como Jesús, para
llevar a la práctica nuestra fe con nuestras acciones de solidaridad. Y
finalmente el símbolo del agua, presente en el relato, nos lleva a pensar en
nuestra pertenencia a la Iglesia que, a pesar de su pecado, no deja de ser la Esposa por
quien Cristo, su Esposo, “se ha sacrificado a sí mismo para santificarla,
purificándola con el baño del agua en virtud de la palabra” (Ef 5, 25).
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