P.
Carlos Cardó SJ
Curación
de un ciego, ilustración de Harold Copping en The Copping Bible (1910)
En aquel tiempo, al pasar Jesús vio a un hombre ciego de nacimiento. Escupió en tierra, hizo barro con la saliva, se lo untó en los ojos al ciego y le dijo: "Ve a lavarte a la piscina de Siloé (que significa Enviado)".El pasaje de la Samaritana del domingo pasado nos hizo reflexionar sobre el signo del agua. Hoy la curación del ciego nos presenta el símbolo de la luz. Todos están llamados a la luz de la fe. Cristo es nuestra luz.
Él fue, se lavó, y volvió con vista. Y los vecinos y los que antes solían verlo pedir limosna preguntaban: "¿No es ése el que se sentaba a pedir?" Unos decían: "El mismo." Otros decían: "No es él, pero se le parece".
Él respondía: "Soy yo".Llevaron ante los fariseos al que había sido ciego.
Era sábado el día que Jesús hizo barro y le abrió los ojos. También los fariseos le preguntaban cómo había adquirido la vista.
Él les contestó: "Me puso barro en los ojos, me lavé, y veo".
Algunos de los fariseos comentaban: "Este hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado".
Otros replicaban: ¿Cómo puede un pecador hacer semejantes signos?". Y estaban divididos. Y volvieron a preguntarle al ciego: "Y tú, ¿qué dices del que te ha abierto los ojos?".Él contestó: "Que es un profeta". Le replicaron: "No eres más que pecado desde tu nacimiento, ¿y nos vas a dar lecciones a nosotros?". Y lo expulsaron.
Oyó Jesús que lo habían expulsado, lo encontró y le dijo: "¿Crees tú en el Hijo del hombre?".Él contestó: "¿Y quién es, Señor, para que crea en él?".Jesús les dijo: "Lo estás viendo: el que te está hablando, ése es".
Él dijo: "Creo, señor".
Y se postró ante él.
El centro de atención del relato no es el milagro de la curación sino
el debate que suscita. Jesús hace barro con saliva, lo pone en los ojos del
ciego, lo manda a lavarse en la piscina y le devuelve la vista. Se levanta un
gran altercado. Unos discuten si es el mismo que antes pedía limosna o es otro
que se le parece; los fariseos no creen que haya sido ciego; no creen que haya
habido un milagro. Interrogan a sus padres, y éstos muertos de miedo a que los
excomulguen de la sinagoga, reconocen que sí es su hijo y que nació ciego, pero
que no saben cómo ha podido recobrar la vista, que le pregunten a él, que ya es
mayorcito. Por último, se enfrentan al pobre hombre y, después de maltratarlo,
lo expulsan de la sinagoga. Jesús le da alcance y lo lleva a la fe.
Ante todo podemos apreciar la misericordia del Señor. Busca al
ciego, lo cura y luego lo vuelve a buscar en su desgracia social, cuando se ha
quedado solo, cuando ni sus padres lo han defendido y las autoridades lo han expulsado
de la sinagoga. Jesús no abandona al que está solo e indefenso, se pone a su
lado para levantarlo, por eso: “Sabiendo que lo habían expulsado (es decir, que había sufrido por
su causa), le dice: ¿Crees en el Hijo del
Hombre? Él respondió: ¿Y quién es Señor para que crea en él? Jesús le dice: Soy
Yo el que habla contigo. Y el ciego cayendo de rodillas lo adoró y dijo: Creo,
Señor”.
En el curso del relato se ven las etapas que sigue el ciego en su
itinerario hacia la fe. A cada pregunta que le hacen, responde con una
confesión de Jesús:
* A la primera pregunta: “¿cómo
has conseguido ver?”, el ciego atribuye la curación a “ese hombre que se llama Jesús”, y que no sabe dónde
está (vv. 10-12).
* Los fariseos le replican: “Ese
hombre no viene de Dios, porque no guarda el sábado”. El ciego, da un paso
adelante en su fe y dice: “Es un profeta” (vv. 13-17).
* Los judíos lo insultan y acusan a Jesús de ser un pecador. El
ciego se defiende como puede, hasta con ironía: “les he dicho cómo me ha abierto los ojos y no me han creído; ¿no será
que ustedes también quieren haceros discípulos suyos? Eso es lo raro, que Uds.
no saben de donde viene, y, sin embargo, me ha abierto los ojos. Dios no
escucha a los pecadores, sino al que es religioso
y hace su voluntad. Si éste no viniera de Dios, no tendría ningún poder”
(vv. 24-34). Ante esa nueva confesión del ciego: que Jesús le ha devuelto la
vista, que no puede ser un pecador sino un hombre
que viene de Dios, lo expulsan de la sinagoga, hacen de él un proscrito, un
excluido.
De comienzo a fin, los evangelios presentan a Jesús como un “signo de contradicción”, una “bandera discutida”: unos lo aman y otros
lo rechazan; se está con Él o se está contra Él. De su persona humana brota una
irradiación irresistible que impulsa a muchos a irse tras Él. Otros en cambio, como
los fariseos, no ven nada.
El problema es de siempre. Todos sabemos que nuestra visión puede
alterarse. Podemos ver de manera defectuosa o incompleta la realidad de las
cosas. En la 1ª lectura (1 Samuel 16), se dice que estos defectos de visión son
muchas veces porque “el hombre mira las
apariencias, pero el Señor mira el corazón”.
Hay quienes tienen enturbiado el corazón por las pasiones,
egoísmos y malas intenciones, pero afirman que ven. No buscan la luz, se
aferran a sus errores. De ellos dice Jesús: “si fuesen ciegos, no serían culpables;
pero como dicen que ven, su pecado permanece”. Por eso son numerosos los ciegos
a los que Jesús no puede curar.
Advertidos de ello, nosotros sabemos que cualquiera que sea
nuestra ceguera o nuestra miopía, si tenemos la honestidad de reconocerla y nos
acercamos al evangelio, una luz nos brillará. El Señor nos dirá: “Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará
en tinieblas, sino que tendrá la luz de la vida” (8,12).
Como todas las acciones que Jesús realiza en favor de los
enfermos, la curación del ciego es un relato fuertemente simbólico. No se sabe
exactamente por qué Jesús hace barro con su saliva, se lo pone en los ojos al
ciego y lo manda lavarse en la piscina. Una interpretación sugerente de ese
gesto afirma que se trata de una evocación del origen del ser humano, es un
símbolo plástico de la ceguera existencial del ser humano desde su origen del barro
de la tierra y que Cristo ha venido a iluminar. “¡Me da lástima el hombre de ojos de barro, porque solamente ve lo
visible!”(Nikos Kazanzakis).
Asimismo, la curación de la ceguera aparece vinculada a la piscina
llamada “de Siloé”, que significa “del
Enviado”, uno de los títulos de
Jesús, enviado del Padre para salvarnos. Además, es una curación que se realiza
por el baño regenerador, en referencia al “baño bautismal”. A este respecto cabe
recordar que uno de los nombres con que los primeros cristianos llamaban al Bautismo
era el de sacramento “iluminador”. Por eso, el relato repite hasta tres veces:
“el ciego fue, se lavó y volvió con vista”.
El relato culmina con esta confesión de fe que hace el enfermo
curado al encontrarse de nuevo con Jesús: “Creo,
Señor. Y cayendo de rodillas lo adoró”.
El itinerario cuaresmal que estamos recorriendo nos invita a este
encuentro iluminador con Jesús, a volvernos a Él. En esto consiste la verdadera
“conversión”: “Despierta, tú que duermes
y Cristo será tu luz” (Ef 4,14). Esta iluminación, en fin, debe verse. Los
cristianos, dice la carta a los Efesios (primera lectura de hoy) son luz en el
Señor y deben comportarse como tal, dejando ver sus obras buenas, su rectitud y
su verdad (Ef 5, 8-9).
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