P. Carlos Cardó SJ
Cristo y la mujer samaritana, óleo sobre lienzo de Juan de Flandes
(Siglo XIV), Museo del Louvre, París, Francia
En aquel tiempo, llegó Jesús a un pueblo de Samaria, llamado Sicar, cerca del campo que dio Jacob a su hijo José. Ahí estaba el pozo de Jacob. Jesús, que venía cansado del camino, se sentó sin más en el brocal del pozo. Era cerca del mediodía.Entonces llegó una mujer de Samaria a sacar agua y Jesús le dijo: "Dame de beber". (Sus discípulos habían ido al pueblo a comprar comida). La samaritana le contestó: "¿Cómo es que tú, siendo judío, me pides de beber a mí, que soy samaritana?". (Porque los judíos no tratan a los samaritanos).
Jesús le dijo: "Si conocieras el don de Dios y quién es el que te pide de beber, tú le pedirías a él, y él te daría agua viva".La mujer le respondió: "Señor, ni siquiera tienes con qué sacar agua y el pozo es profundo, ¿cómo vas a darme agua viva? ¿Acaso eres tú más que nuestro padre Jacob, que nos dio este pozo, del que bebieron él, sus hijos y sus ganados?". Jesús le contestó: "El que bebe de esta agua vuelve a tener sed. Pero el que beba del agua que yo le daré, nunca más tendrá sed; el agua que yo le daré se convertirá dentro de él en un manantial capaz de dar la vida eterna".La mujer le dijo: "Señor, dame de esa agua para que no vuelva a tener sed ni tenga que venir hasta aquí a sacarla".
Él le dijo: "Ve a llamar a tu marido y vuelve".La mujer le contestó: "No tengo marido".
Jesús le dijo: "Tienes razón en decir: ‘No tengo marido’. Has tenido cinco, y el de ahora no es tu marido. En eso has dicho la verdad".La mujer le dijo: "Señor, ya veo que eres profeta. Nuestros padres dieron culto en este monte y ustedes dicen que el sitio donde se debe dar culto está en Jerusalén".Jesús le dijo: "Créeme, mujer, que se acerca la hora en que ni en este monte ni en Jerusalén adorarán al Padre. Ustedes adoran lo que no conocen; nosotros adoramos lo que conocemos. Porque la salvación viene de los judíos. Pero se acerca la hora, y ya está aquí, en que los que quieran dar culto verdadero adorarán al Padre en espíritu y en verdad, porque así es como el Padre quiere que se le dé culto. Dios es espíritu, y los que lo adoran deben hacerlo en espíritu y en verdad".La mujer le dijo: "Ya sé que va a venir el Mesías (es decir, Cristo). Cuando venga, él nos dará razón de todo".
Jesús le dijo: "Soy yo, el que habla contigo".En esto llegaron los discípulos y se sorprendieron de que estuviera conversando con una mujer; sin embargo, ninguno le dijo: `¿Qué le preguntas o de qué hablas con ella?’.
Entonces la mujer dejó su cántaro, se fue al pueblo y comenzó a decir a la gente: "Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿No será éste el Mesías?". Salieron del pueblo y se pusieron en camino hacia donde él estaba.Mientras tanto, sus discípulos le insistían: "Maestro, come".
Él les dijo: "Yo tengo por comida un alimento que ustedes no conocen".
Los discípulos comentaban entre sí: "¿Le habrá traído alguien de comer?".Jesús les dijo: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra. ¿Acaso no dicen ustedes que todavía faltan cuatro meses para la siega? Pues bien, yo les digo: Levanten los ojos y contemplen los campos, que ya están dorados para la siega. Ya el segador recibe su jornal y almacena frutos para la vida eterna. De este modo se alegran por igual el sembrador y el segador. Aquí se cumple el dicho: ‘Uno es el que siembra y otro el que cosecha’. Yo los envié a cosechar lo que no habían trabajado. Otros trabajaron y ustedes recogieron su fruto".Muchos samaritanos de aquel poblado creyeron en Jesús por el testimonio de la mujer: ‘Me dijo todo lo que he hecho’. Cuando los samaritanos llegaron a donde él estaba, le rogaban que se quedara con ellos, y se quedó allí dos días. Muchos más creyeron en él al oír su palabra. Y decían a la mujer: "Ya no creemos por lo que tú nos has contado, pues nosotros mismos lo hemos oído y sabemos que él es, de veras, el Salvador del mundo".
Con abundancia de símbolos, este evangelio describe el camino de
la fe. La fe nace y se desarrolla en el encuentro personal con Alguien que nos aguarda
y nos sale al encuentro en nuestras búsquedas, dispuesto a saciar nuestra sed, el
deseo de nuestro corazón.
Dice el texto que Jesús, para ir a Jerusalén
tenía que pasar por Samaría, pero eso
significaba un desvío: el camino normal iba por la Transjordania porque los
judíos evitaban pasar por Samaría, tierra de herejes y cismáticos que se
separaron del reino de Judá. De modo que se puede suponer que Jesús
conscientemente hizo ese recorrido. Dios sale al encuentro de quien tiene
necesidad de Él.
Cansando de la caminata, fue a sentarse en el muro del pozo de una
aldea llamada Sicar. Jesús sediento espera a quien le dé de beber. Aunque en
realidad va a pedir para que le pidan.
Era
casi mediodía. En esto una mujer samaritana se acercó al pozo a sacar agua.
Detalle extraño, insólito, pues se va al pozo temprano o al caer la tarde. ¿Por
qué va a mediodía?, ¿qué agua es la que desea encontrar a la hora del calor y
de la sed?
Y allí, de manera inesperada, se encuentra con Jesús, a quien no
conoce. Advierte que está cansado y sediento, esperando. Pero el encuentro a
solas la llena de temor, como también a Jesús porque es riesgoso: un rabí nunca
habla a una mujer por la calle, hasta a su misma esposa le habla dentro de
casa, no fuera.
Se entabla entonces un diálogo largo, difícil. Se siente la carga
de prejuicios que lo dificultan. Jesús la soporta y debe, además, adaptarse a
la limitada capacidad de entendimiento de esta mujer golpeada por la vida.
Una serie de símbolos aparecen en el diálogo. En primer lugar, la
sed, que es una necesidad más apremiante y angustiosa que el hambre y simboliza
el deseo interior más profundo, punto de partida de la fe. Israel es un pueblo
sediento, una tierra carente de recursos de agua en tiempos de Jesús. Y es un
pueblo sediento de Dios. Tenían el medio para llegar a él y conocerlo, la Ley y
los profetas que les hablaban de él, pero endurecieron el corazón, no escucharon.
Ese deseo late en el interior de todas las personas. Y buscamos…
El agua, símbolo primordial, arquetípico en todas las culturas, es
el origen de la vida, significa plenitud y saciedad. Pero hay diversas aguas,
como hay vidas distintas. Hay aguas muertas, estancadas, y aguas vivas que
manan y fluyen cristalinas. El símbolo del agua recorre el evangelio de Juan:
aparece en el Jordán (c.1), donde el Espíritu desciende. Está en las vasijas de
Caná (c.2) destinada a las purificaciones, y convertida después en vino de la
fiesta. Se le anuncia a Nicodemo (c.3) como el nuevo bautismo por el agua y el
Espíritu Santo. Está en la piscina (c.5), y su movimiento lo espera la multitud
de enfermos para sanar. Finalmente, brotará junto con la sangre del costado
abierto del Señor Crucificado, para simbolizar el nacimiento de la Iglesia.
En este pasaje de la Samaritana, adquiere diversos significados:
primero, es el agua material, después es el agua de la ley y por último el agua
de la gracia santificadora que da vida plena.
Así, poco a poco, Jesús va a lo profundo: lleva a la mujer a
hablar del pozo interior del corazón, que todos llevamos, y que remite al
misterio infinito, al abismo profundo del amor original del que brota toda
existencia… Allí y sólo allí la mujer encontrará el agua que le falta y que, a
pesar de sus búsquedas no ha logrado encontrar. Es el lugar de encuentro con
Dios. Allí la ha llevado el Señor. No denuncia los errores que ella ha cometido
a lo largo de su penosa vida, simplemente recoge el hecho de sus cinco maridos
para resaltar positivamente la insatisfacción que perdura en ella. La mujer ha
buscado por todos partes saciar su sed. El Señor no le acrecienta la vergüenza
que siente: interpreta sus frustraciones como una sed que aún debe y puede colmarse,
porque es la sed del amor verdadero, que realiza a la persona.
La samaritana vive su proceso de cambio. De asombro en asombro,
irá reconociendo al Señor, primero, como alguien capaz de dar agua viva (15),
después como un profeta que le ha sabido interpretar todo lo que había hecho (19.39),
a continuación como el Mesías (20.29). Y, dejando su cántaro, sale corriendo a su
pueblo para anunciarlo: Allí hay un
hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. La gente de su pueblo irá
donde Jesús por el anuncio de ella, aunque después dirán que no fue por eso; y
convencidos como ella no dudarán en afirmar que
él es verdaderamente el Salvador del mundo (42).
Queda clara en el texto esta verdad: Dios nos sale al encuentro,
nos da alcance en nuestras búsquedas y no deja de decirnos: ¡Si conocieras el don de Dios! Como la samaritana,
necesitamos calmar la sed que llevamos dentro. Necesitamos orientar hacia Dios
todas nuestras búsquedas. Porque en ti,
Señor, está la fuente de la vida y tu luz
nos hace ver la luz (Salmo 36,9).
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