P.
Carlos Cardó SJ
Las
tres tentaciones de Cristo, fresco de Sandro Botticelli (1482), Capilla
Sixtina, El Vaticano
El Espíritu condujo a Jesús al desierto para que fuera tentado por el diablo, y después de estar sin comer cuarenta días y cuarenta noches, al final sintió hambre.
Entonces se le acercó el tentador y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, ordena que estas piedras se conviertan en pan".
Pero Jesús le respondió: "Dice la Escritura: El hombre no vive solamente de pan, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios".
Después el diablo lo llevó a la Ciudad Santa y lo puso en la parte más alta de la muralla del Templo. Y le dijo: "Si eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues la Escritura dice: Dios dará órdenes a sus ángeles y te llevarán en sus manos para que tus pies no tropiecen en piedra alguna".
Jesús replicó: "Dice también la Escritura: No tentarás al Señor tu Dios".
A continuación lo llevó el diablo a un monte muy alto y le mostró todas las naciones del mundo con todas sus grandezas y maravillas. Y le dijo: "Te daré todo esto si te arrodillas y me adoras".Jesús le dijo:"Aléjate, Satanás, porque dice la Escritura: Adorarás al Señor tu Dios, y a El solo servirás".
Entonces lo dejó el diablo y se acercaron los ángeles a servirle.
En el primer domingo de Cuaresma, la liturgia pone ante nuestros
ojos la imagen de Jesús enfrentando como nosotros a las atracciones del mal. Jesús
fue tentado realmente, no aparentemente tentado como afirmaron algunos
herejes. Quiso someterse a la tentación para estar cerca de los que son
tentados y para que nada de la existencia humana quedara sin ser asumido por
él, verdadero Dios y verdadero hombre.
Aun cuando su conciencia humana estuvo iluminada y sostenida en
cada momento por la acción del Espíritu divino –que le hacía vivir por completo
unido a Dios como su Padre–, Jesús tuvo que resolver la disyuntiva de optar por
el poder y el éxito según el mundo o por el camino de cruz que su Padre, le
ofrecía para realizar la salvación de sus hermanos; y esta disyuntiva significó
para él una lucha interior que le llevaría al final a clamar: Padre …, aparta de mi este cáliz; pero no se
haga mi voluntad sino la tuya. Esta es la tentación que acompañó a Jesús hasta
la cruz. Las tentaciones en el desierto describen los componentes de esa
tentación constante que tuvo que enfrentar.
Dice el texto que el
espíritu condujo a Jesús al desierto para que el diablo lo tentara. Pasar
por el desierto equivale a pasar una prueba, vivir una crisis. Desierto,
tentaciones y pruebas forman parte de la vida. No son catástrofes; son
situaciones en las que se ponen de manifiesto las propias vulnerabilidades,
pero también lo mejor de cada uno. Enfrentadas y sostenidas en la fe, las
crisis y tentaciones pueden ser fuente de nuevas posibilidades; por ellas se consolida
nuestra identidad y personalidad, aunque siempre implican un riesgo y pueden
producir algún desgaste.
Para seguir a Jesús necesariamente hay que pasar por la tentación
y la prueba que purifica el corazón de todo apego a la posesión, al éxito, a
los placeres o a cualquier otra realidad terrena que lleva a olvidar los
valores del evangelio. Seguir a Jesús es vivir un proceso de liberación
interior de nuestras contradicciones e inconsecuencias.
Jesús ayunó cuarenta días y
cuarenta noches. El número simbólico evoca los cuarenta años que pasó Israel
en el desierto. Es como decir: un largo período. Lo importante es que, con
Jesús, nuevo Moisés, se da el éxodo a la verdadera y plena libertad.
Después
de haber ayunado, tuvo hambre; y ahí fue cuando el diablo lo
tentó. La tentación siempre se engancha al hambre, a la necesidad, cualquiera
que sea. Por eso, las tentaciones tienen siempre apariencia de bien. En el caso
de Jesús, del tentador le dice: ¡Si eres
el Hijo de Dios! Es como decirle: ¿Acaso no es bueno que te manifiestes como
Dios de tal manera que nadie pueda dudar de ti? Los peores males se han
cometido en aras de las mejores causas. Hasta en nombre de Dios y de la
religión, se han cometido y se cometen atrocidades.
1ª
tentación: Si eres el Hijo de Dios,
manda que estas piedras se conviertan en panes. La tentación consiste en
hacer de la obra salvadora un proyecto económico para beneficio propio. Es como
si el tentador dijera: “pon todo en función de tu ganancia personal y verán que
eres Dios”. El pan y el dinero con que se adquiere se convierten en lo que más vale
en la vida.
Nos ocurre a nosotros cuando ponemos lo económico, dinero y bienes
materiales, como el principio absoluto en la organización de nuestra vida
personal, familiar o social. De la absolutización del bienestar material surgen
las luchas y discordias, las injusticias y opresiones. Fácilmente olvidamos que
los bienes materiales no son un fin sino un medio, que tienen una finalidad a
la que deben orientarse y que, finalmente, se acaban.
El
amor al dinero es la raíz de todos los males; algunos, por codiciarlo, se han
apartado de la fe y se han ocasionado a sí mismos muchos males
(1 Tim 6,10). El hombre, pues, pretende autodeterminarse con lo que gana,
aunque sea sin tener en cuenta a los demás y a Dios. En el caso de Jesús: la tentación
consiste en usar los medios mesiánicos para el servicio de sí mismo.
2ª
tentación: Tírate abajo, porque está
escrito: Dará órdenes a sus ángeles para que te lleven en brazos… Es la tentación
central: hacer que Dios haga lo que a mí me plazca, en vez de hacer su voluntad.
Querer que Dios nos escuche, en vez de escucharlo. Buscar un Dios a nuestro
servicio. En el caso de Jesús la tentación fue establecer una relación
interesada con Dios para que le ayude a someter al mundo con medios
espectaculares, que seduzcan en vez de convencer, que dominen en vez de
suscitar una respuesta amorosa y libre y, encima, teniendo a Dios como aliado.
3ª
tentación: Todo esto te daré si te
postras y me adoras. Es la tentación del poder. Dominar con el poder. Ante
esta tentación, Jesús reacciona de inmediato, no entra en diálogo con el
tentador. ¡Apártate de mi Satanás! Lo
mismo le dirá a Pedro, cuando éste intente desviarlo de su camino de cruz: Apártate de mí Satanás (ponte detrás,
Tentador), que me pones obstáculo. Tú no piensas como Dios, sino como los
hombres (Mt 16,23). Jesús, en cambio, nos revelará en qué consiste la verdadera
libertad: en poner la vida al servicio de todos, sin dominar a nadie, para que
nadie viva oprimido o dominado.
Que el Espíritu del Señor nos guíe en nuestro camino cuaresmal y
aprendamos a salir victoriosos de nuestras tentaciones, sabiendo discernir en
cada circunstancia cuál es la voluntad de
Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto (Rom 12,2). Que nuestras
prácticas penitenciales, concretamente el ayuno, nos recuerden que la vida es
un don, no proviene del alimento sino de Dios creador. Así reconoceremos
agradecidos que Dios es vida y que nuestro pan de cada día es un don que él nos
hace.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.