P. Carlos Cardó
Desconsuelo, oleo sobre lienzo de
Eduardo Kingman (1981), Casa-Museo Posada de las Artes, Quito, Ecuador
Jesús dijo: "Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los aliviaré. Carguen con mi yugo y aprendan de mí, que soy paciente y humilde de corazón, y sus almas encontrarán descanso. Pues mi yugo es suave y mi carga liviana".La invitación que hace Jesús, ¡Vengan a mí los que están cansados y agobiados que yo los aliviaré!, se refiere en primer lugar a los judíos que se veían forzados a practicar una religión convertida por los fariseos y doctores de la ley en una intrincada red de reglamentaciones minuciosas de la ley mosaica, que sofocaba la libertad de las conciencias y era muy difícil de cumplir (Cf. Mt 23,4).
Jesús se muestra como un maestro
muy diferente. La ley que enseña para el ordenamiento de las relaciones con
Dios y con el prójimo es un yugo suave y una carga ligera, porque es ante todo
la respuesta agradecida al amor de Dios que hace hijos e hijas a quienes creen
en Él, y quiere ser amado y respetado con libertad, no por obligación ni por
temor.
Además, la originalidad más
característica de Jesús como maestro es que no reduce su enseñanza a la
transmisión de normas y prohibiciones, sino que orienta a sus discípulos a una
adhesión a su persona y a su mensaje, que equivale a seguirlo e imitarlo. A
ello invita, no constriñe ni se impone. Ser discípulo suyo es entrar a una
comunidad de vida con Él y con sus discípulos, caracterizada por relaciones
mutuas de afecto y servicio, a través de las cuales, o al calor de las cuales,
el discípulo va asimilando la forma de ser del maestro, sobre todo su amor
misericordioso para con los pobres y los que sufren.
Se puede
afirmar que la práctica de la fe cristiana hoy está muy lejos de aquella
religión legalista impuesta por el judaísmo fariseo. Pero no cabe duda que
pervive aún como mentalidad en personas que buscan la seguridad de contar con
el favor de Dios gracias al cumplimiento de lo que está mandado. Se observa así
la ley moral más por el temor al castigo o la esperanza del premio, que por el
amor y gratitud hacia el Padre; pudiendo llegar incluso a un cumplimiento escrupuloso
y rigorista de los detalles de la ley, pero sin poner en ello el corazón, que
es lo que Dios reclama.
Jesús llevó a la perfección y
condensó toda la moral en su único y principal mandamiento. Pues la Ley entera se resume en una frase:
Amarás al prójimo como a ti mismo (Gal
5,14). Una religión legalista es fatiga y opresión y se convierte en muerte
porque degenera en la vanagloria de hacer las cosas para ser visto, en la hipocresía
que lleva a juzgar a los demás, y en la soberbia de quien no puede aceptar la
salvación como un don, porque prefiere tener la seguridad de ganársela con las
obras que hace y los deberes que cumple. El amor cristiano, en cambio, pone a
la ley en su lugar, de medio y no de fin. Este amor mueve a curar a un enfermo aunque
la ley prohíba hacerlo en día sábado, y lleva a sentarse a la mesa con publicanos
y pecadores, aunque éste sea un comportamiento criticable.
Vengan,
yo los aliviaré. La nueva ley del amor que Jesús trae
ensancha el corazón, alivia y descansa, es justicia nueva, que nos hace confiar,
no en lo que podemos lograr con nuestros esfuerzos para santificarnos, sino en
lo que puede hacer en nosotros el amor de Dios (1 Cor 5,10).
Responder a la invitación del
Señor –Vengan a mí y yo los aliviaré–
es, en definitiva, aprender del corazón de Jesús mansedumbre, humildad,
sencillez y amabilidad. En otras palabras, vivir como hermanos y hermanas. En
esto consiste la verdad que libera,
que hace vivir en autenticidad, capaces de alegría y creatividad, de grandeza
de ánimos y corazón ensanchado.
Corazón de Jesús haz nuestro
corazón semejante al tuyo.
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