P.
Carlos Cardó SJ
San
José con el Niño Jesús, óleo sobre lienzo de Guido Reni (1580), Museo del
Hermitage, San Petersburgo, Rusia
En aquel tiempo, había una profetisa, Ana, hija de Fanuel, de la tribu de Aser. Era una mujer muy anciana. De joven, había vivido siete años casada y tenía ya ochenta y cuatro años de edad. No se apartaba del templo ni de día ni de noche, sirviendo a Dios con ayunos y oraciones.(Cuando José y María entraban en el templo para la presentación del niño), se acercó Ana, dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel.Una vez que José y María cumplieron todo lo que prescribía la ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con Él.
Vienen luego dos frases sintéticas de la vida de Jesús en Nazaret: Cuando
(sus padres) cumplieron las cosas prescritas en la ley del Señor, volvieron a
Galilea, a su ciudad de Nazaret. El niño crecía y se fortalecía, llenándose de
sabiduría y la gracia de Dios estaba en él.
Más adelante, Lucas dirá algo muy semejante y conciso: Bajó con ellos a Nazaret y vivía sujeto a sus padres. Su madre
conservaba cuidadosamente todos estos recuerdos en su corazón. Y Jesús crecía
en edad, estatura y gracia ante Dios y los hombres (Lc 2, 50-53)
En esas frases está todo lo que el evangelio nos dice de esos treinta
largos años de Jesús en Nazaret que, por ello los designamos como la “vida
oculta”. Jesús mismo no hablará para
nada de ella. Nada hay en los relatos bíblicos que satisfaga nuestra
curiosidad.
Se podría pensar, por ello, que en este mismo silencio, en este
“no saber nada o casi nada” podríamos descubrir la primera lección de Nazaret:
la lección del silencio cargado de palabra, pues no cabe duda de que la vida
oculta de Jesús tiene una fuerza profética que contradice la lógica del mundo,
que es la del triunfo, tanto más grande cuanto más sensacional.
Pero esa forma de revelarse el Salvador corresponde a la
“sabiduría de Dios”. La palabra eterna, la comunicación viva y directa de Dios asume voluntariamente
la impotencia del silencio y el ocultamiento de treinta años transcurridos en
una aldea de la región más pobre y deprimida de la Palestina de entonces,
Nazaret.
La obra de Dios no hace ruido, el amor no hace ruido, no se exhibe
con publicidad, no necesita ni dinero ni poder para hacer el bien. Quedan
cuestionadas muchas de nuestras eficacias.
La vida oculta se entiende desde
la Pascua. Cuando las primeras comunidades entienden la Pascua como centro y
proyecto de todo, se asoman a los primeros momentos de la
historia de Jesús, subrayando estas dimensiones pascuales.
Dios asume la dimensión humana del
anonimato, del ocultamiento de treinta años transcurridos en una aldea de la
región más pobre y deprimida, del pasar como “uno de tantos”, ¡o como todos!— enseñándonos que
“lo cotidiano”, cualquier circunstancia humana, es valiosísima si se la llena
de amor. Clave para ello es estar en lo
del Padre (Lc 2, 49).
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