P.
Carlos Cardó SJ
Jesús
y el centurión romano, óleo sobre lienzo de Joseph-Marie Vien (1752), Museo de
Bellas Artes de Marsella, Francia
Al entrar en Cafarnaún, un centurión se le acercó y le suplicó: "Señor, mi criado está en casa, acostado con parálisis, y sufre terriblemente".Jesús le contestó: "Yo iré a sanarlo".Pero el centurión le replicó: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que pronuncies una palabra y mi criado quedará sano. También yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace".Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "Les aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita. Les digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios".
Piensa que Dios actúa en él y decide buscarlo. Pero advierte
naturalmente que no es judío, más aún es un representante de las tropas romanas
de ocupación. ¿Le querrá atender Jesús? El centurión depone toda actitud de superioridad, no puede exhibir nada a su favor, se
siente desesperado. Tiene que expresar su ruego con humildad y poner toda su
confianza en Jesús. La fe ha actuado en él, en un extranjero, soldado del
enemigo más odiado por la gente, y ha despertado en él tal confianza que antes
de que Jesús se ponga en marcha para hacer lo que le pide, proclama sin
vacilación: Señor, no soy digno de que entres
en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano.
Jesús queda admirado de la actitud del centurión y lo propone a
los judíos como modelo de fe: “Les aseguro que jamás he encontrado en Israel
tanta fe”. Afirma así que todos, judíos y extranjeros, están llamados a
experimentar el amor salvador de Dios. Como Abraham que era un extranjero y,
sin ver, creyó en la palabra de Dios y fue constituido padre de todos los
creyentes, así también el centurión pagano, sin ver, cree en el poder divino de
Jesús, y viene a ser modelo de la fe que hace extensiva a todas las familias de
la tierra la bendición de Abraham.
Sea cual sea nuestra condición o el estado en que estemos, cabe
siempre la certeza de que el Señor oirá nuestra petición. “Pidan y se les
dará”. Y hay que dejar a Dios enteramente el curso de los acontecimientos. El
verdadero creyente no necesita signos y prodigios para tener la certeza del
amor del Señor; cree en su amor por la Palabra que refiere lo que Él ha hecho
por nosotros, y eso le basta. La confianza es base de la fe y del amor. No
exige demostraciones para verificar la credibilidad del otro. Cuando se exigen
pruebas para poder creer en él y serle fiel, simplemente se le ha dejado ya de
amar.
Dios nos ha mostrado su amor en la entrega de su Hijo y Jesucristo
atestigua su credibilidad con la
absoluta coherencia de su mensaje y de su conducta, y sobre todo con la entrega
de su persona. “No hay mayor amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).
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