P.
Carlos Cardó SJ
Ecce
agnus Dei, óleo sobre lienzo de Phillippe de Champaigne (1670 – 1674), Museo de
Pintura y Escultura de Grenoble, Francia
Dijo Jesús: «¿Con quién puedo comparar a la gente de hoy? Son como niños sentados en la plaza, que se quejan unos de otros: Les tocamos la flauta y ustedes no han bailado; les cantamos canciones tristes y no han querido llorar. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dijeron: Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. Con todo, se comprobará que la Sabiduría de Dios no se equivoca en sus obras».
Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en
representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro;
si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo,
había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que
llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan.
Vino
Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la
práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron
un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la
venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen
un Dios severo y exigente.
El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de discernir,
obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Hacen lo contrario de lo
que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y lo peor de todo es
que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la voluntad de
Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la inminencia del
juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer fiesta por el triunfo
del amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen por loco y endemoniado;
a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de publicanos y pecadores.
Pero
la sabiduría ha quedado avalada por sus obras,
añade Jesús. Con estas palabras
invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a
Él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que
su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de
ellas Dios ofrece a todos el don de su salvación. En su mensaje se dan las dos
cosas: se exhorta a la conversión, y se hace sentir la alegría del perdón.
¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto? Bodas y duelo, alegría y
tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para
llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4).
No todo puede ser pena y remordimiento, ni todo fiesta y diversión. Se exige
discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y valor para cambiar,
encauzar o dominar las propias tendencias. No siempre el hacer lo que a uno le
parece es signo de una personalidad definida; la terquedad y obstinación pueden
rechazar la verdad que los otros me muestran.
La terquedad caprichosa que nunca quiere lo que se le ofrece es
clara señal de inmadurez. Y muchas veces, quienes así actúan (como los niños de
la parábola) es porque realmente no saben lo que quieren; lo quieren todo y no
quieren ni sujetarse a nada ni renunciar a nada. Esta contradicción, raíz de
tantos conflictos personales, manifiesta en el fondo una
gran incapacidad de decisión, es decir, no son verdaderamente libres.
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