P. Carlos Cardó SJ
Cristo bendice a los niños, óleo sobre lienzo de Lucas Cranach el
joven (1545 – 1150 aprox.), Museo Metropolitano de Arte (MET), Nueva York,
Estados Unidos
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"¿Con quién puedo comparar a los hombres del tiempo presente? Son como niños sentados en la plaza, que se quejan unos de otros: ‘Les tocamos la flauta y no han bailado; les cantamos canciones tristes y no han querido llorar’. Porque vino Juan el Bautista, que no comía pan ni bebía vino, y dijeron: Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. Sin embargo, los hijos de la Sabiduría la reconocen en su manera de actuar".
Jesús critica duramente a sus oyentes porque no han aceptado el
mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de Él y de Juan Bautista. En otros
pasajes, los llama generación adúltera
porque rechazan la alianza que Dios ha establecido con su pueblo Israel; y generación pecadora (Lc 11,29-30; Mt 12,
39), porque siguen otros caminos, no
los del mandamiento del amor.
El lenguaje de Juan Bautista les ha parecido duro, intransigente,
y lo han considerado un loco, un endemoniado, y se han mofado de él
considerando su predicción como un mero espectáculo. Asimismo, el lenguaje de Jesús,
que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la
misericordia, lo han considerado blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los
compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños
caprichosos que intentan afirmar su independencia yendo en contra del parecer
de los demás.
La parábola que emplea hace
alusión probablemente a un juego infantil, que consistía en representar con
música de flauta las bodas y el duelo; si la música era alegre, de bodas, había
que danzar; si era triste, de duelo, había que fingir el llanto. Los
contemporáneos de Jesús se empeñan en jugar su propio juego, cuando había que
llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan. Hacen lo contrario de
lo que Dios les propone. Y la razón es que han endurecido el corazón.
Vino
Juan, con su porte austero y su mensaje de justicia y penitencia, pero
lo consideraron un espectáculo de diversión. Oyen ahora el mensaje de amor que
Dios les transmite por medio de Jesús y exigen un Dios severo y exigente. El
corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de discernir, obstaculiza la
acción de Dios y frustra sus planes. Y lo peor de todo es que lo hacen seguros
de ser lo únicos intérpretes válidos de los planes de Dios.
Se negaron a convertirse cuando
Juan les habló de la inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús
los invita a alegrarse y hacer fiesta por el amor misericordioso de Dios. Al
Bautista lo tuvieron por loco, endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y
borrachín, amigo de publicanos y pecadores (Lc
7,34).
Pero
la sabiduría ha quedado acreditada por todos los que son sabios,
afirma Jesús. En el texto paralelo de
Mt 11, 16-18, la sabiduría designa al mismo Jesús, portador de la alegría del
reino, iniciador de las nupcias de Dios con su pueblo. En Lucas, la sabiduría
parece aludir más bien al plan de salvación de Dios, prometido por Juan
Bautista y realizado por Jesús. Los sabios son los que acogen y viven el
mensaje de salvación. Ellos acogieron la invitación a la penitencia hecha por
el Bautista y se alegran con el mensaje que Jesús les trae de parte de Dios.
Reconocen así la sabiduría divina, es decir, su justicia, y la escuchan.
La situación descrita se repite constantemente.
Basta que una persona adopte un comportamiento coherente con su fe cristiana, y
mucho más si se compromete activamente en el trabajo por la Iglesia o por el
cambio de la sociedad, para que quienes no quieren un mensaje así lo critiquen,
le den la espalda o se rían de él. No aceptan una fe religiosa que los va a
llevar a dar lo que no quieren dar.
Pero los pequeños, los pobres y
los excluidos, que no tienen intereses económicos ni poderes sociales o
políticos que defender, ven allí una prueba de la validez del evangelio y dan la
razón a quienes obran así. Esas personas coherentes con su fe, son los
discípulos fieles y generosos, los “hijos de la sabiduría”, que siguen
reconociendo en Jesús la revelación y actuación del plan de Dios que es capaz
de cambiar la historia, la eficacia del amor que transforma la realidad, es
decir, la “sabiduría” de Dios.
Muchas otras aplicaciones puede
tener la pequeña parábola de Jesús. Ella nos hace ver de qué manera más o menos
definida o ambigua, sutil o grosera, intentamos traer a Dios a nuestro propio
querer e interés y no nos determinamos a seguir lo que el Señor nos pide.
Asimismo, bodas y duelo, alegría y
tristeza, son parte de la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo
para llorar y un tiempo para reír (Eclesiástes
3,4). No todo puede ser llanto y melancolía, ni todo fiesta y diversión. Se
exige discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y coraje para
cambiar o dominarse.
Puede decirse, en fin, que no
siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad definida;
la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me muestran.
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