lunes, 11 de noviembre de 2024

Diversas recomendaciones (Lc 17, 1-6)

 P. Carlos Cardó SJ

La parábola del perdón, óleo sobre lienzo de James Eckford Lauder (1847), Galería de Arte Walker, Liverpool, Reino Unido

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No es posible evitar que existan ocasiones de pecado, pero ¡ay de aquel que las provoca! Más le valdría ser arrojado al mar con una piedra de molino sujeta al cuello, que ser ocasión de pecado para la gente sencilla. Tengan, pues, cuidado.
Si tu hermano te ofende, trata de corregirlo; y si se arrepiente, perdónalo. Y si te ofende siete veces al día, y siete veces viene a ti para decirte que se arrepiente, perdónalo".
Los apóstoles dijeron entonces al Señor: "Auméntanos la fe".
El Señor les contestó: "Si tuvieran fe, aunque fuera tan pequeña como una semilla de mostaza, podrían decirle a ese árbol frondoso: 'Arráncate de raíz y plántate en el mar', y los obedecería".

Con una frase sumamente severa Jesús hace ver aquello que constituye lo contrario de la ley de la caridad y del amor: el escándalo. Escándalo es toda acción, gesto o actitud que induce a otro a obrar el mal. Los pequeños, los niños, y la gente sencilla creen ya en Dios, pero las acciones y conducta de los mayores (sobre todo, obviamente, cuando es en contra de ellos mismos, de su dignidad de personas y con abuso y violencia) pueden hacerles difícil la fe. Nada hay más grave que inducir a pecar a los débiles o quitarles la confianza que deben tener en Dios. La advertencia es tajante: quienes no respetan a los pequeños y se convierten en sus seductores acaban de manera desastrosa.

¡Tengan cuidado! dice Jesús. No sólo para no llegar nunca a escandalizar a otros, sino porque uno puede también ser escándalo para sí mismo. En este sentido, Jesús nos exhorta a que tengamos cuidado con nosotros mismos y miremos nuestro interior, de donde surgen los conflictos. Así mismo es necesario que cada cual se pregunte dónde radican las posibles ocasiones de pecado, para renunciar a ellas y evitarlas. Por eso emplea también Jesús frases muy severas como: Si tu mano, tu pie o tu ojo son ocasión de escándalo…, córtatelo”, frase hiperbólica, gráfica, de gran fuerza expresiva, que obviamente no significa mutilación, sino el deber de llegar una opción firme y decisiva en favor de los valores del evangelio.

A continuación Jesús habla del perdón; ya habló de él en otras ocasiones, y dice: Si tu hermano peca, repréndelo, y si se arrepiente, perdónalo. Y si peca contra ti siete veces al día y otras tantas veces viene a decirte: ‘Me arrepiento’, perdónalo. Jesús hace conscientes a sus discípulos de un hecho inevitable: en su comunidad habrá ofensas mutuas, infidelidades y perjui­cios. Y no duda en recomendar: hay que perdonar siempre.

El perdón no niega la realidad del mal cometido. Al mismo tiempo supone los sentimientos naturales de disgusto, enfado e indignación ante la injusticia. Pero ahí justamente donde uno podría tener cabida al odio, al rencor y la venganza, instintos de muerte que dañan en primer lugar a quien se deja atrapar por ellos, el perdón abre la posibilidad de restablecer buenas relaciones, poniendo fin a la persistente amenaza.

“Si al acercarte a la Eucaristía caes en la cuenta de alguna ofensa inferida a tu prójimo, por la cual él te guarda rencor, no puedes entrar en la iglesia, como si nada hubiera ocurrido. Entrarás tal vez en el recinto material, pero no en la comunidad. Ésta no te acoge; donde tú estés, se rompe. La comunidad es el lazo sagrado que une aquí a los hombres, por cuanto va de Dios al hombre y del hombre a Dios. Pero si has ofendido a “tu hermano”, es decir, a uno cualquiera de tus semejantes, y él te guarda rencor, entonces entre tú y él se alza un muro que destruye esa unión sagrada. En cuanto de ti depende, deja de existir la comunidad. Si ha de restablecerse –y tú eres responsable de que así suceda- será menester que vuelvas a poner las cosas en su punto” (Romano Guardini).

Quizá no hayamos tenido que hacer nunca o no tengamos que llegar en el futuro a un acto heroico de perdón, afortunadamente. Pero podemos practicar el perdón en todas las  pequeñas humillaciones, decepciones, malentendidos, ingratitudes, abusos, que la vida ordinaria lleva consigo. Por eso rezamos como el Señor nos enseñó: “perdónanos nuestras ofensas como nosotros perdonamos a los que nos han ofendido”

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