P. Carlos Cardó SJ
Herodías mutilando la
cabeza de Juan Bautista, óleo sobre lienzo de Pieter de Grebber (1640 aprox.
Restaurado en 1985), Wellcome Trust Collection, Londres, Inglaterra
En aquel tiempo, Herodes había mandado apresar a Juan el Bautista y lo había metido y encadenado en la cárcel.Herodes se había casado con Herodías, esposa de su hermano Filipo, y Juan le decía: "No te está permitido tener por mujer a la esposa de tu hermano". Por eso Herodes lo mandó encarcelar.El interés principal de Marcos en todo su evangelio es dar a conocer la identidad de Jesús, responder a la pregunta que Jesús planteará a sus discípulos: Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Para ello refiere cómo fue visto por sus parientes y sus paisanos, por los maestros y jefes religiosos, por la autoridad política y por el pueblo sencillo.
Herodías sentía por ello gran rencor contra Juan y quería quitarle la vida, pero no sabía cómo, porque Herodes miraba con respeto a Juan, pues sabía que era un hombre recto y santo, y lo tenía custodiado. Cuando lo oía hablar, quedaba desconcertado, pero le gustaba escucharlo.La ocasión llegó cuando Herodes dio un banquete a su corte, a sus oficiales y a la gente principal de Galilea, con motivo de su cumpleaños.
La hija de Herodías bailó durante la fiesta y su baile les gustó mucho a Herodes y a sus invitados.
El rey le dijo entonces a la joven: "Pídeme lo que quieras y yo te lo daré". Y le juró varias veces: "Te daré lo que me pidas, aunque sea la mitad de mi reino".Ella fue a preguntarle a su madre: "¿Qué le pido?".
Su madre le contestó: "La cabeza de Juan el Bautista".
Volvió ella inmediatamente junto al rey y le dijo: "Quiero que me des ahora mismo, en una charola, la cabeza de Juan el Bautista".El rey se puso muy triste, pero debido a su juramento y a los convidados, no quiso desairar a la joven, y enseguida mandó a un verdugo que trajera la cabeza de Juan.
El verdugo fue, lo decapitó en la cárcel, trajo la cabeza en una charola, se la entregó a la joven y ella se la entregó a su madre.Al enterarse de esto, los discípulos de Juan fueron a recoger el cadáver y lo sepultaron.
Va haciendo ver que Jesús echa por tierra esquemas y estereotipos
prefabricados sobre el modo como Dios se revela, actúa y juzga. Con su modo de
revelar a Dios, Jesús desenmascara el sistema montado por las clases dominantes
para mantener sus privilegios y ganancias, condena las alianzas que se forjan entre
el poder religioso y el político para mutuo beneficio y, sobre todo, revela el
amor salvador e incondicional de un Dios padre de todos, que a todos llama,
pero muestra una particular predilección por los indefensos y los de limpio
corazón.
Por todo ello, Jesús se irá convirtiendo en un peligro para el
poder establecido, que ve necesario rechazarlo con violencia. Puede verse aquí
el motivo por el que Marcos relata amplia y detalladamente la muerte del
Bautista, que prefigura la del Salvador, de quien fue el precursor.
Todos los elementos que entran en juego en el encarcelamiento
y muerte del Bautista aparecerán después en la pasión y muerte de Jesús: la
maldad humana, la hipocresía y doblez, las intrigas, la corrupción de las
costumbres y de las instituciones, la injusticia, es decir, todo aquello que el
evangelio de Juan designa como la maldad, el odio y la ceguera del mundo (cf. Jn
9, 39-41; 15, 18-21).
Domina la narración de la muerte de Juan la figura femenina de
Herodías, que es presentada como su verdadera enemiga. Lo odia a muerte porque
ha reprobado su unión con Herodes, estando aún vivo el hermanastro de éste con
quien estaba casada. No te es lícito tener a la mujer de tu hermano, le había
dicho Juan a Herodes, condenando su acción escandalosa. Por eso Herodías busca
la manera de suprimirlo, pero choca con la resistencia de su concubino que teme
a Juan porque sabe que es un hombre santo y cuando le oye hablar le deja perplejo.
La ocasión propicia para doblegar su resistencia y llevar a
cabo su mal propósito, la encuentra Herodías en el banquete que el rey organiza
por su cumpleaños, invitando a los grandes de su corte. En medio de la fiesta
salta a la escena la hija de Herodías (llamada Salomé por el historiador Flavio
Josefo), baila en el centro del salón y entusiasma al rey y a sus invitados.
Por pura jactancia, Herodes le promete a su hijastra, bajo
juramento, que le dará lo que ella pida, aunque sea la mitad de su reino. El
plan de Herodías tendrá éxito; con descarado cinismo manda a su hija que pida
la cabeza del Bautista. El rey se entristeció, pero a causa del juramento y de
los invitados, no quiso contrariarla. Y fue así como, de inmediato, fue
martirizado el inocente. La muchacha llevó a su madre la cabeza del Bautista.
La maldad se impuso.
El poder del mal, activado por el adulterio, el falso honor y
la frivolidad, quita de en medio al testigo que lo contradice y descalifica. Es
la suerte del profeta que cae por denunciar la corrupción de las costumbres. A
los ojos del mundo la verdad y la justicia del profeta pierden. Pero en
realidad él sale vencedor. Su muerte demuestra que los valores que ha defendido
valen más que la vida: no es un simple perdedor, es un mártir. Eso fue Juan
Bautista y su muerte sangrienta anticipó la de Jesús, el testigo fiel (Ap 1, 5;
Hebr 12,2).
La Iglesia, fijos los ojos en Jesús, autor y consumador de la
fe (Hebr 12,2), perdería toda credibilidad si no recorriera hoy, como en sus
comienzos, el camino profético trazado por su Maestro, en la defensa de Dios y
de la vida de todo ser humano. Libre de toda atadura terrenal, se hace capaz de
testimoniar con su palabra y sus acciones la justicia que se nos ha manifestado
en Jesús.
Como Él, será siempre un signo de contradicción para todo
aquello y todos aquellos que defienden sistemas sociales y modos de vida
contrarios a la dignidad de la vida humana y a los valores del evangelio.
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