lunes, 17 de agosto de 2020

El joven rico (Mt 19, 16-26)

P. Carlos Cardó SJ
El joven rico, acuarela opaca sobre grafito de James Tissot (1886 – 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York
Un hombre joven se le acercó y le dijo: «Maestro, ¿qué es lo bueno que debo hacer para conseguir la vida eterna?».Jesús le contestó: «¿Por qué me preguntas sobre lo que es bueno? Uno solo es el Bueno. Pero si quieres entrar en la vida, cumple los mandamientos».El joven dijo: «¿Cuáles?».Jesús respondió: «No matar, no cometer adulterio, no hurtar, no levantar falso testimonio, honrar al padre y a la madre y amar al prójimo como a sí mismo».El joven le dijo: «Todo esto lo he guardado, ¿qué más me falta?».Jesús le dijo: «Si quieres ser perfecto, vende todo lo que posees y reparte el dinero entre los pobres, para que tengas un tesoro en el Cielo. Después ven y sígueme».Cuando el joven oyó esta respuesta, se marchó triste, porque era un gran terrateniente.
¿Qué debo hacer para alcanzar la vida eterna? Según Mateo, quien hizo esta pregunta a Jesús fue un joven, pero Marcos dice simplemente que uno se le acercó, y Lucas añade que fue un hombre importante. Sea como fuera, se trata de la pregunta que, en general, se plantea toda persona cuando se pone a pensar qué va a hacer con su vida.
El joven del relato quiere que se le diga cuál debe ser la dirección que debe dar a su vida y la actitud práctica que debe asumir para conseguirlo. Y como es un judío piadoso lo piensa en términos religiosos: cómo puede estar bien con Dios para llegar a participar en su reino futuro y salvarse.
Las formas de expresar esta cuestión capital pueden variar, pero tarde o temprano toda persona se pregunta: ¿Qué debo hacer para alcanzar la felicidad y realizarme plenamente? Además, si es sincero, reconoce por experiencia que no todas sus acciones han estado bien dirigidas, que no puede guiarse sólo por los impulsos de sus instintos, y que algunas veces se ha equivocado porque su mente no puede abarcar todos los aspectos de la realidad. Advierte, en fin, que en su corazón se anidan afectos y pasiones que le quitan libertad y le impiden tomar decisiones acertadas.
La respuesta de Jesús tiene dos partes, conforme a la reacción del joven. Primero le dice que la condición indispensable es el cumplimiento de los mandamientos de la ley de Dios, y le enumera cinco que tienen que ver con los deberes para con el prójimo, (cf. Gén 20, 12-16; Dt 16,20), añadiendo: ama a tu prójimo como a ti mismo (Lv 19, 18), como para reforzar la idea de que la salvación depende del amor a los demás (cf. Rom 13,9; Gal 5, 14). A continuación, al oír que el joven afirma haber cumplido todo eso y que quiere saber concretamente qué le falta, Jesús le dice: Si quieres ser perfecto, vende lo que tienes, da el dinero a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– y luego ven y sígueme.
El término perfecto llevó a pensar durante mucho tiempo que estaba allí el fundamento de la vocación a la vida religiosa, considerada como “estado de perfección”, por la práctica de los votos de pobreza, castidad y obediencia. Pero Jesús no designa con ser perfecto ninguna actitud moral, ni virtud reservada solamente a unos cuantos llamados, sino la integridad de las condiciones que ha de cumplir todo aquel que quiere alcanzar la vida eterna.
Perfecto significa completo, acabado, pleno. Y en este sentido, hay allí una alusión a lo imperfecto de la ley judía, que debe perfeccionarse con el seguimiento de Jesús y la adhesión a su persona. La ley antigua, los mandamientos, son necesarios pero no bastan. Al cristiano se le pide seguir e imitar a Jesús en su libertad frente a todas las cosas, para poder mantenerse disponible a la voluntad del Padre, usar los bienes tanto cuanto convenga para no estar atado a nada, solidarizarse con los necesitados, compartir con ellos sus bienes y tener a Dios como lo más importante de todo.
Eso significa tendrás un tesoro en el cielo, que ha de entenderse como: Dios será tu tesoro. Y como donde está tu tesoro, allí está tu corazón, equivale en definitiva a tener a Dios en el centro y en lo más vital de la persona.
El camino que Jesús le muestra al joven rico –que a todos nos representa– no es, pues, una disciplina ascética de renuncia de los bienes a fin de lograr un equilibrio interior, libre de ansias de posesión o de disfrute. Lo que hace ver es que seguirlo e imitarlo es vivir en Dios y para Dios; es experimentar ya en la tierra la felicidad bienaventuranza de los que, libres frente a todo, pobres hasta de sí mismos¸ se sienten colmados perfectamente y dan a su vida una calidad que Dios reconoce eternamente. Pablo dirá: Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él… (2 Tes 2, 11-12).
El joven rico, después de oír a Jesús, se entristeció porque tenía muchos bienes y se fue. Le pareció imposible lo que Jesús le proponía, ni siquiera se detuvo a preguntarle cómo se podía lograr, ni tampoco reconoció: Creo, Señor, pero aumenta mi fe. Se fue, simplemente, y nunca más se supo de él. Y da pena en verdad porque dice Marcos (10, 21) que Jesús lo había mirado con especial afecto…
Asimismo los discípulos se quedaron impresionados y dijeron: – Entonces, ¿quién podrá salvarse? Con su respuesta, Jesús confirma lo difícil que es liberarse del apego a las riquezas y bienes que el mundo ofrece. Nadie es libre totalmente ni puede lograr, sin la ayuda de Dios, la libertad de corazón que se requiere para no atarse a nada. La libertad es don divino por excelencia, que crece con la generosidad de la propia entrega y con el servicio. Por eso dice el Señor: Para los hombres esto es imposible, pero no para Dios.

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