P. Carlos Cardó SJ
Parábola de los trabajadores en la viña, óleo sobre
lienzo de Johann Christian Brand (1769), Academia de Bellas Artes de Viena,
Austria
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: ‘Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo’.Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: `¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?’ Ellos le respondieron: ‘Porque nadie nos ha contratado’. Él les dijo: `Vayan también ustedes a mi viña’.Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: ‘Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros’. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: ‘Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor’.Pero él respondió a uno de ellos: ‘Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?’ De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos".Los últimos serán los primeros y los primeros serán los últimos. De ninguna manera esta frase alienta la incompetencia y la mediocridad. Los talentos que Dios da hay que hacerlos producir. Procurar mejorar en todo, perfeccionarse en los estudios, progresar profesionalmente, es lo que toda persona debe hacer por su propio bien y el de la sociedad. Pero si la motivación para lograrlo no es la de servir mejor, sino únicamente el lucro, la autocomplacencia y el provecho egoísta, eso no sirve para nada desde el punto de vista cristiano.
Lo dice San Pablo: Ya puedo yo hablar las lenguas de los hombres y de los ángeles, pero si
no tengo amor soy como un bronce que suena o unos platillos que hacen ruido
(1Cor 13,1). En otras palabras, ya puedo ser un “triunfador” según el mundo,
pero si no actúo por amor no merezco ninguna alabanza.
La parábola es sencilla: el dueño de la
viña, que representa al Padre del cielo, contrata a toda clase de obreros y a
todos les paga un mismo jornal. Unos van a trabajar a primera hora, otros al
mediodía y otros cuando la jornada ya concluye; cada uno cuando lo llama el
Señor. A todos, en el tiempo propicio, cuando el Señor así lo dispone, nos toca
la gracia.
Jesús toma
distancia de la justicia humana, que a veces puede ser parcial y deficiente. El
“dar a cada uno lo suyo” puede
fomentar las desigualdades cuando exigimos desde nuestros derechos adquiridos, buscando
incrementar lo que ya tenemos, sin pensar primero en asegurar las necesidades más
urgentes que otros padecen. La justicia de Jesús es de otro orden: para Él, los
últimos han de ser tratados como los primeros. La caridad y la misericordia
coronan la justicia. Dios no se rige tanto por la justicia del derecho sino por
la gracia.
Sin darnos
cuenta podemos trasladar a nuestra relación con Dios la lógica contable y
lucrativa que rige los intercambios económicos. La relación con Dios no se basa
en inversiones y ganancias, méritos y recompensas. Dios es amor gratuito y
sobreabundante. Y su modo de obrar nos debe mover a ser agradecidos y
desinteresados.
Querer llevar
una vida recta y hacer obras buenas para asegurarnos un premio aquí o en el más
allá, es obrar como los primeros trabajadores de la viña que se quejan de que
los últimos reciban igual salario; ellos quieren recibir más por sus méritos
propios, no por gracia del Señor. No han conocido la justicia del reino, no han
aprendido la lección de la gratuidad, núcleo central del amor.
Así se portó
Jonás cuando vio que Dios perdonaba a los habitantes de Nínive, que él juzgaba merecedores
de castigo. Así se portó también el hijo mayor que se quejó contra su padre
porque mandó celebrar un banquete por el regreso del hijo pródigo. Lo mismo ocurría en la primitiva Iglesia con los cristianos procedentes
del judaísmo, que se quejaban porque los venidos del paganismo tenían en la
Iglesia igual rango y derechos que ellos. Jesús mismo tuvo que enfrentar esta
dificultad: los judíos no podían comprender que Dios ofreciera el don de la
salvación a judíos y no judíos, como Él afirmaba. Por eso declaró: Vendrán muchos de oriente y occidente y se sentarán
con Abrahán, Isaac y Jacob en el reino de los cielos, mientras que los hijos
del reino serán echados fuera, a la tiniebla (Mt 8,11-12).
Finalmente, esta
página del evangelio nos abre los ojos a una realidad siempre actual: muchos por
el cargo que ocupan o por las buenas obras que practican adquieren relevancia y
llegan a creerse superiores a los demás. Pero la verdad es que ante Dios no podemos
esgrimir derechos adquiridos ni exhibir méritos, pues los que consideramos “últimos”
pueden estar delante de nosotros ante Dios.
Seguir a
Jesús pobre y humilde, venido no a que lo sirvan sino a servir, significa superar
todo espíritu de rivalidad y codicia, desterrar todo “exclusivismo”, alegrarse
con el éxito y cualidades de los demás, admitir con gozo que otros sean
favorecidos por el Señor, que ama a todos sin distinción y gratuitamente, es
decir, sin esperar nada a cambio.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
Nota: sólo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.