P. Carlos Cardó SJ
Las vírgenes necias y las sabias, óleo sobre lienzo
de Jacopo Tintoretto (segunda mitad del siglo XVI), Museo Boijmans Van
Beuningen, Rotterdam, Países Bajos
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola:
"El Reino de los cielos es semejante a diez jóvenes, que tomando sus lámparas, salieron al encuentro del esposo. Cinco de ellas eran descuidadas y cinco, previsoras. Las descuidadas llevaron sus lámparas, pero no llevaron aceite para llenarlas de nuevo; las previsoras, en cambio, llevaron cada una un frasco de aceite junto con su lámpara. Como el esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.A medianoche se oyó un grito: ‘¡Ya viene el esposo! ¡Salgan a su encuentro!’. Se levantaron entonces todas aquellas jóvenes y se pusieron a preparar sus lámparas, y las descuidadas dijeron a las previsoras: ‘Dennos un poco de su aceite, porque nuestras lámparas se están apagando’. Las previsoras les contestaron: ‘No, porque no va a alcanzar para ustedes y para nosotras. Vayan mejor a donde lo venden y cómprenlo’.Mientras aquéllas iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban listas entraron con él al banquete de bodas y se cerró la puerta. Más tarde llegaron las otras jóvenes y dijeron: ‘Señor, señor, ábrenos’. Pero él les respondió: ‘Yo les aseguro que no las conozco’.Estén pues, preparados, porque no saben ni el día ni la hora".
Esta parábola
recoge el ceremonial típico de las bodas de Palestina
en tiempos de Jesús. Al caer la tarde, la novia con corona en la cabeza y traje
de gala esperaba al novio en casa de sus padres, en compañía de una corte de muchachas
que llevaban lámparas encendidas en sus manos. Solían ser lámparas de aceite,
de llama tenue que había que proteger del viento. Con la llegada del novio comenzaba
la fiesta que duraba varios días. Al final, el cortejo de las muchachas acompañaba
a la pareja a su nueva casa. Después de cantar himnos y plegarias, se les
dejaba para que dieran inicio a su vida de esposos.
La Biblia es el libro del amor de
Dios por la humanidad. Para describirlo, emplea frecuentemente el símbolo de la
unión conyugal. Dios es el esposo de Israel, que representa a toda la
humanidad. De comienzo a fin, pero sobre todo en las más bellas páginas
poéticas del Cantar, de Isaías y de Jeremías, la Biblia nos llena de admiración
ante la pasión de Dios por cada una de sus criaturas: tú vales mucho para mí y yo te amo (Is 43, 4).
De esta experiencia del amor de
Dios, brota la actitud de búsqueda de su presencia, que se expresa en la
metáfora del salir a su encuentro: estar
despiertos y disponibles para recibir al
Señor, alimentar la fe y no dejar que se apague, pues no
sabemos cuándo será aquel día.
Jesús nos hacer ver que el
encuentro con Dios se realiza en lo cotidiano, y que es en la vida de todos los
días donde se decide el futuro en términos de estar con Él, o estar lejos de Él.
San Pablo, por su parte, insiste en la idea de que la fe ilumina la realidad que
vivimos y mueve a responsabilidad, no permite el sueño de la pasividad, nos
despierta: La noche está avanzada y el
día se acerca; despojémonos de las obras de las tinieblas y revistámonos de las
armas de la luz… Revístanse de Jesucristo (Rom 13, 11-14).
La parábola trae esta advertencia.
Las personas previsoras, representadas en las muchachas prudentes que mantienen
sus lámparas bien preparadas, se muestran atentas a las llamadas del Señor, se
guían por las inspiraciones de su Espíritu, Espíritu del amor, y gastan sus
vidas sirviendo a los demás. Las jóvenes descuidadas, en cambio, no cumplen las
exigencias del amor, no buscan al Señor ni lo reconocen cuando pasa a su lado.
Sus vidas son un vaso vacío, lleno de frivolidad y egoísmo, sin amor. En vez de
acercarse al Señor, se alejan, hasta ya no oír su voz. Por eso, él les dirá: ¡No las conozco!, manifestando con estas
palabras la respuesta que ellas mismas le han dado. El final no es otra cosa
que lo que se ha venido dando en lo cotidiano.
Por
tanto, estén preparados, porque no saben ni el día ni la hora, es
la conclusión de la parábola. Jesús nos la dice no para meternos miedo respecto
al futuro, sino para que seamos responsables del presente.
Si el Señor nos habla con palabras
graves de la posibilidad de echar a perder la vida, si con tanta insistencia
advierte en su evangelio que hay trigo y cizaña, peces diversos, invitados con
traje de bodas o sin él, criados buenos y malos, no es para que le temamos,
sino para que asimilemos de manera más decidida sus enseñanzas. Porque nos ama,
no quiere que perezca ninguno de los que el Padre le ha dado.
Porque la vida es un regalo
precioso que debemos cuidar, Jesús nos advierte: ¡Estén preparados! Es como si nos dijese: No juegues con tu vida,
¡vale tanto para mí! Mira, ahora se te concede adquirir el aceite necesario
para que toda tu persona brille con la luz verdadera que ni la muerte podrá
extinguir. Contemplar al Señor es quedar
radiantes, dice el Salmo 32.
La voz que anuncia: ¡Ya llega el esposo, salgan a su encuentro!,
nos mueve a examinar si estamos con las lámparas encendidas aguardando y
sirviendo al Señor. Discernir sus incesantes venidas y estar vigilantes para el
encuentro definitivo significa compromiso efectivo, práctica de la fe. Lo
contrario es llevar en las manos lámparas sin aceite; su pequeña luz se apagará.
Si buscamos incesantemente al Señor, Él no nos ocultará su rostro. Nos dirá
aquello que oyó San Agustín en su interior: “Consuélate, tú no me buscarías si tú
no me
hubieses encontrado”.
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