P.
Carlos Cardó SJ
Profeta
Zacarías, óleo sobre lienzo de Nicolás Javier de Goríbar (inicios del siglo
XVIII), Iglesia de la Compañía de Jesús, Quito, Ecuador
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Jesús les dijo: "¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes son como sepulcros blanqueados, que se ven maravillosos, pero que por dentro están llenos de huesos y de toda clase de podredumbre.Ustedes también aparentan como que fueran personas muy correctas, pero en su interior están llenos de falsedad y de maldad.
¡Ay de ustedes, maestros de la Ley y fariseos, que son unos hipócritas! Ustedes construyen sepulcros para los profetas y adornan los monumentos de los hombres santos. También dicen: Si nosotros hubiéramos vivido en tiempos de nuestros padres, no habríamos consentido que mataran a los profetas. Así ustedes se proclaman hijos de quienes asesinaron a los profetas. ¡Terminen, pues, de hacer lo que sus padres comenzaron!"
¡Sepulcros
blanqueados! En esta parte de su discurso contra los fariseos, Jesús alude a la
costumbre judía de blanquear cuidadosamente las tumbas para hacerlas bien
visibles y evitar que la gente las tocase involuntariamente, quedando con ello
inhabilitados (impuros) para el culto en el templo.
Jesús critica la moral de las formas y de las apariencias, cuyo
principal empeño consiste en mantener una apariencia bien compuesta, solemne y
atractiva, pero que muchas veces puede ocultar incoherencias y maldades. Al
exterior, aparente santidad, impecabilidad y buen nombre; pero en realidad lo
que se busca es la autojustificación, llegando para ello al desprecio del amor
verdadero y de sus exigencias concretas para con el hermano.
El amor verdadero, en cambio, obra siempre con sencillez y puede
incluso parecer torpe por cierta falta de formas diplomáticas, pero ante las
injusticias y el dolor de los hermanos no se escabulle, no teme mancharse las
manos ni busca refugio en formas y discursos de mera connivencia. Así actuó
Pilato.
¡Edifican
mausoleos a los profetas! Se venera a los profetas porque
ya están muertos. Se alaban sus discursos, pero para volverlos inofensivos. Se
exaltan las cosas buenas que anunciaban, pero se callan las cosas que
denunciaban y que siguen conmoviendo las conciencias.
¡Si
hubiéramos vivido en tiempos de nuestros antepasados, no habríamos colaborado…!,
dicen los fariseos. Jesús les hace ver que es fácil criticar el pasado, darse
golpes de pecho por los pecados de los antiguos, pero no hacer nada para que no
se reproduzcan en el presente. Se llega incluso al prurito de arremeter contra
las cruzadas, la inquisición, la persecución de las brujas, la extirpación de
las idolatrías…; pero más vale arrepentirse de lo que ahora se sigue haciendo,
pues –desde muchos puntos de vista– es la misma historia de violencia. Más aún,
¿no será peor nuestra historia con su diabólico afán de consumir, explotar y
contaminar el hábitat humano, la vida en el planeta? ¿Cómo juzgarán a esta
generación las generaciones futuras?
Con sutil ironía Jesús exhorta a los fariseos a llevar a término
la obra que sus antepasados iniciaron. ¡Completen,
pues, lo que sus antepasados comenzaron! Alude a los propósitos homicidas
que aquellos mantuvieron frente a los profetas, y que les llevaron a promover o
apoyar su muerte en ejecuciones sumarias. Es lo que quieren hacer con él, les
advierte Jesús a sus oyentes.
La misma violencia con que actuaron sus antepasados les llevará a darle
muerte. Completarán así la historia del rechazo a los enviados de Dios, porque
Él es el mensajero definitivo, portador de la salvación, que les transmitió la
llamada definitiva a la conversión. Es el tema de la parábola de los viñadores
homicidas, ya propuesta por Jesús (Mt
22,1-14). Es el colmo al que llegarán los fariseos: rendir homenaje a los
antiguos profetas y matar al mesías que ellos anunciaron.
Jesús, en este punto, no
duda en emplear las amenazas que Juan Bautista dirigió a sus interlocutores (Mt
3,7). Serpientes, raza de víboras, ¿cómo
escaparán a la condenación del fuego que no se apaga? La realización de
este anuncio se cumple ahora en Jesús y en sus enviados, los evangelizadores, que
serán igualmente perseguidos como los profetas, maestros y sabios de Israel,
desde el justo Abel hasta Zacarías, cuya sangre cayó sobre el altar. La maldad
acumulada, que recae sobre el judaísmo farisaico por reproducir la maldad de
sus antepasados, tendrá un final desastroso, como advierte Jesús en la parábola
de estilo apocalíptico que viene a continuación de este texto.
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