domingo, 15 de septiembre de 2019

Homilía del Domingo XXIV del Tiempo Ordinario - Misericordiosos como el Padre (Lc 15, 1-32)

P. Carlos Cardó SJ
El retorno del hijo pródigo, óleo sobre lienzo de Rembrandt van Rijn (1668 aprox.), Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para escucharlo; por lo cual los fariseos y los escribas murmuraban entre sí: "Éste recibe a los pecadores y come con ellos".Jesús les dijo entonces esta parábola: "¿Quién de ustedes, si tiene cien ovejas y se le pierde una, no deja las noventa y nueve en el campo y va en busca de la que se le perdió hasta encontrarla? Y una vez que la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría, y al llegar a su casa, reúne a los amigos y vecinos y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la oveja que se me había perdido’. Yo les aseguro que también en el cielo habrá más alegría por un pecador que se convierte, que por noventa y nueve justos, que no necesitan convertirse.¿Y qué mujer hay, que si tiene diez monedas de plata y pierde una, no enciende luego una lámpara y barre la casa y la busca con cuidado hasta encontrarla? Y cuando la encuentra, reúne a sus amigas y vecinas y les dice: ‘Alégrense conmigo, porque ya encontré la moneda que se me había perdido’. Yo les aseguro que así también se alegran los ángeles de Dios por un solo pecador que se convierte".También les dijo esta parábola: "Un hombre tenía dos hijos, y el menor de ellos le dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de la herencia que me toca’. Y él les repartió los bienes. No muchos días después, el hijo menor, juntando todo lo suyo, se fue a un país lejano y allá derrochó su fortuna, viviendo de una manera disoluta. Después de malgastarlo todo, sobrevino en aquella región una gran hambre y él empezó a pasar necesidad. Entonces fue a pedirle trabajo a un habitante de aquel país, el cual lo mandó a sus campos a cuidar cerdos. Tenía ganas de hartarse con las bellotas que comían los cerdos, pero no lo dejaban que se las comiera. Se puso entonces a reflexionar y se dijo: `¡Cuántos trabajadores en casa de mi padre tienen pan de sobra, y yo, aquí, me estoy muriendo de hambre! Me levantaré, volveré a mi padre y le diré: Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo. Recíbeme como a uno de tus trabajadores’.Enseguida se puso en camino hacia la casa de su padre. Estaba todavía lejos, cuando su padre lo vio y se enterneció profundamente. Corrió hacia él, y echándole los brazos al cuello, lo cubrió de besos. El muchacho le dijo: ‘Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no merezco llamarme hijo tuyo’. Pero el padre les dijo a sus criados: `¡Pronto!, traigan la túnica más rica y vístansela; pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies; traigan el becerro gordo y mátenlo. Comamos y hagamos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’. Y empezó el banquete.El hijo mayor estaba en el campo, y al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y los cantos. Entonces llamó a uno de los criados y le preguntó qué pasaba. Éste le contestó: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre mandó matar el becerro gordo, por haberlo recobrado sano y salvo’. El hermano mayor se enojó y no quería entrar.Salió entonces el padre y le rogó que entrara; pero él replicó: ‘¡Hace tanto tiempo que te sirvo, sin desobedecer jamás una orden tuya, y tú no me has dado nunca ni un cabrito para comérmelo con mis amigos! Pero eso sí, viene ese hijo tuyo, que despilfarró tus bienes con malas mujeres, y tú mandas matar el becerro gordo’.El padre repuso: ‘Hijo, tú siempre estás conmigo y todo lo mío es tuyo. Pero era necesario hacer fiesta y regocijarnos, porque este hermano tuyo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y lo hemos encontrado’ ".
El capítulo 15 de Lucas contiene las parábolas de la misericordia, o parábolas de “lo perdido”. Las tres parábolas: la oveja perdida (vv. 4-7), la moneda extraviada (8-10) y el hijo pródigo (11-32), son tan características de la figura de Jesús, tal como la ofrece Lucas, que algunos llaman a esta parte de su narración «el corazón del tercer Evangelio», que es «el Evangelio de los marginados», porque muestra la misericordia de Dios para con los que sufren rechazo por parte de sus semejantes.
El tono de estas parábolas es de confrontación: Jesús se ve rodeado, por una parte, de los pobres, de los enfermos y de «recaudadores y descreídos» (v. 1), y por otra, de la gente más distinguida, «fariseos y doctores de la ley», que critican su cercanía a los indeseables. En ese contexto, Jesús emplea las tres parábolas para justificar su comportamiento frente a las críticas que le hacen y, sobre todo, para transmitir la imagen de un Dios que, por ser padre, no quiere que ninguno de sus hijos se pierda y muestra una predilección especial por el perdido.
Dios es así, viene a decir Jesús, y por eso yo hago bien en actuar como actúo. «El Hijo del hombre ha venido buscar y a salvar lo que estaba perdido» (Lc 19,10).
La parábola del Pastor que sale a buscar a la oveja perdida es una llamada a hacer lo mismo que hizo Jesús: ser compasivo y misericordioso. Vista en dimensión eclesial, la parábola del Pastor, recuerda a la comunidad de los discípulos que tiene el deber de hacer visible el estilo de Dios como Jesús lo ha manifestado y puesto en práctica. Invitación a hacer sitio a los que vienen de fuera, a alegrarse de su venida.
La parábola de la mujer que ha perdido una moneda y se pone a buscarla con esmero hasta encontrarla, reproduce la misma enseñanza: Así es Dios. Se esmera por encontrar a los perdidos, pues le pertenecen; y se alegra de recobrarlos. La defensa de Jesús es clara: porque Dios ama a todos con una tan incomprensible misericordia, que su mayor alegría consiste en el perdón, por eso hago bien yo en buscar a los que necesitan ayuda, comprensión, misericordia.
La parábola del hijo pródigo –que habría que llamar la «parábola del amor del Padre», ya que el personaje central es el padre, es una de las piezas maestras de Lucas. Se han hecho de ella un sinnúmero de interpretaciones porque contiene una gama de temas: libertad y alienación, nostalgia y retorno, gracia y responsabilidad, angustia y reconciliación..., rasgos universales y necesidades básicas de la persona.
Pero es importante por encima de todo porque ilustra uno de los temas más centrales de nuestra fe en Dios, tal como Jesús nos lo ha enseñado: el perdón. Dios perdona al pecador, saliendo Él, en persona, a su encuentro. Así es Dios, puro amor y misericordia.
Se alegra del regreso de un hijo que se pierde como el padre que organiza un banquete. Por consiguiente, si así es el amor de Dios para con todos sus hijos, incluso con aquellos que se le van, no sean ustedes como el hijo mayor de la parábola, envidiosos, desagradecidos y, sobre todo, crueles en sus juicios contra los demás. ¡Sean también misericordiosos! ¡Muestren compasión por los que andan mal! ¡Alégrense conmigo cuando alguien recobra una vida digna y siente que es importante para mí, tanto como ustedes!
La parábola tiene dos partes y en cada una nos podemos ver incluidos: en la del hijo menor que se aleja, y en la del hijo mayor que se queda.
El hijo menor, que echa a perder la herencia, abraza simbólicamente toda situación de ruptura con Dios, que acarrea siempre daños y perjuicios lamentables para la persona. El pródigo lo pierde todo, sus bienes y derechos, su dignidad de hijo y su lugar en el hogar: ya no se siente capaz de considerarse hijo y ve que, en justicia, tendrá que ganarse la vida como un peón. Pero se trata de un hijo y aunque sea un pródigo, el padre siempre será un padre. Él sabe que la mala conducta del hijo lo ha llevado a malgastar el patrimonio, pero quiere salvarlo. El amor restablece y eleva. Por eso lo acoge con cariño, lo cubre de besos, le da un anillo y un traje nuevo y organiza una fiesta extraordinaria, que despierta los celos y la envidia del hijo mayor.
Por su parte, el hijo mayor era incapaz de imaginar que el amor de un padre por su hijo puede ir más allá de lo que la justicia establece, es decir: “darle su merecido”. Por eso, lleno de amargura y rabia, se niega a participar en la fiesta. Ya no ve a su hermano como hermano. Se refiere a él diciéndole a su padre: “tu hijo ése que se ha gastado tus bienes con prostitutas”. Lo único que le interesa es reclamar derechos y reconocimientos porque él siempre se ha mostrado trabajador y obediente, pero no le han dado ni un cabrito.
Queda claro, sin embargo, que hasta que este hermano, tan creído y seguro de sus méritos, tan celoso y displicente, no se reconcilie con el padre y con su hermano, el banquete no será en plenitud la fiesta del encuentro y del hallazgo.
En resumen, que esta palabra del Señor avive en nosotros el deseo de una reconciliación que cambie nuestra vida y nos haga vivir como verdaderos hijos e hijas de Dios. Que nos ayude a superar las dificultades que sentimos para servir de manera desinteresada y fomentar la unión sin egoísmos, ni celos ni juicios contra nadie. Y que ponga en nosotros un corazón nuevo para acoger a nuestros prójimos y rechazar la incomprensión y las hostilidades entre los hermanos.

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