P.
Carlos Cardó SJ
Jesús y los doce, pintura al temple sobre tabla incluida en la Maestá de Duccio di Buonisegna (1308 –
1311), Museo dell’Opera Metropolitana del Duomo de Siena, Italia
En aquel tiempo, subió Jesús a la montaña a orar, y pasó la noche orando a Dios.Cuando se hizo de día, llamó a sus discípulos, escogió a doce de ellos y los nombró apóstoles: Simón, al que puso de nombre Pedro, y Andrés, su hermano, Santiago, Juan, Felipe, Bartolomé, Mateo, Tomás, Santiago hijo de Alfeo, Simón, apodado Zelotes, Judas hermano de Santiago y Judas Iscariote, que fue el traidor.Jesús se retiró a la montaña para orar. En la Biblia, la montaña es uno de los lugares de manifestación de la presencia de Dios. Jesús solía orar en los montes (cf. Lc 9, 28). Al señalar Lucas: pasó la noche orando a Dios, resalta la trascendencia del acto que va a realizar. Jesús invoca a su Padre y pide su bendición sobre los hombres que va a elegir.
Refiriéndose a ellos dirá en el evangelio de Juan: los hombres que tú me diste sacándolos del
mundo; tuyos eran y tú me los diste (Jn 17,6). Y en los Hechos de los Apóstoles, declara Lucas que Jesús los escogió guiado por el Espíritu Santo
(Hch 1,2). La oración era la fuerza de
Jesús; a través de ella conocía la voluntad de su Padre. Por eso, la
oración debe ser el origen de toda acción y opción apostólica.
Al hacerse de día, reunió a sus
discípulos y eligió entre ellos a doce, a quienes dio el nombre de apóstoles,
es decir, “enviados”. Jesús quiere prolongarse
en el mundo por medio de sus discípulos (de ayer y de hoy), pero entre ellos elige
a doce para asignarles el rol de emisarios y representantes suyos por
excelencia. Ellos forman el núcleo del nuevo de Israel, fundado sobre las doce
tribus (cf. Lc 22,30). A ellos los
hará los primeros responsables de la misión de anunciar en su nombre a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén,
la conversión y el perdón de los pecados (Lc 24, 47).
¿Quiénes
son estos hombres? De la mayoría de ellos se sabe muy poco. Simón, el único a quien Jesús da un
sobrenombre, Kefas, que significa “piedra”, y su hermano Andrés eran pescadores (Mc 1,16.29; 13,3), naturales de Betsaida (Jn 1,40-41.44). Santiago y Juan eran hijos de un tal Zebedeo, también pescadores y compañeros de
Simón Pedro. A este Santiago se le conoce como “el Mayor”, para diferenciarlo de
“Santiago el Menor” (Mc 15,40).
Felipe era también de Betsaida (Jn 1,44) y Bartolomé, fuera de este episodio, es un
personaje totalmente desconocido, que una tradición posterior del S. IX
identificó con Natanael, pero sin fundamento. Mateo, que en su evangelio se llama a sí mismo Leví, era un publicano, que recaudaba los impuestos para los
romanos. Tomás, era apodado “el
mellizo” (Jn 11,16; 20,24), por su nombre arameo Te’oma’. Viene luego Santiago, hijo de Alfeo, que
no es “Santiago, el Menor” (Mc
15,40), ni tiene nada que ver con “Santiago, hermano del Señor” (Gal 1,19; 1 Cor 15,6), que difícilmente era
uno de los Doce.
Simón, llamado el Zelota
estuvo quizá vinculado al movimiento nacionalista de resistencia de “los zelotas”. Judas, hijo de Santiago, llamado “Tadeo”
en Marcos y Mateo (Mc 3,18; Mt 10,3),
es también un personaje totalmente desconocido en el resto del Nuevo Testamento
(excepto Hch 1,13), y no se le debe identificar
con “Judas, hermano de Santiago”, a quien se atribuye la carta que lleva su
nombre. Al final se menciona a Judas
Iscariote, el traidor, cuyo nombre puede significar “hombre de Keriot”, aldea
de Judea, o podría provenir de manera menos probable del latín sicarius (“sicario”, “matón”), como se
designaba a los zelotas.
Son
simples pescadores y artesanos de Galilea. Lo que les une es la experiencia que
han tenido de la persona del Señor y el haber sido llamados por Él. No hay
entre ellos sabios rabinos, ni fariseos, ni saduceos de la casta sacerdotal. Ni
siquiera son virtuosos cumplidores de la ley. Son muy diferentes entre sí y
cada cual mantendrá hasta el final su carácter personal en una convivencia no
siempre fácil.
Mucho
tendrá que trabajar Jesús para inculcarles su mensaje de amor, de renuncia a
los privilegios y al poder, su doctrina de servicio hasta la muerte. Pero estarán con Él en toda circunstancia, le verán rezar a su Padre, llorar por el amigo muerto, conmoverse
ante la multitud hambrienta, alegrarse por sus triunfos apostólicos,
estremecerse de angustia ante la inminencia de su muerte.
Su palabra irá calando en su interior. Y por eso, más
tarde, cuando ya no recuerden al pie de la letra sus palabras, su modo de
pensar y actuar habrá pasado a hacerse carne y sangre en ellos, y aun cuando se
encuentren en situaciones nuevas, no vividas en su convivencia con Él, podrán,
sin embargo, decir con toda seguridad cómo se hubiese comportado Jesús en cada
caso. Tan identificados se sentirán
con su persona y misión que, llegado el momento, compartirán también su destino
redentor, dando como Él su vida por la salvación de los hombres.
Al bajar Jesús del monte se forman tres círculos concéntricos: el
gentío que viene de todas partes para escucharlo y ser curados de sus
enfermedades, los discípulos que escuchan su palabra y lo siguen, y los
apóstoles que han sido asociados a su misión por una elección precisa e
intencional. Todos juntos forman el pueblo de hijos e hijas que ama el Señor.
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