P.
Carlos Cardó SJ
Cristo
en la piscina de Bethesda, óleo sobre lienzo de Artus Wolffort (primera mitad
del siglo XVII), colección privada. Vendida por Christie’s Londres en 2008
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En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos terminaron la travesía del lago y tocaron tierra en Genesaret.Apenas bajaron de la barca, la gente los reconoció y de toda aquella región acudían a él, a cualquier parte donde sabían que se encontraba, y le llevaban en camillas a los enfermos.A dondequiera que llegaba, en los poblados, ciudades o caseríos, la gente le ponía a sus enfermos en la calle y le rogaba que por lo menos los dejara tocar la punta de su manto; y cuantos lo tocaban, quedaban curados.
Los discípulos no habían reconocido a Jesús cuando remaban
desesperados en medio del lago y creyeron que era un “fantasma” –no habían
comprendido “lo de los panes”, símbolo con el qué quiso identificarse y expresar
lo que hace por nosotros (vv 49-52). Aquí, en cambio, la gente sencilla sí lo
reconoce y corre a su encuentro. Han oído que libra de enfermedades, que da a
comer su pan. Son pobres y enfermos, agobiados por algún mal físico o moral.
Con esta “multitud” Jesús inicia el nuevo pueblo. Donde aparece la
debilidad, representada en la afluencia de pobres y necesitados que esperan su
salvación, nace la vida nueva de la comunidad cristiana. La Iglesia es
comunidad de débiles y pecadores. En ella nos liberamos de nuestras miserias,
miedos y desconfianzas.
Querían tocarlo, dice el texto. Sus manos
expresan lo que desean alcanzar de Él. Todos llevan consigo una expectativa y saben
que Él los atenderá. Su confianza los mueve a “tocar” para comunicarle a Jesús lo
que quieren de Él y sentirse a la vez tocados por Él y por su poder que libera.
Es la fe de la hemorroísa que tocó el borde de su manto y quedó
“salvada”, como le dijo Jesús: Hija tu fe
te ha salvado. Es la fe de nuestro pueblo sencillo que siempre quiere tocar las imágenes ante las cuales ora:
tocar, experimentar, sentir el misterio. La fe es eso: una experiencia
vivencial de estar con alguien.
Esto ocurre en nosotros. No
podemos tocar físicamente, pero sí en la fe. Por ella nos adherimos a Cristo
resucitado, sentimos su poder. En la Eucaristía tocamos su cuerpo; Él nos congrega, alimenta y sana; nos hace
comunidad abierta a los que sufren, y nos envía a repetir sus gestos, que brotan
de su misericordia y son los signos del reino de Dios
entre nosotros
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