domingo, 3 de febrero de 2019

Homilía del IV Domingo del Tiempo Ordinario - Jesús es rechazado en Nazaret (Lc 4, 21-30)

P. Carlos Cardó SJ
Tomaron piedras para tirárselas, acuarela opaca sobre grafito en papel tejido gris de James Tissot (entre 1886 y 1894), Museo de Brooklyn, Nueva York
En aquel tiempo, después de que Jesús leyó en la sinagoga un pasaje del libro de Isaías, dijo: "Hoy mismo se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír".Todos le daban su aprobación y admiraban la sabiduría de las palabras que salían de sus labios, y se preguntaban: "¿No es éste el hijo de José?".Jesús les dijo: "Seguramente me dirán aquel refrán: `Médico, cúrate a ti mismo’ y haz aquí, en tu propia tierra, todos esos prodigios que hemos oído que has hecho en Cafarnaúm".
Y añadió: "Yo les aseguro que nadie es profeta en su tierra. Había ciertamente en Israel muchas viudas en los tiempos de Elías, cuando faltó la lluvia durante tres años y medio, y hubo un hambre terrible en todo el país; sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda que vivía en Sarepta, ciudad de Sidón. Había muchos leprosos en Israel, en tiempos del profeta Eliseo; sin embargo, ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, que era de Siria".Al oír esto, todos los que estaban en la sinagoga se llenaron de ira, y levantándose, lo sacaron de la ciudad y lo llevaron hasta un precipicio de la montaña sobre la que estaba construida la ciudad, para despeñarlo. Pero él, pasando por en medio de ellos, se alejó de allí.
Jesús ha iniciado su actividad pública en la sinagoga de Nazaret, pueblo en el que se ha criado, y lo ha hecho proclamando la buena noticia de la liberación ofrecida por Dios por medio de su persona y de su mensaje. Muchos al oírlo han quedado admirados de las palabras de gracia que salían de su boca. Pero no llegan verdaderamente a comprender quién es Jesús porque se quedan en lo que saben de Él: que es el hijo de José, el carpintero del pueblo.
Por eso Jesús les interpela su falta de fe; les hace ver que no lo reconocen como el enviado de Dios ni creen el anuncio que les ha hecho del comienzo de una era nueva que les exige nuevas actitudes.
Conocían a Jesús demasiado para aceptar una novedad tan radical y, por otra parte, se resistían a cambiar sus propias vidas y sus costumbres de siempre. Jesús los exhorta a la conversión. Les recuerda que con su incredulidad y desconfianza están repitiendo el comportamiento de sus antepasados con los profetas Elías y Eliseo, que encontraron mejor acogida entre los paganos que entre sus oyentes del pueblo elegido de Dios. Así, Jesús sufre la suerte de los profetas, que fueron rechazados por los suyos y sólo pudieron actuar entre quienes no exigían milagros para creer, ni pretendían saber cómo debía actuar Dios.
Los de Nazaret pasan entonces de la furia a la violencia y deciden quitarlo de en medio, eliminarlo. Lo empujan fuera de la ciudad e intentan despeñarlo desde el barranco del monte donde se alzaba su pueblo. Lo ven como un blasfemo y debe morir. Pero Jesús, de forma imponente, abriéndose paso entre ellos, se alejaba.
La oposición de los nazarenos ha sido un adelanto del rechazo que va a sufrir en su actividad pública y que culminará en su condena a muerte. Llegará el momento en que las autoridades judías lo entreguen a los romanos y acabe su vida en la cruz. Pero aquello vendrá a su debido tiempo. Ahora la libertad soberana con que vence el furor de sus enemigos prefigura su resurrección. Jesús está por encima de la maldad humana. Jesús sigue haciendo el bien, a pesar de la malignidad del mundo.
En el plano eclesial, el texto de hoy le recuerda a la Iglesia que siempre ha habido y habrá necesariamente dentro de ella profetas movidos por el espíritu de Dios que interpelan a la sociedad y conmueven las conductas. Estos hombres y mujeres llaman también la atención de la misma Iglesia para que en sus instituciones humanas y en los hombres que la forman no tienda a acomodarse a ningún orden de cosas injusto, no se doblegue ante los poderosos, no siga otro interés que el de Jesucristo y no deje de defender los justos intereses de los necesitados si quiere seguir siendo fiel al evangelio.
La libertad del profeta la necesita la Iglesia para denunciar las injusticias y anunciar el evangelio del amor, para invitar al cambio de conducta y pensar el futuro desde la justicia y el amor. Verdaderos ejemplos de inspiración profética los podemos apreciar en las actitudes y gestos que está demostrando el Papa Francisco para promover la renovación de la Iglesia y la reforma de sus instituciones.
Mientras Jesús está lleno del Espíritu Santo, los nazarenos están llenos de ira. También esto encuentra aplicación hoy si miramos los graves conflictos que se libran en el terreno de las religiones. La mayor dureza del corazón humano, capaz de llevar a las peores violencias, es la que proviene de las pretensiones religiosas, que se expresan en conductas intolerantes, excluyentes y condenatorias, y sustentan todo tipo de fundamentalismo o sectarismo del signo que sea.
Para nosotros hoy, el mensaje de este evangelio mantiene plena vigencia. Todos nos podemos ver retratados en la sinagoga de Nazaret. Como los nazarenos, también nosotros, en un primer momento, acogemos con entusiasmo el mensaje del evangelio. Pero cuando comprendemos que la propuesta de Jesús nos exige cambios importantes en nuestro modo de vivir aparecen nuestras resistencias.
Por otra parte, tampoco a nosotros nos agrada que alguien nos haga ver nuestras incoherencias y deje al descubierto nuestra incredulidad... El pasaje evangélico de hoy nos invita, pues, a no repetir el error de los paisanos de Jesús: en vez de echarlo fuera, salgamos nosotros fuera de los estrechos límites en que nos encerramos y vayamos con Él. Sigamos sus itinerarios imprevisibles y demos los pasos que nos proponga dar, aunque inicialmente no entren en nuestros cálculos.

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