miércoles, 27 de febrero de 2019

La sana tolerancia (Mc 9,38-40)

P. Carlos Cardó SJ
Escenas de mestizaje: de negra india y china cambuja, óleo sobre lienzo de Miguel Cabrera (1763), Museo de las Américas, Madrid, España
En aquel tiempo, dijo Juan a Jesús: "Maestro, hemos visto a uno que echaba demonios en tu nombre, y se lo hemos querido impedir, porque no es de los nuestros."Jesús respondió: "No se lo impidáis, porque uno que hace milagros en mi nombre no puede luego hablar mal de mí. El que no está contra nosotros está a favor nuestro."
Juan el apóstol (que con su hermano Andrés eran para Jesús unos violentos, Boanerges, hijos del trueno, cf. Mc 3, 17) le dijo a Jesús que habían visto a uno expulsar demonios en su nombre y se lo habían prohibido porque “no era de nuestro grupo”. Querían, por tanto, tener la exclusiva, el monopolio de Jesús.
Probablemente Marcos escribe este texto pensando en las dificultades y polémicas que surgieron en la primitiva Iglesia. Quiere enseñarnos a evitar que las discusiones se conviertan en causa de división y hacer que sirvan más bien para forjar una mayor unión mediante el respeto a las diferencias.
Discrepancias y discusiones eran frecuentes en las primeras comunidades, como puede verse en las cartas de Pablo y en Hechos de los Apóstoles, y son un problema siempre actual. La razón es que, por la naturaleza misma de las cosas, no puede sino haber diversidad en una institución como la Iglesia.
El Espíritu Santo, que la asiste, inspira una gran variedad de dones personales, servicios y modos de pensar que concurren al bien común y son riqueza de la Iglesia. Por eso, lo verdaderamente eclesial no es pretender una uniformidad en todo, sino presuponer siempre que el otro, que puede no pensar o actuar como yo pero busca también servir a Cristo y a los hermanos, es movido por un buen espíritu, mientras no se demuestre lo contrario.
Guiados por el principio que se nos da en el amor, podemos, pues, aceptar que cada cual en la Iglesia puede seguir su propio espíritu, mientras no conste que va tras un espíritu falso; y, por tanto, podemos presuponer la rectitud, la libertad, la buena voluntad y no precisamente lo contrario.
Así, pueden existir, y de hecho existen, personas que realizan obras buenas “en nombre de Jesús”, pero no pertenecen a instituciones visibles o agrupaciones. Los que sí forman parte de ellas por filiación, nombramiento, o función conferida– pueden juzgar a estas personas como lo hacían los discípulos de Jesús porque “no son de los nuestros”.
Al obrar así, dan a entender –lo quieran o no– que sólo en su ámbito actúa el espíritu de Jesús, como si a ellos se les hubiese concedido un monopolio de Jesús y de su evangelio. Sustituyen a Jesús por la institución a la que pertenecen, olvidando que Jesús esta por encima de todas las instituciones. Por consiguiente, es Él quien debe crecer y no mi grupo, mi corriente, mi modo de pensar.
No se trata de que la gente nos siga a nosotros sino que siga a Cristo; no se trata de incrementar mi grupo, sino de hacer crecer a la Iglesia; no se trata de hacer que los demás piensen y actúen como nosotros, sino que sigan en verdad a Jesucristo. Apropiarse de la verdad del evangelio, creer que sólo quienes piensan como nosotros la tienen, eso suele ser causa de actitudes de intolerancia, exclusión y acepción de personas, que dañan profundamente el ser de la Iglesia.
Por eso dice el Señor: Quien no está contra nosotros, está con nosotros. El evangelio nos cura de toda tendencia al círculo cerrado, al sectarismo y fanatismo, a la postura intransigente y al gesto discriminador. Libre, por encima de todo aquello que divide en bandos y enfrenta a las personas, Jesús alienta la verdadera tolerancia, que es amplitud de corazón, espíritu universal para abrazar, respetar y estimar a todos los que, en su nombre, buscan servir a los hermanos. Tolerancia, amplitud de miras, respeto, diálogo, colaboración…, son virtudes esencialmente eclesiales. Y lo único que en el plano humano puede mantener la unidad en la Iglesia es el amor, que acoge a todos, aun al que es diferente, aunque no logre “comprenderlo”.
Ampliando nuestra visión podemos decir que el mismo Jesús, que quiere que la salvación alcance a todo ser humano, incluso por medio de personas que no pertenecen al grupo –el que no está contra nosotros, está a favor nuestro–, nos capacita para apreciar la labor que realizan tantos hombres y mujeres que buscan servir a su prójimo y contribuyen a construir una sociedad más justa y fraterna, aunque no pertenezcan a la Iglesia. En ellos podemos reconocer la acción del mismo Espíritu de Jesús y podemos sentirlos como amigos y aliados, nunca como adversarios. No están contra nosotros pues están a favor del ser humano, como estaba Jesús.

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