P.
Carlos Cardó SJ
La
pesca milagrosa, témpera en cartón de Rafael Sanzio (1515), Museo de Victoria y
Alberto, Londres, Reino Unido
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Estaba Él a la orilla del lago Genesaret y la gente se le agolpaba para oír la Palabra de Dios, cuando vio dos barcas que estaban a la orilla del lago. Los pescadores habían bajado de ellas, y lavaban las redes. Subiendo a una de las barcas, que era de Simón, le rogó que se alejara un poco de tierra; y, sentándose, enseñaba desde la barca a la muchedumbre. Cuando acabó de hablar, dijo a Simón: «Boga mar adentro, y echad vuestras redes para pescar.» Simón le respondió: «Maestro, hemos estado bregando toda la noche y no hemos pescado nada; pero, en tu palabra, echaré las redes.»
Y, haciéndolo así, pescaron gran cantidad de peces, de modo que las redes amenazaban romperse.
Hicieron señas a los compañeros de la otra barca para que vinieran en su ayuda. Vinieron, pues, y llenaron tanto las dos barcas que casi se hundían.
Al verlo Simón Pedro, cayó a las rodillas de Jesús, diciendo: «Aléjate de mí, Señor, que soy un hombre pecador.»
Pues el asombro se había apoderado de él y de cuantos con él estaban, a causa de los peces que habían pescado. Y lo mismo de Santiago y Juan, hijos de Zebedeo, que eran compañeros de Simón.
Jesús dijo a Simón: «No temas. Desde ahora serás pescador de hombres.»
Llevaron a tierra las barcas y, dejándolo todo, le siguieron.
Lucas pone el llamamiento de los discípulos al comienzo
de la actividad pública de Jesús. Esto hace pensar que lo primero de todo en la
vida cristiana es sentirse llamados. La fe cristiana, en efecto, no consiste
únicamente en asimilar intelectualmente una doctrina o adoptar una actitud
moral. Jesús llama a seguirlo, es decir, a aceptarlo como guía, a imitar su modo
de ser y proceder y a estar dispuesto a colaborar con él, entregando lo que uno
es y lo que uno tiene. La identificación con él puede llegar hasta poder decir
con San Pablo: Ya no vivo yo, es Cristo
quien vive mí (Gal 2,20).
El pasaje tiene contenido eclesial. La barca con Jesús y los
apóstoles simboliza a la Iglesia. Desde ella Jesús predica, de ella baja para
sanar a los enfermos, en ella atraviesa el lago de Galilea con sus discípulos y,
cuando él no está, la barca zozobra zarandeada por los vientos y las olas. La
barca no puede estar sin Jesús; cuando eso ocurre la envuelve la oscuridad de la
noche y queda expuesta a la tempestad.
Y puede ocurrir también que Jesús esté en ella pero como ausente,
dormido en el cabezal, y ellos tengan miedo porque su fe es escasa. Hay aquí
una invitación a reconocer a Cristo en
la Iglesia tal como es: comunidad de pecadores, solidaridad de
debilidades. En la Iglesia aparece lo que somos y lo que él hace por nosotros: nos
congrega, sana y alimenta, nos hace comunidad abierta a los que sufren, y a
ellos nos envía para repetir sus gestos, signos de su reino.
Los
pescadores estaban lavando las redes. La llamada
se recibe en la vida ordinaria. No hay que imaginarse cosas extraordinarias. El
Señor nos habla en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por
profana o prosaica que nos parezca: mientras se está pescando como Simón y sus
compañeros, o se está contando dinero como Mateo en su mesa de recaudador de
impuestos. Incluso se puede estar haciendo cosas contra Cristo y contra los
cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su
palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda.
Dice Jesús a Pedro: - Rema mar adentro y echa las redes para
pescar. Han pasado una mala noche de fatiga inútil. La orden de Jesús a
pescadores profesionales podría parecerles ofensiva; ellos saben cuándo y dónde
se echa la red, por eso su respuesta: Maestro
toda la noche nos la hemos pasado
bregando sin pescar nada…
La noche simboliza la ausencia de
Jesús. Sin el Señor, la actividad es infecunda. Porque sin mí, no pueden
hacer nada (Jn 15,5). También resulta así cuando sólo se confía en los
propios medios y habilidades. Ellos serán muy diestros pescadores, pero el
hecho es que no saben dónde echar la red en esas circunstancias. Tendrán que
aprender a no confiar sólo en sí mismos. Pronto revelarán su impotencia para la
tarea que el Señor les va a encomendar.
Cuando, como Pedro, reconozcan que
es el Señor quien hace crecer y fructificar, entonces producirán frutos. Sobre tu palabra echaré la red. Sólo con
los medios de que dispone, no podrá obtener los resultados que se esperan;
basándose en la palabra del Señor, confiando en ella y obrando como ella
enseña, el cristiano y la comunidad pueden estar seguros del fruto de su empeño.
Capturaron
gran cantidad de peces… La abundante pesca, expuesta de
forma enigmática por el empleo del término multitud,
alude a la entera comunidad de fieles, reunidos por medio de la predicación
y de los esfuerzos apostólicos. Y a pesar de ser tantos los ganados para la
causa de Cristo en la Iglesia, la red no se rompe, porque cuenta con las
promesas de Jesús
Al
ver esto Simón Pedro se postró a los pies de Jesús diciendo: -Apártate de mí,
Señor, que soy un pecador. Ante la magnitud del favor
recibido, Pedro reconoce su propia condición de pecador. La magnanimidad del
Señor le lleva a apreciar su propia pequeñez. Expresa su gratitud en forma de
deseo de conversión y de perdón.
-No
temas, desde ahora serás pescador de hombres,
le dice Jesús. La comunidad,
representada por Pedro, recibe la llamada a la misión. En la pesca está
prefigurada la misión que se inicia en Galilea y que ha de llegar hasta el
confín del mundo.
Ellos,
dejándolo todo, lo siguieron.
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