P. Carlos Cardó SJ
Jesús en el sermón de la montaña, ilustración de Gustavo Doré (1865) en La Biblia Ilustrada, Editorial Grant & Co. |
En aquel tiempo, mirando Jesús a sus discípulos, les dijo: "Dichosos ustedes los pobres, porque de ustedes es el Reino de Dios. Dichosos ustedes los que ahora tienen hambre, porque serán saciados. Dichosos ustedes los que lloran ahora, porque al fin reirán. Dichosos serán ustedes cuando los hombres los aborrezcan y los expulsen de entre ellos, y cuando los insulten y maldigan por causa del Hijo del hombre. Alégrense ese día y salten de gozo, porque su recompensa será grande en el cielo. Pues así trataron sus padres a los profetas. Pero, ¡ay de ustedes, los ricos, porque ya tienen ahora su consuelo! ¡Ay de ustedes, los que se hartan ahora, porque después tendrán hambre! ¡Ay de ustedes, los que ríen ahora, porque llorarán de pena! ¡Ay de ustedes, cuando todo el mundo los alabe, porque de ese modo trataron sus padres a los falsos profetas!".
Se podría decir que las Bienaventuranzas, como parte del sermón del monte, o del llano según Lucas, son la carta magna del Reino de Dios, la buena noticia que Jesús anuncia a los pobres, la síntesis de las promesas de Dios a Israel y a la humanidad y, por eso, la clave de nuestra auténtica felicidad. Son asimismo los criterios según los cuales Dios juzga y actúa; criterios opuestos a los del mundo, pues llaman “dichosos” a los que generalmente son considerados “desgraciados”.
Pero hay que tener cuidado para no leer las bienaventuranzas en clave moralista, pues expresan más bien lo que hace Dios, que a nosotros nos puede parecer imposible.
Dice Lucas que Jesús, mirando a los discípulos les decía: Dichosos... Esto quiere decir que los que siguen a Jesús y se identifican con su manera de ser y proceder, tienen allí expresado en forma de promesas lo que Dios les va a otorgar. Las bienaventuranzas señalan cómo actúa Dios. Y ese obrar de Dios en Jesús pasa, por el Espíritu, a ser el fundamento de la Iglesia y el obrar del seguidor de Jesús. Por eso, en Lucas, van dirigidas a los discípulos: Ellos pueden comprender porque el Espíritu se lo revela. También nosotros si nos dejamos transformar en ese mismo Espíritu.
Lo que afirma Jesús en las bienaventuranzas es lo que Él vive. Él las vivió primero y luego las proclamó. Pobre, se desprendió de apoyos del mundo y vivió haciendo el bien a los enfermos, niños, pecadores. Conocen la generosidad de nuestro Señor Jesucristo, que, siendo rico, por ustedes se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza (2Cor 8).
No tuvo donde reclinar la cabeza: su patria y hogar eran el Padre y los hermanos. Permitió que la necesidad ajena, el dolor, la culpa ajena, le afectaran como algo propio. Compasivo, supo llorar con los que lloraban y, finalmente, se sometió a la muerte para que, libres de dolor y culpa, tengamos vida. Nos enseñó que hay más felicidad en dar que en recibir (Hech 20).
La primera bienaventuranza y la primera lamentación están en presente, las demás en futuro. La historia presente es definitiva, pero está abierta. En esta historia nos toca actuar para que las maldiciones de muerte que pesan sobre los que sufren pobreza, hambre, o exclusión, se conviertan en bienaventuranzas de vida.
Ellas hacen ver cómo mira Dios: cuáles sus preferencias, dónde manifiesta más su amor y qué justicia aplica en favor de sus hijos e hijas que claman ante Él día y noche. Su justicia no es como la humana: Él quita a quien tiene y da al que no tiene para que haya fraternidad, como proclama María en su cántico (Lc 1, 47-55).
La justicia humana consiste en “dar a cada uno lo suyo”, pero no siempre genera amor y sirve a veces para defender el egoísmo. El amor, en cambio, supera a la justicia. El amor es “el camino más excelente” (1Cor 12,31).
Las bienaventuranzas son reto y promesa. Reto: porque de ninguna manera son felices los que padecen hambre y miseria; lo serán cuando, por la actitud que tengamos para con ellos, sientan que el evangelio es una buena noticia. Promesa porque si orientamos nuestra vida de acuerdo a ellas, seremos felices.
En
definitiva, las bienaventuranzas describen los rasgos de la humanidad nueva que
anhelamos y que ya podemos ver realizada en personas y comunidades que se
esfuerzan por ser misericordiosas. Estos hombres y mujeres son los que
contribuyen a la creación de un mundo justo, solidario y feliz.
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