lunes, 1 de enero de 2024

Adoración de los Pastores e imposición del Nombre de Jesús (Lc 2, 16-21)

P. Carlos Cardó SJ
Adoración de los pastores, óleo sobre lienzo de Jacopo Bassano (1544), colección Real der Windsor, Inglaterra

Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

En la última noche del año y a la espera del nuevo, nos concentramos para hacer un balance: no podemos decir que el 2023 haya sido un año bueno, ha traído mucho dolor y aflicción a innumerables familias en el mundo entero y nos deja el inmenso desafío de remontar muchas adversidades.

Además, en esta noche en que se disuelve el año, sentimos el transcurso fugaz del tiempo. Así es como nos vamos haciendo, caminando, resolviendo, corrigiendo, renovándonos y así se nos va el vivir. Esa es nuestra humana condición: vivir, seguir viviendo, perdonando, aceptando, sirviendo y amando.

La liturgia de esta noche nos asegura la confianza que debemos tener porque el Señor está siempre presente en el diario vivir, haciendo descender a nosotros la bendición que èl mismo Señor encomendó a Moisés: «Diles a Aarón y a sus hijos que bendigan al pueblo de Israel con la siguiente bendición especial: Que el Señor te bendiga y proteja. Que el Señor sonría sobre ti y sea compasivo contigo. Que el Señor te conceda su favor y te dé su paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo los bendeciré» (Num 6, 22-27).

Con este pensamiento sobre el favor y protección que Dios nos concede incesantemente, pasamos de un año a otro. Gastamos así la cuota de años que nos toca vivir, la ración de tiempo limitado, fugaz, que se nos ha asignado. Esto nos inquieta e interpela, pero nos sostiene el saber que nuestro tiempo está abrazado por el amor paternal/maternal de Dios, que no pasa nunca, que es siempre actual, nos muestra su favor y nos da su paz.

Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu fidelidad por todas las edades. Tu misericordia, Señor, es un edificio eterno, más que el cielo has afianzado tu fidelidad (Sal 89, 2-3). La bondad y misericordia del Señor me acompañarán todos los días de mi vida (Sal 23,6).

Sin perder este ánimo agradecido y confiado no podemos dejar de pensar en las preocupaciones mayores de todos los seres humanos, en las circunstancias adversas a la buena noticia que se nos dio a todos en Navidad.

El Covid-19 nos sumió en la incertidumbre, desestabilizó nuestra vida ordinaria. Y cuando finalmente nos atrevimos a pensar que lo peor de la pandemia había pasado y la OMS puso fin al estado de emergencia sanitaria mundial, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad: la escalada de la guerra ruso-ucraniana que generó ya a mediados de 2023 la muerte de cientos de miles de civiles y de soldados, provocando la emigración y desplazamiento de millones de ucranianos, además de un daño ambiental que ha puesto en peligro la disponibilidad de alimentos a nivel mundial.

La guerra ruso-ucraniana no ha sido la única: se sucedieron la guerra civil birmana, la huida de más de 100.000 armenios de la región del Alto Karabaj por los ataques militares de Azerbaiyán, la vuelta de los golpes de Estado en numerosas naciones africanas y el ataque del grupo Hamás contra Israel que ha llevado a este último a sostener una guerra de exterminio en Gaza. Hasta ahora este conflicto armado está demostrando la insensatez y la inhumanidad mortífera propia de las guerras porque son numerosos los inocentes, niños, mujeres, ancianos y personas vulnerables que terminan masacrados, los hospitales, escuelas y ciudades enteras bombardeadas.

En otro escenario no bélico, se han sucedido una serie de desastres catastróficos: el terremoto en Turquía y Siria; el ciclón en Malaui y Mozambique; la tormenta en Libia; y el gran terremoto que sacudió el oeste de Marruecos.

2023 fue testigo de una crisis bancaria que provocó el colapso de numerosos bancos, junto con el cierre o venta de numerosas industrias en varias naciones. No obstante, la economía mundial va recuperándose lentamente de las consecuencias tanto de la pandemia y como de la guerra ruso-ucraniana en los mercados de energía y alimentos y del endurecimiento de las políticas monetarias para luchar contra la inflación. El crecimiento sigue lento y desigual, con grandes divergencias.

En nuestro país, el año 2023 nos ha hecho lamentar el acrecentamiento de la corrupción, la delincuencia y la falta de seguridad, sobre todo en la capital y en algunas ciudades que han sido declaradas en estado de emergencia.

Sufrimos una degradación vertiginosa del estado de derecho y de los principios fundamentales de la democracia. El gobierno carga impunemente la culpa de decenas de muertos por el mal manejo de la represión policial en las protestas. Se gobierna con incompetencia, sin cuadros profesionales preparados. En casi todas las dependencias del estado cunde la incuria y la ineptitud de los funcionarios públicos, agravada por el empleo generalizado del soborno (coima) como condición para que las gestiones y trámites se concluyan.

La concentración de poder del Congreso de la República está mellando el equilibrio que debe haber entre los poderes del estado. Todo esto configura una crisis antigua y compleja que no se agota en la realidad coyuntural de los seis presidentes que se han sucedido en los últimos cuatro años, sino que se sustenta en un sistema que sigue excluyendo a una gran cantidad de la población, a la que el estado no atiende como debería en sus necesidades básicas de salud, educación, seguridad, vivienda, etc. Hay, hermanos, muchísimo que hacer para que el Perú alcance una verdadera paz social, donde todos y todas sean considerados y tratados como ciudadanos con iguales derechos.

Ante esto, qué podemos decir sino: Señor que sientan tu mano protectora y tu cercanía nuestros hermanos que sufren en este mundo fracturado, en este país roto y en tantas guerras que se viven incluso en el interior de nuestras casas. Acoge nuestros deseos de que en cada situación cercana a nosotros podamos ser “bálsamo para los demás”, caricia y aliento, abrazo y acción.

Que estas realidades dolorosas nos den fuerza para refrescar nuestra vocación cristiana de servicio, y para seguir trabajando por un mundo un poquito mejor que aquel en que nos encontramos.

Toca nuestro corazón para que confiemos en tu protección amorosa.

Derrama en nuestras vidas, en nuestras familias, en nuestro país tu vida, intensa, armoniosa para que no nos venza el cansancio y el desgaste, y no busquemos falsas seguridades.

En este nuevo año, inculca en nuestros corazones serenidad y fortaleza para aceptar los límites variados de cada día y las cosas imprevistas. Enséñanos a vencer las tensiones y a enfrentar con calma y seguridad interior lo que nos suceda.

Ayúdanos a recordar que todo lo podemos en Ti que nos confortas y que aun de los males se puede sacar algo bueno.

Disipa en nuestro interior, Dios mío, toda desconfianza para que lleguemos a descansar en tu presencia como el que se encuentra con un amigo querido, como quien se abandona a tus brazos que nos sostienen, sin pretender escapar a tu mirada que siempre es de Amor.

Reconocemos, Señor, que todo es gracia, todo nos lo has regalado. Por eso siempre debemos mostrarnos agradecidos ante ti y compartirlo todo. Gracias, Señor, por los niños que han nacido en este año, por los progresos y éxitos académicos o profesionales que hemos logrado, por los sueños realizados. Por las actitudes de solidaridad y cuidado mutuo que aprendimos en la pandemia. Gracias por la Vida. Gracias por tu presencia en nuestro corazón.

Finalmente, Señor, en estos momentos en que la Iglesia habla de sinodalidad, de caminar juntos, dialogar y compartir, te damos gracias por lo que hemos logrado y te pedimos para que el año próximo sepamos conversar, colaborar, cooperar, tender puentes, ser inclusivos, no excluyentes, fomentar la igualdad, distribuir los poderes de decisión y los bienes producidos o acumulados, respetarnos y cuidarnos los unos a los otros. Que no le tengamos miedo al amor cálido y profundo, ese amor que nos demuestra ese Dios que se hace chiquito en Belén, para que todos juntos le hagamos presente, y se llama Enmanuel, que significa Dios con nosotros.

“Por todo lo vivido, GRACIAS

A todo lo que vendrá, AMEN”.

¡Feliz Año 2024!

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