Los pastores fueron rápidamente y encontraron a María, a José, y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores.
Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón.
Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido.
Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.
En la última noche del año y a la
espera del nuevo, nos concentramos para hacer un balance: no podemos decir que el
2023 haya sido un año bueno, ha traído mucho dolor y aflicción a innumerables
familias en el mundo entero y nos deja el inmenso desafío de remontar muchas
adversidades.
Además, en esta noche en que se
disuelve el año, sentimos el transcurso fugaz del tiempo. Así es como nos vamos
haciendo, caminando, resolviendo, corrigiendo, renovándonos y así se nos va el vivir. Esa es nuestra
humana condición: vivir, seguir viviendo, perdonando, aceptando, sirviendo y
amando.
La liturgia de esta noche nos
asegura la confianza que debemos tener porque el Señor está siempre presente
en el diario vivir, haciendo descender a nosotros la bendición que èl mismo Señor
encomendó a Moisés: «Diles a Aarón y a sus hijos que bendigan al pueblo de
Israel con la siguiente bendición especial: Que el Señor te bendiga y
proteja. Que el Señor sonría sobre ti y sea compasivo contigo. Que el Señor te conceda
su favor y te dé su paz. Así invocarán mi nombre sobre los israelitas y yo
los bendeciré» (Num 6, 22-27).
Con este pensamiento sobre el favor y protección que Dios nos
concede incesantemente, pasamos de un año a otro. Gastamos así la cuota de años
que nos toca vivir, la ración de tiempo limitado, fugaz, que se nos ha asignado.
Esto nos inquieta e interpela, pero nos sostiene el saber que nuestro tiempo
está abrazado por el amor paternal/maternal de Dios, que no pasa nunca, que es
siempre actual, nos muestra su favor y nos da su paz.
Cantaré eternamente las misericordias del Señor, anunciaré tu
fidelidad por todas las edades. Tu misericordia, Señor, es un edificio eterno,
más que el cielo has afianzado tu fidelidad (Sal 89, 2-3).
La bondad y misericordia del Señor me acompañarán todos los días de mi vida (Sal
23,6).
Sin perder este ánimo agradecido y
confiado no podemos dejar de pensar en las preocupaciones mayores de todos los
seres humanos, en las circunstancias adversas a la buena noticia que se nos dio
a todos en Navidad.
El Covid-19 nos sumió en la incertidumbre, desestabilizó nuestra
vida ordinaria. Y cuando finalmente nos atrevimos a pensar que lo peor de la
pandemia había pasado y la OMS puso fin al estado de emergencia sanitaria
mundial, un nuevo y terrible desastre se abatió sobre la humanidad: la escalada
de la guerra ruso-ucraniana que generó ya a mediados de 2023 la muerte de cientos
de miles de civiles y de soldados, provocando la emigración y desplazamiento de
millones de ucranianos, además de un daño ambiental que ha puesto en peligro la
disponibilidad de alimentos a nivel mundial.
La guerra ruso-ucraniana no ha sido la única: se sucedieron la guerra
civil birmana, la huida de más de 100.000 armenios de la región del Alto
Karabaj por los ataques militares de Azerbaiyán, la vuelta de los golpes de
Estado en numerosas naciones africanas y el ataque del grupo Hamás contra
Israel que ha llevado a este último a sostener una guerra de exterminio en Gaza.
Hasta ahora este conflicto armado está demostrando la insensatez y la
inhumanidad mortífera propia de las guerras porque son numerosos los inocentes,
niños, mujeres, ancianos y personas vulnerables que terminan masacrados, los hospitales,
escuelas y ciudades enteras bombardeadas.
En otro escenario no bélico, se han sucedido una serie de desastres
catastróficos: el terremoto en Turquía y Siria; el ciclón en Malaui y
Mozambique; la tormenta en Libia; y el gran terremoto que sacudió el oeste de
Marruecos.
2023 fue testigo de una crisis bancaria que provocó el colapso de
numerosos bancos, junto con el cierre o venta de numerosas industrias en varias
naciones. No obstante, la economía mundial va recuperándose lentamente de las
consecuencias tanto de la pandemia y como de la guerra ruso-ucraniana en los
mercados de energía y alimentos y del endurecimiento de las políticas
monetarias para luchar contra la inflación. El crecimiento sigue lento y
desigual, con grandes divergencias.
En nuestro país, el año 2023 nos ha hecho lamentar el
acrecentamiento de la corrupción, la delincuencia y la falta de seguridad,
sobre todo en la capital y en algunas ciudades que han sido declaradas en
estado de emergencia.
Sufrimos una degradación vertiginosa del
estado de derecho y de los principios fundamentales de la democracia. El
gobierno carga impunemente la culpa de decenas de muertos por el mal manejo de
la represión policial en las protestas. Se gobierna con incompetencia, sin
cuadros profesionales preparados. En casi todas las dependencias del estado
cunde la incuria y la ineptitud de los funcionarios públicos, agravada por el
empleo generalizado del soborno (coima) como condición para que las gestiones y
trámites se concluyan.
La concentración de poder del Congreso de la
República está mellando el equilibrio que debe haber entre los poderes del
estado. Todo esto configura una crisis antigua y compleja que no se agota en la
realidad coyuntural de los seis presidentes que se han sucedido en los últimos cuatro
años, sino que se sustenta en un sistema que sigue excluyendo a una gran
cantidad de la población, a la que el estado no atiende como debería en sus
necesidades básicas de salud, educación, seguridad, vivienda, etc. Hay,
hermanos, muchísimo que hacer para que el Perú alcance una verdadera paz
social, donde todos y todas sean considerados y tratados como ciudadanos con
iguales derechos.
Ante esto, qué podemos decir sino:
Señor que sientan tu mano protectora y tu cercanía nuestros hermanos que sufren
en este mundo fracturado, en este país roto y en tantas guerras que se viven
incluso en el interior de nuestras casas. Acoge nuestros deseos de que en cada situación
cercana a nosotros podamos ser “bálsamo para los demás”, caricia y aliento, abrazo
y acción.
Que estas realidades dolorosas nos
den fuerza para refrescar nuestra vocación cristiana de servicio, y para seguir
trabajando por un mundo un poquito mejor que aquel en que nos encontramos.
Toca nuestro corazón para que
confiemos en tu protección amorosa.
Derrama en nuestras vidas, en
nuestras familias, en nuestro país tu vida, intensa, armoniosa para que no nos
venza el cansancio y el desgaste, y no busquemos falsas seguridades.
En este nuevo año, inculca en
nuestros corazones serenidad y fortaleza para aceptar los límites variados de
cada día y las cosas imprevistas. Enséñanos a vencer las tensiones y a enfrentar
con calma y seguridad interior lo que nos suceda.
Ayúdanos a recordar que todo lo
podemos en Ti que nos confortas y que aun de los males se puede sacar algo
bueno.
Disipa en nuestro interior, Dios
mío, toda desconfianza para que lleguemos a descansar en tu presencia como el
que se encuentra con un amigo querido, como quien se abandona a tus brazos que
nos sostienen, sin pretender escapar a tu mirada que siempre es de Amor.
Reconocemos, Señor, que todo es gracia,
todo nos lo has regalado. Por eso siempre debemos mostrarnos agradecidos ante
ti y compartirlo todo. Gracias, Señor, por los niños que han nacido en este
año, por los progresos y éxitos académicos o profesionales que hemos logrado,
por los sueños realizados. Por las actitudes de solidaridad y cuidado mutuo que
aprendimos en la pandemia. Gracias por la Vida. Gracias por tu presencia en nuestro
corazón.
Finalmente, Señor, en estos momentos
en que la Iglesia habla de sinodalidad, de caminar juntos, dialogar y
compartir, te damos gracias por lo que hemos logrado y te pedimos para que el
año próximo sepamos conversar, colaborar, cooperar, tender puentes, ser
inclusivos, no excluyentes, fomentar la igualdad, distribuir los poderes de
decisión y los bienes producidos o acumulados, respetarnos y cuidarnos los unos
a los otros. Que no le tengamos miedo al amor cálido y profundo, ese amor que
nos demuestra ese Dios que se hace chiquito en Belén, para que todos juntos le
hagamos presente, y se llama Enmanuel, que significa Dios con nosotros.
“Por todo lo vivido, GRACIAS
A todo lo que vendrá, AMEN”.
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