P. Carlos Cardó SJ
El proyecto milagroso, óleo sobre lienzo de Henri-Pierre Picou (1850), Museo de Bellas Artes de Nantes, Francia
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: "El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia". Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores. Jesús les dijo: "Síganme, y yo los haré pescadores de hombres". Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron. Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
Después del arresto de Juan, Jesús se fue a Galilea proclamando la buena noticia de Dios. En su vida humana, en sus palabras, acciones y gestos más característicos, Jesús hace presente a Dios. Dios habla y actúa en él, su palabra y sus obras son de Dios. Por eso, la predicación de Jesús no será un conjunto de sermones morales ni de explicaciones filosóficas o teológicas. Más que su doctrina o enseñanza, lo que ofrece es su persona. Quien se deja influir por ella y establece una relación personal con él siente la acogida de Dios, y su amor salvador. En él, todo el anhelo de la humanidad por una vida segura y feliz, antes y después de la muerte hallan su cumplimiento.
Los hebreos esperaban la esta realización plena del ser humano como el cumplimiento de las promesas de Dios para un futuro indeterminado e incierto. Jesús dice: El tiempo se ha cumplido. Es decir, el tiempo de la espera ha concluido, ya hoy puede el hombre encontrarse con Dios y realizarse en la verdad profunda de su ser. Los profetas anunciaban el futuro; en Jesús el futuro se ha hecho presente. Por tanto, no hay tiempo que perder: ha llegado el momento decisivo.
El reino de Dios está cerca, afirma Jesús. Ningún profeta se había atrevido a decir una cosa así. Jesús asegura que ya Dios está actuando para establecer su reinado en el mundo. Y su reinado se hace presente en las actitudes de los seres humanos que lo acogen. Por eso, el reino de Dios se manifiesta en primer lugar como la fuerza que Dios infunde en las personas que cambia sus corazones y los une para la organización de un mundo justo y fraterno. Jesús hace presente ese Reino porque sus relaciones con los demás, basadas en el amor y la entrega, hacen surgir en cada instante a Dios. Dios es amor, de modo que está allí donde exista verdadero amor, compasión y servicio.
Por eso, la condición para que la fuerza de Dios triunfe en cada uno de nosotros y en el mundo es la conversión personal. Conviértanse, dice Jesús. Sólo el cabio de mente, sentimientos y actitudes hará posible un mundo diferente, de paz y armonía con uno mismo, con el mundo y con Dios. Es como un nuevo nacimiento para la vida que Jesús vive y ofrece.
Crean en el Evangelio, añade Jesús como resumen de lo anterior. Creer no es un acto puramente intelectual, ni una simple actitud moralista. Creer es adherirse a la persona de Jesús, seguirlo, desear parecerse a él y arriesgarse a comprometerse con él hasta el final. Esta adhesión a la persona de Jesús es lo que hace que el evangelio y la vida cristiana sea algo muy superior a una bella doctrina que uno aprende, a una hermosa causa por la que uno lucha, a una hermosa realización estética que uno admira. Jesús despierta en quien lo sigue una relación mucho más profunda y total: se le entrega no sólo la cabeza y la sensibilidad, se le entrega el corazón, el fondo del alma. Y a partir de esta entrega a él cambia la manera de ver la vida, el éxito personal, el futuro, todo. Uno descubre que la felicidad que busca, su éxito y realización humana no está en lo que había creído hasta hoy sino en llevar una vida como la de Jesús, en la que el reino de Dios se hace presente y cambia el mundo.
Entonces, pasando Jesús junto al lago de Galilea, vio a, Simón y a su hermano Andrés… y les dijo: Vengan conmigo… El llamamiento de los primeros discípulos viene a demostrar en qué consiste “creer en el evangelio”. Es una invitación personal la que nos hace Jesús en la persona de esos pescadores de Galilea. Síganme, nos dice, dándole a nuestra vida un dinamismo nuevo. La iniciativa no parte de uno mismo, sino de Jesús. No es un camino que uno se inventa, sino el camino de Dios entre los hombres. La vida cristiana es la respuesta a esta invitación. Seguir a Jesús es vivir con él la experiencia que ilumina y da sentido a la existencia. Me llama a ser del único modo que vale la pena ser en este mundo. Escuchar su llamada es lograr mi propia identidad. En adelante, la propia vida se convierte en seguirlo e imitarlo, obrar según sus criterios, sentir su alegría, soportar sus sufrimientos, para triunfar con él. “Si con él morimos, viviremos con él; si con él sufrimos, reinaremos con él; si lo negamos, también él nos negará; si somos infieles, él permanece fiel, porque no puede contradecirse a sí mismo” (2 Tim 2,11-13).
Y se le sigue aquí y ahora. No nos imaginemos cosas extraordinarias. La llamada del Señor la sentimos en nuestra propia Galilea, en nuestra vida cotidiana, por profana o prosaica que nos parezca: mientras se está echando la red al mar como hacían Simón y su hermano Andrés porque eran pescadores, o mientras se está contando plata, como hacía Mateo el publicano; incluso se puede estar haciendo cosas que van contra Cristo y contra los cristianos, como hacía Saulo. Hagamos lo que hagamos, llega a nosotros su palabra que nos cambia, desvelando nuestra verdad más profunda.
Y ellos, dejando inmediatamente sus redes, lo siguieron.
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