viernes, 15 de diciembre de 2023

Se parecen a los niños que se sientan en la plaza (Mt 11, 16-19)

 P. Carlos Cardó SJ 

Ecce agnus Dei, óleo sobre lienzo de Phillippe de Champaigne (1670 – 1674), Museo de Pintura y Escultura de Grenoble, Francia
Dijo Jesús: «¿Con quién puedo comparar a la gente de hoy? Son como niños sentados en la plaza, que se quejan unos de otros: Les tocamos la flauta y ustedes no han bailado; les cantamos canciones tristes y no han querido llorar. Porque vino Juan, que no comía ni bebía, y dijeron: Está endemoniado. Luego vino el Hijo del Hombre, que come y bebe, y dicen: Es un comilón y un borracho, amigo de cobradores de impuestos y de pecadores. Con todo, se comprobará que la Sabiduría de Dios no se equivoca en sus obras». 

Jesús reprende a sus interlocutores porque no han aceptado el mensaje de salvación ofrecido por Dios a través de él y de Juan Bautista. El lenguaje de Juan les pareció duro, intransigente, y lo consideraron un loco y un endemoniado; el lenguaje de Jesús, en cambio, que les ofrece la alegría del reino de Dios y la buena noticia de la misericordia, lo consideran blando y relajado. Por esta actitud, Jesús los compara, no a los niños de quienes es el reino de Dios, sino a los niños caprichosos que intentan afirmar su independencia obrando en contra del parecer de los demás. 

Jesús hace alusión a un juego infantil, que consistía en representar con música de flauta una fiesta de bodas y un duelo o un entierro; si la música era festiva, de bodas, había que bailar; si era triste, de duelo, había que fingir el llanto. Los contemporáneos de Jesús, cuando había que llorar, reían; y cuando hay que alegrarse, se lamentan. 

Vino Juan con su porte austero y su exhortación a la conversión moral, a la práctica de la justicia y a la penitencia, y se rieron de él, lo consideraron un espectáculo de diversión. Oyen de labios de Jesús la alegre noticia de la venida del reino de Dios, el mensaje del amor que salva, y se molestan, exigen un Dios severo y exigente. El corazón endurecido de fariseos y doctores, incapaz de discernir, obstaculiza la acción de Dios y frustra sus planes. Hacen lo contrario de lo que Dios les propone. Persisten en jugar su propio juego. Y lo peor de todo es que lo hacen seguros de ser lo únicos intérpretes válidos de la voluntad de Dios. Se negaron a convertirse cuando Juan les habló de la inminencia del juicio; se niegan a alegrarse cuando Jesús los invita a hacer fiesta por el triunfo del amor misericordioso de Dios. Al Bautista lo tienen por loco y endemoniado; a Jesús lo llaman comilón y borrachín, amigo de publicanos y pecadores. 

Pero la sabiduría ha quedado avalada por sus obras, añade Jesús. Con estas palabras invita a comprobar que la sabiduría divina es la que llevó a Juan y le lleva a él a realizar las obras que traen el reino de Dios. Más aún, Jesús hace ver que su palabra y sus actos son las obras de la sabiduría de Dios. Por medio de ellas Dios ofrece a todos el don de su salvación. En su mensaje se dan las dos cosas: se exhorta a la conversión, y se hace sentir la alegría del perdón. 

¿Qué nos dice a nosotros hoy este texto? Bodas y duelo, alegría y tristeza, dividen la existencia. Hay un tiempo para cada cosa: un tiempo para llorar, un tiempo para reír (Ecl 3, 4). No todo puede ser pena y remordimiento, ni todo fiesta y diversión. Se exige discernimiento para percibir lo que conviene a cada tiempo y valor para cambiar, encauzar o dominar las propias tendencias. No siempre el hacer lo que a uno le parece es signo de una personalidad definida; la terquedad y obstinación pueden rechazar la verdad que los otros me muestran. La terquedad caprichosa que nunca quiere lo que se le ofrece es clara señal de inmadurez. Y muchas veces, quienes así actúan (como los niños de la parábola) es porque realmente no saben lo que quieren; lo quieren todo y no quieren ni sujetarse a nada ni renunciar a nada. Esta contradicción, raíz de tantos conflictos personales, manifiesta en el fondo una gran incapacidad de decisión, es decir, no son verdaderamente libres.

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