P. Carlos Cardó SJ
Jesús y Juan Bautista, fresco de Giovanni Di Paolo (1445), Museos Vaticanos, Roma
Yo se los digo: “De entre los hijos de mujer no se ha manifestado uno más grande que Juan Bautista, y sin embargo el más pequeño en el Reino de los Cielos es más que él. Desde los días de Juan Bautista hasta ahora, el Reino de Dios es cosa que se conquista, y los más decididos son los que se adueñan de él. Hasta Juan, todos los profetas y la Ley misma se quedaron en la profecía. Pero, si ustedes aceptan su mensaje, Juan es Elías, el que había de venir. El que tenga oídos para oír, que lo escuche”.
El evangelio de Mateo reivindica a Juan Bautista, lo introduce en cierto modo como inicio del tiempo definitivo de la revelación plena de Dios y de la realización de su obra salvadora. Lucas, en cambio, lo pone todavía en el Antiguo Testamento, como la culminación del tiempo de la preparación y de la espera. Son diversas valoraciones de su figura que, quizá tienen que ver con la relación existente entre los cristianos y los remanentes que quedaban aún de los seguidores del Bautista.
Entre los hijos de mujer, nadie hay mayor que él… Juan es presentado por encima de Abraham, de Moisés, de Elías, superior a los patriarcas y los profetas, más alto no se le puede poner en la historia del pueblo de Israel. Juan vio y dio testimonio de lo que las grandes figuras del Antiguo Testamento desearon ver y no vieron. En él concluye el camino hacia el Mesías, que vendría a dar cumplimiento a las promesas de salvación dadas por Dios.
Sin embargo, el más pequeño en el reino de los cielos es más que Juan. La razón es que el creyente en Jesús, por pequeño que sea, ya está inserto en el tiempo mesiánico definitivo, ya forma parte de la casa de los hijos, mientras que Juan, aunque descuelle como un gran profeta, forma parte todavía de la etapa preparatoria. Él tiene también que dar el paso de la fe, que lo pone en el seguimiento de Cristo y le da acceso al reino. Juan lo hizo y en ello reside su mayor gloria.
El reino padece violencia. Se discute el sentido de esta frase. Unos la entienden como que el reino de Dios se abre paso con violencia, rompiendo esquemas, contradiciendo modos de pensar, hábitos y tradiciones opuestos a los valores que trae consigo; otros, leen la frase en pasiva: hay que hacerse violencia para poder ser merecedor del reino. Ambas interpretaciones son correctas y complementarias porque el reino es una realidad que entra en conflicto frontal con todas las fuerzas del mal, que lo contradicen y combaten, y porque sólo se entra en él empeñándolo todo pues es el valor supremo, por encima de todas cosas. El mundo desata toda su violencia contra quienes buscan el reino de Dios porque su palabra y su conducta contradicen las injusticias e inmoralidades sobre las que basa su progreso. Es lo que le ocurrió a Juan Bautista y a Jesús y a todos los justos, desde el inocente Abel hasta el último, Zacarías, que fue asesinado entre el altar de los sacrificios y el santuario (Lc 11, 51; Mt 23, 35).
El reino de
Dios es de los pobres, humildes y de los que lloran, pero a la vez es de los pacíficos
que, con su fortaleza y capacidad de resistencia, llegan a soportar toda suerte
de violencia, sin devolverla, llegan a poner la otra mejilla o ir al martirio
cantando las alabanzas de Dios. No te
dejes vencer por el mal, vence el mal a fuerza de bien, dice san Pablo (Rom
12, 21). Desde el anuncio de la venida del reino de Dios, éste no ha dejado de
desplegar y manifestar sus fuerzas de transformación de la realidad personal y
social. Hay hombres y mujeres que acogen ese anuncio y ponen todo su esfuerzo
en hacer realidad el reinado de Dios en sus vidas y contribuir para que se
establezca en el mundo.
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