lunes, 4 de diciembre de 2023

Curación del criado del centurión (Mt 8, 5-11)

 P. Carlos Cardó SJ
Jesús y el centurión romano, óleo sobre lienzo de Joseph-Marie Vien (1752), Museo de Bellas Artes de Marsella, Francia

Al entrar en Cafarnaún, un centurión se le acercó y le suplicó: "Señor, mi criado está en casa, acostado con parálisis, y sufre terriblemente". Jesús le contestó: "Yo iré a sanarlo". Pero el centurión le replicó: "Señor, no soy digno de que entres bajo mi techo. Basta que pronuncies una palabra y mi criado quedará sano. También yo tengo un superior y soldados a mis órdenes. Si le digo a éste que vaya, va; al otro que venga, viene; a mi sirviente que haga esto, y lo hace". Al oírlo, Jesús se admiró y dijo a los que le seguían: "Les aseguro, una fe semejante no la he encontrado en ningún israelita. Les digo que muchos vendrán de oriente y occidente y se sentarán con Abraham, Isaac y Jacob en el reino de Dios". 

El protagonista del relato es un centurión romano de la guarnición de Cafarnaúm. En la versión de Lucas (7 1-10) y de Juan (4,43-54) es un funcionario del rey Herodes Antipas. En todo caso se trata de una persona importante que goza de buena posición social y económica, pero un criado suyo, al que aprecia mucho, ha contraído una extraña enfermedad que le ha dejado paralítico y le hace sufrir mucho. Ha hecho lo posible por curarlo pero ha sido inútil. Recuerda entonces lo que se dice de Jesús en Cafarnaúm: que obra signos y prodigios en favor de los enfermos y de los que sufren. Piensa que Dios actúa en él y decide buscarlo. Pero advierte naturalmente que no es judío, más aún es un representante de las tropas romanas de ocupación. ¿Le querrá atender Jesús? El centurión depone toda actitud de superioridad, no puede exhibir nada a su favor, se siente desesperado. Tiene que expresar su ruego con humildad y poner toda su confianza en Jesús. La fe ha actuado en él, en un extranjero, soldado del enemigo más odiado por la gente, y ha despertado en él tal confianza que antes de que Jesús se ponga en marcha para hacer lo que le pide, proclama sin vacilación: Señor, no soy digno de que entres en mi casa, pero basta que digas una sola palabra y mi criado quedará sano. 

Jesús queda admirado de la actitud del centurión y lo propone a los judíos como modelo de fe: “Les aseguro que jamás he encontrado en Israel tanta fe”. Afirma así que todos, judíos y extranjeros, están llamados a experimentar el amor salvador de Dios. Como Abraham que era un extranjero y, sin ver, creyó en la palabra de Dios y fue constituido padre de todos los creyentes, así también el centurión pagano, sin ver, cree en el poder divino de Jesús, y viene a ser modelo de la fe que hace extensiva a todas las familias de la tierra la bendición de Abraham. 

Sea cual sea nuestra condición o el estado en que estemos, cabe siempre la certeza de que el Señor oirá nuestra petición. “Pidan y se les dará”. Y hay que dejar a Dios enteramente el curso de los acontecimientos. El verdadero creyente no necesita signos y prodigios para tener la certeza del amor del Señor; cree en su amor por la Palabra que refiere lo que él ha hecho por nosotros, y eso le basta. La confianza es base de la fe y del amor. No exige demostraciones para verificar la credibilidad del otro. Cuando se exigen pruebas para poder creer en él y serle fiel, simplemente se le ha dejado ya de amar. 

Dios nos ha mostrado su amor en la entrega de su Hijo y Jesucristo atestigua su credibilidad con la absoluta coherencia de su mensaje y de su conducta, y sobre todo con la entrega de su persona. “No hay mayor amor que quien da la vida por sus amigos” (Jn 15,13).

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