viernes, 8 de diciembre de 2023

Encarnación (Lc 1, 26-38) Fiesta de la Inmaculada

 P. Carlos Cardó SJ 

Inmaculada Concepción de Walpole, óleo sobre lienzo de Bartolomé Esteban Murillo (1680 aprox.), Museo del Hermitage, San Petersburgo, Rusia

Al sexto mes el ángel Gabriel fue enviado por Dios a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una joven virgen que estaba comprometida en matrimonio con un hombre llamado José, de la familia de David. La virgen se llamaba María.
Llegó el ángel hasta ella y le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.»
María quedó muy conmovida al oír estas palabras, y se preguntaba qué significaría tal saludo. Pero el ángel le dijo: «No temas, María, porque has encontrado el favor de Dios. Concebirás en tu seno y darás a luz un hijo, al que pondrás el nombre de Jesús. Será grande y justamente será llamado Hijo del Altísimo. El Señor Dios le dará el trono de su antepasado David; gobernará por siempre al pueblo de Jacob y su reinado no terminará jamás.»
María entonces dijo al ángel: «¿Cómo puede ser eso, si yo soy virgen?»
Contestó el ángel: «El Espíritu Santo descenderá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el niño santo que nacerá de ti será llamado Hijo de Dios. También tu parienta Isabel está esperando un hijo en su vejez, y aunque no podía tener familia, se encuentra ya en el sexto mes del embarazo. Para Dios, nada es imposible».
Dijo María: «Yo soy la servidora del Señor, hágase en mí tal como has dicho.»
Después la dejó el ángel.
 

En Adviento se sitúa la fiesta de la Inmaculada Concepción. Se nos presenta la figura de María como la Virgen fiel, atenta a la Palabra de Dios que se encarna en su seno, modelo de vigilancia, espera y fidelidad. Es lo que se nos pide en adviento. 

El Adviento da motivos muy válidos para la admiración, gratitud y amor que profesamos a la Madre de Dios. Conviene, pues, meditar en María de Adviento, que se prepara para la venida de su Hijo. Para toda mujer, el nacimiento de su hijo supone una fiesta extraordinaria, que cambia su vida para siempre; pero la espera del hijo es un tiempo excepcional, en el que se genera entre la madre y su hijo una intimidad verdaderamente indisociable. Por eso, si la Navidad es la fiesta que exalta la maternidad de María, el Adviento exalta la fe con que María acepta su vocación de madre del Redentor. 

El texto de Lucas sobre la anunciación a María (Lc 1,26-38) refleja la alegría de Dios en su encuentro, por medio del ángel, con María, la llena de gracia…, bendita entre todas las mujeres”. Y esta alegría que Dios le transmite abre la espera de la virgen madre. En María, la humanidad acoge el ofrecimiento de salvación hecho por Dios. Dios ha hallado una madre que le haga nacer entre nosotros. 

Dios ha querido manifestarse en ella, pero no en su poder absoluto o en su grandeza inalcanzable, sino en su capacidad de darse a los demás. María es grande por su sencillez, por su fidelidad y disponibilidad, su capacidad de entrega. Toda la grandeza de María esta encerrada en una sola palabra: "hágase". María no puso ningún obstáculo a lo que Dios quería sino que permitió que lo divino que había en ella (lo divino que hay en cada uno de nosotros) se desplegara totalmente. En eso consiste su condición de “inmaculada”. Lo dijo Pablo: Dios nos eligió… para ser santos e inmaculados en su presencia por el amor (Ef 1, 5). El sueño de Dios en favor de sus hijos puede al fin realizarse. Ya hay una criatura que se muestra totalmente disponible a su plan. Y Dios viene, se incorpora en nuestra historia, sella su alianza con nosotros para siempre. 

María acoge el plan de Dios con la actitud de obediencia propia de la fe. Pero esta obediencia lleva primero a remontar las dificultades del creer. María, como los grandes creyentes de la historia, no teme expresar ante su Dios su propio sentimiento de incapacidad frente al designio divino que trasciende toda humana razón: ¿cómo podrá ser esto si no tengo relación con ningún varón? Y en virtud de esa misma fe confiada que le hace al mismo tiempo referir toda su existencia al Dios que todo lo puede, no duda en responder al anuncio: “Hágase en mí lo que has dicho”. En su respuesta halla eco el “Hágase” divino, por el que fueron creadas todas las cosas. Su acogida de la gracia anuncia la nueva creación. María pone a disposición del Padre su cuerpo virginal, para que su Hijo pueda tener un cuerpo humano por obra del Espíritu Santo, y se convierta en hermano nuestro. Lo imposible se hace posible. “Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros”. 

En la Encarnación María inicia un camino de fe, y ya toda su vida será un caminar en la “obediencia de la fe”, un continuo Adviento de esperanza en el silencio de la oración, en la oscuridad de la fe, en la sorpresa del misterio de Dios. María “conservaba todas estas cosas en su corazón”. 

Santa María, Madre de Dios,
consérvame un corazón de niño,
puro y cristalino como una fuente.
Dame un corazón sencillo,
que no saboree las tristezas;
un corazón grande para entregarse,
tierno en la compasión;
un corazón fiel y generoso,
que no olvide ningún bien,
ni guarde rencor por ningún mal.
Forma en mí un corazón manso y humilde,
que ame sin reclamar agradecimiento,
gozoso al desaparecer en el corazón de tu divino Hijo;
un corazón grande e indomable,
que con ninguna ingratitud se cierre
y con ninguna indiferencia se canse;
un corazón apasionado por la gloria de Jesucristo,
herido por su amor,
con una herida que sólo se cure en el cielo Amén.
[Léonce de Gramaison S.J.]

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