P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, mientras iba de camino a Jerusalén, Jesús llamó aparte a los Doce y les dijo: "Ya vamos camino de Jerusalén y el Hijo del hombre va a ser entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas, que lo condenarán a muerte y lo entregarán a los paganos para que se burlen de él, lo azoten y lo crucifiquen; pero al tercer día, resucitará".
Entonces se acercó a Jesús la madre de los hijos de Zebedeo, junto con ellos, y se postró para hacerle una petición.
Él le preguntó: "¿Qué deseas?".
Ella respondió: "Concédeme que estos dos hijos míos se sienten, uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, en tu Reino".
Pero Jesús replicó: "No saben ustedes lo que piden. ¿Podrán beber el cáliz que yo he de beber?".
Ellos contestaron: "Sí podemos".
Y él les dijo: "Beberán mi cáliz; pero eso de sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; es para quien mi Padre lo tiene reservado".
Al oír aquello, los otros diez discípulos se indignaron contra los dos hermanos. Pero Jesús los llamó y les dijo: "Ya saben que los jefes de los pueblos los tiranizan y que los grandes los oprimen. Que no sea así entre ustedes. El que quiera ser grande entre ustedes, que sea el que los sirva, y el que quiera ser primero, que sea su esclavo; así como el Hijo del hombre no ha venido a ser servido, sino a servir y a dar la vida por la redención de todos".
El texto presenta dos lógicas en conflicto: la del Hijo del hombre,
que desarrolla su existencia en la donación y el servicio hasta dar la vida; y
la existencia según el mundo, que busca como valor supremo el poseer y dominar,
y lleva hasta dar muerte.
Los discípulos de Jesús aparecen influenciados por la lógica del
mundo y no ven que seguir a Jesús implica un cambio radical en su sistema de
valores. Siendo el primero, ha venido a hacerse el último y el servidor de los
demás, mostrando así que la persona encuentra su verdadero valor no en el tener
y en el poder, sino en el amor y el servicio.
El deseo de reconocimiento y la necesidad de contar con una buena reputación
son connaturales al ser humano; pero, convertidos en absolutos, se vuelven
idolatría del yo, culto a la propia imagen, esclavitud y dependencia del qué
dirán.
La madre de Santiago y Juan pide a Jesús: Manda que estos dos hijos míos se
sienten uno a tu derecha y otro a tu izquierda en tu Reino. Queremos
que la voluntad de Dios se adapte a la nuestra, que quiera lo que nosotros queremos.
No obstante, Jesús escucha la petición de la mujer y responde a sus dos hijos: No
saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo voy a beber?
Ellos responden que sí, pero se ve claramente que no saben qué es
el Reino ni qué es el cáliz. Jesús alude al cáliz de su pasión y anuncia que ellos
lo beberán pues darán con su martirio el supremo testimonio de su fe; pero el
participar de su gloria al final de los tiempos, eso es don del Padre y a Él le
toca disponerlo. Es el Padre quien nos hace hijos en el Hijo.
Los otros discípulos que pretendían también los puestos más
importantes se indignaron contra los dos hermanos y Jesús dijo: Los
jefes de las naciones las gobiernan tiránicamente y los dirigentes las oprimen.
No debe ser así entre ustedes. El que quiera ser importante entre ustedes, sea
su servidor, y el que quiera ser el primero, que sea su esclavo. De la misma manera
que el Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida
en rescate por todos.
Estas advertencias de Jesús contra el mal uso del poder en las
naciones no pretenden únicamente denunciar a los malos jefes que las cometen,
sino anunciar el modo como se ha de ejercer la autoridad en la Iglesia, para
que ésta signifique realmente un llamativo contraste con el mundo.
En primer lugar, no basta que en la Iglesia y en las comunidades
de los cristianos no se cometan los abusos que pueden verse en el ejercicio del
poder civil. Para Jesús el sólo hecho de pretender “ser grande” corrompe el
auténtico servicio. Los cargos y funciones en la Iglesia son servicios
(diaconías), que en griego significan concreta y crudamente el oficio de los que
atienden en las mesas, es decir, los mozos, o las empleadas del hogar.
A eso alude su frase: El que quiera ser importante… sea su servidor
(v. 26). Y refuerza aún más su consejo con la idea siguiente: Y el
que quiera ser el primero, que sea su esclavo. El esclavo o siervo, en oposición a Kyrios, señor, designa una situación de dependencia y de
pertenencia a otro.
Hablando de las persecuciones que los suyos podrán sufrir, Jesús
había ya advertido: No es el siervo mayor
que su señor (Mt 10,24). Había
definido a su seguidor como siervo suyo, siervo o esclavo de Cristo. Pero ahora
dice que deben también prestarse este servicio de siervos o esclavos unos a
otros. Si a esto añadimos su exhortación a hacerse niños, es claro que Jesús
quiere en su Iglesia una forma de relacionarse unos con otros radicalmente
diferente a la forma como se suele ejercer en la sociedad la autoridad y el
poder.
Queda excluida en la Iglesia toda pretensión de ser grande que
lleve al sujeto a considerarse superior a los demás. Y, obviamente, no se puede
entender la frase de Jesús: El que quiera
ser grande, o el que quiera ser el primero, como una nueva forma de buscar
grandeza y honor.
A todos nos toca de alguna manera ejercer alguna autoridad y tener
algún poder, por cuanto hay personas a nuestro cargo. La Iglesia, institución
humana, necesita una organización. Negarlo sería necio. Pero lo que está claro
en el evangelio es que las estructuras eclesiales sólo pueden ser instrumentos
al servicio de los fieles, ejercidas por hombres que deben alejar de sí toda
mentalidad de dominio.
Se dirá que hay servicios especiales que deben confiarse a
personas competentes, idóneas por su formación y conocimientos y por sus
cualidades personales; pero por dotadas que sean estas personas, lo único que
las salvará de caer en la tentación del poder abusivo es recordar que nadie
ejerció un servicio tan especial como Jesús, nadie ha sido más competente, más
sabio, más carismático que Él y, sin embargo, se puso a los pies de sus discípulos.
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