domingo, 19 de mayo de 2024

Promesa del Espíritu (Jn 15, 26-27; 16, 12-15)

 P. Carlos Cardó SJ 

Vitral representando al Espíritu Santo en una capilla de la Iglesia de San José, Zabrze, Polonia

Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando venga el Protector que les enviaré desde el Padre, por ser él el Espíritu de verdad que procede del Padre, dará testimonio de mí. Y ustedes también darán testimonio de mí, pues han estado conmigo desde el principio.
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: «Todavía tengo muchas cosas que decirles, pero ustedes no las pueden comprender ahora. Cuando venga el Espíritu de la Verdad, él los introducirá en toda la verdad, porque no hablará por sí mismo, sino que dirá lo que ha oído y les anunciará lo que irá sucediendo. El me glorificará, porque recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes. Todo lo que es del Padre es mío. Por eso les digo: 'Recibirá de lo mío y se lo anunciará a ustedes.» 

Jesús se va y promete el Espíritu. Se le llama “Consolador”, el que está con el solo. Y “Defensor” o “Abogado” porque está junto a quien comparece ante un juicio, para ayudarle en su defensa. Tiene cierta equivalencia con el Ruah del AT, que es viento, fuerza, y designa ante todo el poder y energía de Dios, que crea, sostiene, inspira y conduce todo. Por lo que dice Jesús, es el Espíritu de la verdad que procede de Dios, y que es Dios, no un concepto, ni una fórmula, sino el ser divino que ha dado existencia a todo y conduce la historia a su plenitud. Lo reconocemos en la fuerza interior que infunde dinamismo al mundo, empuja para que todo crezca y se multiplique la vida, alienta todo el despliegue histórico hacia la justicia y la unidad. Es el Espíritu que, respetando nuestra libertad, nos mueve en dirección del amor, y nos hace ser más nosotros mismos, es decir, imágenes de Dios, hijos o hijas suyos queridos. 

Cristo permanece en su Iglesia de manera personal y efectiva por el Espíritu Santo que envía sobre los que creen en él. Por eso dice a sus discípulos antes de partir que no los dejará solos sino que volverá con ellos, y por el Espíritu establecerá una comunión de amor con él, con su Padre y con todos. 

Creer en el Espíritu Santo es asumir con responsabilidad la corriente de la historia hacia la que él sopla y empuja. No ir en esa dirección o desinteresarse de ella es pecar contra el Espíritu. Y no creer en el Espíritu es, en definitiva, apagar la esperanza, lo que nuestra humanidad más necesita. 

El Espíritu los llevará a la verdad completa. Es el Espíritu de la verdad que aclara las mentes y los corazones de los fieles para que sepan distinguir la verdad; hace discernir verdad y mentira. 

Dice además Jesús que el Espíritu los guiará a la verdad completa. No quiere decir con esto que nos haya dado la verdad a medias y por eso el Espíritu tendrá que completarla. Jesús lo ha revelado todo. Dios se nos ha dicho todo en él. Si Dios se hubiese guardado, por así decir, algo sin revelarlo a nosotros, aún estaríamos esperando quien lo revele. En Jesús, Dios se nos ha dado de una vez y para siempre porque en él habita la plenitud divina. La función del Espíritu será infundir el conocimiento que se adquiere por el amor y que sobrepasa todo conocimiento: pues siempre se puede comprender más algo que se ama. El Espíritu Santo no dirá nada diferente ni nada contra lo dicho por Jesús. Anuncia nuevamente, interpreta, da luz para entender lo dicho por Jesús y para vivirlo en la práctica. El Espíritu actualiza la presencia de Jesucristo. Habla aquí y ahora lo que Jesús dijo entonces. Lo que hace el Espíritu es introducirnos en la verdad que es Jesucristo, nos la hace transparente. 

Les anunciará las cosas venideras. Esto no tiene nada que ver con adivinación y vaticinio del futuro. El ser humano por ser mortal siente el ansia por saber el futuro. De ahí el recurso a lo mágico, a las predicciones y los horóscopos, que lo único que hacen es engañar la angustia presente. Las cosas venideras a las que alude Jesús son las relativas al reino de Dios que se desarrolla escondido como el grano en tierra o la levadura en la masa. El Espíritu enseña a discernir los signos de los tiempos, ilumina el presente a la luz del pasado (a la luz de la Palabra, de la vida de Jesús), mantiene viva en el presente la memoria Iesu. 

Él me glorificará. La gloria se ha revelado en la carne del Hijo del hombre; por eso no se la capta totalmente, se mantiene abierta a un conocimiento más y más pleno, hasta el infinito, porque es verdad infinita, dinámica. Jesús ya ha sido glorificado por el Padre en la cruz y en la resurrección. Aquí se habla de la gloria en los discípulos. Es la gloria del Hijo en los hermanos, en nuestra vida. Yo les he dado la gloria que tú me diste (17,22) para que el amor con que me amaste esté en ellos y yo en ellos (17,26). 

Todo lo del Padre es mío: la misma gloria, el mismo amor, la misma voluntad salvadora, el mismo ser. El Espíritu transmite eso, introduce en la vida trinitaria, el ser-amor de Dios que se difunde en sus criaturas. 

Lo que recibe de mí, lo dará. Comunica a Cristo hasta imprimirlo en nuestros corazones, para que seamos verdaderos hijos y hermanos, para que crezcamos continuamente en Cristo, hasta ser transformados en él, para que nuestra carne mortal como la de él sea signo del Dios invisible.

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