Hombre rico, óleo sobre lienzo de Matthias Stom (Siglo XVII), Palacio Comunal de Treviglio, Bérgamo, Italia |
Cuando Jesús se puso en camino, un hombre corrió hacia él y, arrodillándose, le preguntó: "Maestro bueno, ¿qué debo hacer para heredar la Vida eterna?" Jesús le dijo: "¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Tú conoces los mandamientos: No matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no perjudicarás a nadie, honra a tu padre y a tu madre".
El hombre le respondió: "Maestro, todo eso lo he cumplido desde mi juventud". Jesús lo miró con amor y le dijo: "Sólo te falta una cosa: ve, vende lo que tienes y dalo a los pobres; así tendrás un tesoro en el cielo. Después, ven y sígueme". Él, al oír estas palabras, se entristeció y se fue apenado, porque poseía muchos bienes. Entonces Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos: "¡Qué difícil será para los ricos entrar en el Reino de Dios!". Los discípulos se sorprendieron por estas palabras, pero Jesús continuó diciendo: "Hijos míos, ¡Qué difícil es entrar en el Reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entre en el Reino de Dios". Los discípulos se asombraron aún más y se preguntaban unos a otros: "Entonces, ¿quién podrá salvarse?". Jesús, fijando en ellos su mirada, les dijo: "Para los hombres es imposible, pero no para Dios, porque para él todo es posible".
Jesús había declarado: ¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? (8,36). Para ganar la vida y realizar el fin de nuestra existencia se ha ordenar el uso de todo lo que uno tiene. El encuentro de Jesús con un rico, que el evangelista Mateo dice que era un joven (19,20), va a explicar de manera gráfica en qué consiste el mal uso de los bienes.
El saludo con que se presenta ante Jesús: Maestro bueno, era superior al que se daba a los rabinos. Por eso Jesús le replica: ¿Por qué me llamas bueno? Sólo Dios es bueno. Implícitamente lo invita a reconocer la bondad de Dios en su persona. Aclarado esto, le responde a su pregunta, que no es una pregunta cualquiera, pues tiene que ver con lo que lo que toda persona anhela: una vida plena, bien lograda, no errada ni echada a perder, es decir, la vida eterna que Dios dará a los que cumplen su voluntad. Por eso Jesús plantea al joven la primera condición para lograrlo: la observancia de los mandamientos que tienen que ver con el amor al prójimo: no mates, no seas adultero, no robes, no des falsos testimonios, no estafes a nadie y honra a tus padres. El mandamiento que tiene que ver con el amor a Dios, lo deja para después y lo definirá como seguirle a él: ¡ven y sígueme! (v.21), porque en él Dios se revela como Dios-con-nosotros.
El joven queda insatisfecho, quiere algo más. Es una buena persona que desde niño se ha portado bien, conforme a la ley. Jesús, que valora el corazón de las personas, lo miró con cariño, dice el evangelio, y se animó a proponerle el mayor desafío: Una cosa te falta. Vende todo lo que tienes, dáselo a los pobres –así tendrás un tesoro en el cielo– luego ven y sígueme. Tener un tesoro en el cielo, es decir, tener a Dios como el tesoro, ha de ser la motivación. Cuando es así, cuando Dios es lo más importante, la persona puede renunciar a los bienes y destinarlos a resolver las necesidades de los pobres.
Al oír esto, el joven puso mala cara y se alejó entristecido porque tenía muchos bienes. La riqueza que había acumulado le tenía agarrado el corazón y le hacía imposible creer que Dios podía ser su tesoro, y que podía situarse ante sus bienes de manera diferente para preferir a Dios y ayudar a los demás. Debió afectarle mucho a Jesús, pues lo había mirado con cariño, pero él no entra en componendas: Mirando alrededor, dijo a sus discípulos: ¡Qué difícilmente entrarán en el reino de los cielos los que tienen riquezas!
Como en el caso del matrimonio indisoluble, también aquí los discípulos se quedaron asombrados. Y Jesús insistió: ¡Qué difícil es entrar en el reino de Dios! Es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja, que un rico entrar en el reino de Dios.
¿Por qué una frase tan categórica? Lo que Jesús quiere decir, empleando un lenguaje sin duda adaptado a la mentalidad oriental, es que el dinero tiene un extraordinario poder de agarrar el corazón del hombre, hacerlo insensible a las necesidades del prójimo hasta llevarlo a cometer injusticias y alejarlo de Dios. La ambición del dinero es una verdadera idolatría. Y es un hecho universal, pues todos sientan su tremenda atracción ya sean cristianos, judíos, musulmanes o ateos, en todas partes del mundo. ¿Acaso no es el dinero la causa de la mayoría de las corrupciones que afectan tanto a todos los países? ¿Acaso no es por el dinero que los hombres pierden hasta su honor y exponen aun a su propia familia a las desgracias más lamentables? Por eso Jesús emplea este lenguaje tan gráfico y tajante. Es como si nos dijera: Convénzanse, los bienes de este mundo son bendición y vida si se comparten, pero se tornan maldición y muerte si se acumulan para el propio provecho y goce. Lo que se retiene con ambición, divide; lo que se comparte, une. Emplear el dinero para llevar una vida digna y contribuir al desarrollo de la sociedad, generando fuentes de trabajo, compartiendo las ganancias con equidad y ayudando a promover la vida de la gente, en especial de los necesitados, eso significa tener en cuenta la soberanía de Dios. Sólo teniendo a Dios como lo más importante en la vida y rechazando al ídolo de la riqueza se puede vivir la alegría de una vida honesta, anticipo del gozo pleno y eterno del Reino.
Sólo
la gracia, que Dios da a todos sin distinción, puede hacer que el rico cambie
de actitud frente a su riqueza, asuma los valores que Jesús propone y se salve.
Este milagro se produce cuando la persona se pone ante Jesús que le hace ver: Donde está tu tesoro, ahí está tu corazón.
El evangelio nos abre los ojos a lo que ocurrió
desde los primeros tiempos del cristianismo: con qué facilidad las personas se
corrompen cuando entre ellas y Dios, entre ellas y el prójimo, entre ellas y el
bien del país, se pone de por medio el dinero. Pero por encima de las
tendencias y deficiencias humanas, se alza siempre la gracia de Dios, que hace
que los valores del evangelio sean respetados y practicados.
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