miércoles, 29 de mayo de 2024

La autoridad como servicio (Mc 10, 35-45)

 P. Carlos Cardó SJ 

Llamada a los hijos de Zebedeo, óleo sobre tabla de Marco Baisati (1510), Academia de Bellas Artes de Venecia, Italia

Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, se acercaron a Jesús y le dijeron: "Maestro, queremos que nos concedas lo que te vamos a pedir".
Él les respondió: "¿Qué quieren que haga por ustedes?".
Ellos le dijeron: "Concédenos sentarnos uno a tu derecha y el otro a tu izquierda, cuando estés en tu gloria".
Jesús les dijo: "No saben lo que piden. ¿Pueden beber el cáliz que yo beberé y recibir el bautismo que yo recibiré?".
"Podemos", le respondieron.
Entonces Jesús agregó: "Ustedes beberán el cáliz que yo beberé y recibirán el mismo bautismo que yo. En cuanto a sentarse a mi derecha o a mi izquierda, no me toca a mí concederlo, sino que esos puestos son para quienes han sido destinados"
Los otros diez, que habían oído a Santiago y a Juan, se indignaron contra ellos.
Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud". 

La búsqueda de poder se dio entre los discípulos de Jesús, fue también causa de división en la primera comunidad cristiana –concretamente en aquella a la que Marcos escribe su evangelio-, y sigue siendo una contradicción dentro de la Iglesia y en la vida de los cristianos. 

Al igual que la riqueza, el poder es algo a lo que toda persona aspira. De hecho, tarde o temprano todos debemos ejercer alguna forma de poder, en la medida en que nos toca cumplir alguna función de autoridad, dirigir a otros, tomar decisiones, ya sea en el gobierno político, en la empresa, en la escuela, en la familia o en cualquier organización a la que pertenezcamos. Pero sabemos que hay una forma de ejercer el poder según los valores del mundo y otra conforme a los del evangelio, de la que Jesús da ejemplo en su vida y nos enseña con su palabra. 

Se puede decir que el tema del poder acompañó a Jesús a lo largo de su vida. Ya al comienzo de su actividad el diablo lo tentó, ofreciéndole una forma de poder y de dominio sobre las naciones, que correspondía a un modelo de mesías opuesto a los planes de Dios. Jesús pudo situarse en las esferas del poder, pudo pertenecer a algún partido (saduceos, fariseos, celotas, esenios), formar parte de algún círculo de sabios (escribas, doctores, fariseos), o vincularse con los dirigentes religiosos y políticos (los romanos, la corte de Herodes, los sumos sacerdotes saduceos), sin embargo optó por mantenerse al margen de los poderosos, que defraudaban y oprimían a la gente, transmitían falsas imágenes de Dios y se enriquecían con la religión. Prefirió por el contrario vivir intensamente la vida del pueblo, mostrarse solidario con los humildes y excluidos (Mt 11,19 par), y gastar su vida atendiendo las necesidades de los demás. Para formar la comunidad que habría de continuar su obra, no escogió a personas influyentes sino a simples aldeanos, artesanos, pescadores y a un grupo de mujeres generosas. Ellos fueron para él su verdadera familia (3,31-35) y a ellos les reveló los misterios del reino de Dios (4, 11). Estos mismos discípulos van a intentar repetidas veces moverle a emplear los medios del poder para realizar su obra: esperaban de él que fuera un mesías político, lo quisieron hacer rey, le propusieron emplear la fuerza y la violencia para instaurar el reino de Dios. Pero él los corrigió resueltamente y los exhortó más bien a seguir su ejemplo de entrega y servicio porque el Hijo del Hombre no ha venido para que lo sirvan, sino para servir y dar su vida en rescate por todos. En estas palabras que identifican su modo de ser y proceder encuentra el cristiano la razón de fondo que le mueve a concebir la vida como servicio, como don recíproco de vida entre hermanos. 

Esto no lo entendieron entonces Santiago y Juan, hijos de Zebedeo: no querían ir detrás como los discípulos que siguen a su Maestro, sino ir delante, ocupando los puestos más importantes. Como Pedro, no pensaban como Dios, sino como los hombres. 

Jesús entonces les tiene que enseñar en qué consiste la verdadera grandeza a la que hay que aspirar. ¿Pueden beber el cáliz de amargura que yo voy a beber o pasar por el bautismo por el que yo voy a pasar?, les pregunta. Beber el cáliz significa unirse a él hasta participar de su mismo destino, en un servicio a los demás hasta la muerte. El bautismo por el que tiene que pasar significa hundirse en el abismo de los sufrimientos y muerte de sus hermanos hasta dar la vida por ellos. Esa es la pasión con que Jesús ama, la pasión que quiere asumir resueltamente como quien bebe una copa hasta las heces, como quien es capaz de decir: ¡Tengo que pasar por este bautismo y qué angustiado estoy hasta que se cumpla! (Lc 12,50). Me encuentro profundamente angustiado; pero ¿qué es lo que puedo decir? ¿Padre, líbrame de esta hora? De ningún modo; porque he venido precisamente para aceptar esta hora. (Jn 11,27). 

Los otros discípulos, al ver el proceder de Juan y Santiago, se molestan pues tienen las mismas ambiciones. Jesús, entonces, aprovecha la ocasión para ahondar en su enseñanza. Les hace ver lo que suele suceder en las naciones: cómo los que las gobiernan tienden a someter al pueblo y a ejercer su poder como un dominio opresor. Y concluye: ¡No debe ser así entre ustedes! Honores, prestigio, poder, que se obtienen oprimiendo a la gente, son lo más contradictorio que puede haber con el evangelio. Estas palabras valen para todos y la Iglesia no puede dejar de confrontarse con ellas si no quiere actuar –en sus instituciones, en sus representantes y en los cristianos comunes- como se actúa en cualquier institución mundana.

Está, pues, la jerarquía de valores del mundo y la de Jesús, dos maneras de pensar inconciliables entre sí. En la jerarquía de valores de Jesús, el primado lo tiene el amor desinteresado, libre y generoso, que saca de nosotros lo mejor para enriquecer a los hermanos y servir, como Jesús, hasta dar la vida si fuere menester. Sólo por esta vía encuentra la persona humana la verdad de su ser y la verdad de Dios, como Jesús nos lo ha revelado. Sólo así la persona se relaciona con Dios por medio de la fe verdadera que se demuestra amando.

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