P. Carlos Cardó SJ
Institución de la Eucaristía, óleo sobre lienzo de Nicolás Poussin (1640), Museo del Louvre, París |
Después de que Jesús alimentó a unos cinco mil hombres, sus discípulos lo vieron caminando sobre el agua. Al día siguiente, la multitud que se había quedado en la otra orilla vio que Jesús no había subido con sus discípulos en la única barca que había allí, sino que ellos habían partido solos. Mientras tanto, unas barcas de Tiberíades atracaron cerca del lugar donde habían comido el pan, después que el Señor pronunció la acción de gracias. Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaún en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: "Maestro, ¿cuándo llegaste?". Jesús les respondió: "Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse. Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello". Ellos le preguntaron: "¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?". Jesús les respondió: "La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado".
Llegados a Cafarnaúm, después de la multiplicación de los panes, Jesús y los discípulos ven que se vuelve a reunir mucha gente. Le llevan sus enfermos para que los cure y porque han oído que ha dado de comer a cinco mil hombres. Quieren asegurarse la vida material; todavía no han comprendido que la vida verdadera consiste en estar con él y vivir como él, que se hace pan de vida eterna.
Sin embargo, el título de Maestro que le atribuyen refleja el respeto con que lo tratan por la autoridad con que enseña. Rabbí, sabemos que Dios te ha enviado para enseñarnos, porque nadie, en efecto, puede realizar los signos que tú haces si Dios no está con él, había declarado el maestro fariseo Nicodemo cuando lo fue a ver de noche (Jn 3, 2).
Jesús acepta el título de Rabbí y ejerce como tal. En este caso se pone rápidamente a explicar a la gente que no pueden quedarse en la admiración del aspecto físico del signo del pan, ni en el mero hecho de haber comido hasta saciarse. Eso los lleva a tratarlo como un personaje poderoso del cual dependen y a establecer con él una relación meramente política, razón por la cual quisieron proclamarlo rey. Por eso les aclara: Les aseguro que no me buscan por los signos que vieron, sino porque comieron pan hasta saciarse. Esfuércense por conseguir no el alimento transitorio, sino el permanente, el que da la vida eterna.
Con el largo discurso sobre el Pan de Vida, que vendrá a continuación, quedará claro que la multiplicación de los panes fue un signo de su poder de dar vida, pero sobre todo fue el signo de su palabra y de su carne ofrecida como alimento que da vida eterna. Se puede buscar a Jesús para pedirle el pan material o porque se ha visto en el “pan” el “signo” del Enviado del Padre que ha descendido del cielo para darse a sí mismo, a fin de que quien lo coma tenga vida eterna. Y que tiene poder para ello, el mismo Jesús lo explica: porque Dios su Padre lo ha acreditado con su sello.
En el diálogo con la Samaritana (Jn 4) Jesús señaló el contrate entre el agua que calma la sed temporalmente y el agua que se convertirá en el interior de quien la beba en un manantial que salta hasta la vida eterna (Jn 7). Asimismo, en el presente texto, Jesús contrapone el alimento transitorio y el permanente, el que da la vida eterna.
El agua con que Dios sacia gratuitamente a los sedientos y el alimento exquisito que no se compra con dinero aparecen en Isaías (55, 1-5) como símbolos de la alianza que une a Dios con su pueblo y del amor fiel que tiene al pueblo de David. En labios de Jesús dichos símbolos remiten a la vida divina que se transmite por medio de la fe y al don del Hijo del hombre que es su cuerpo entregado por nuestra salvación.
Jesús ha llevado a sus oyentes a comprender que deben pasar de la preocupación por el alimento que sostiene la vida material al deseo del pan que da una vida sin término al que lo coma. Le preguntan qué deben hacer para lograrlo y él les responde que deben tener fe. Los Hechos de los Apóstoles (16, 23-31) refieren un hecho semejante, ocurrido en la naciente Iglesia. Pablo y Silas están en la cárcel. De pronto un terremoto abre las puertas y hace saltar las cadenas de todos los presos. El carcelero al ver lo ocurrido ha querido suicidarse por miedo a las consecuencias, pero Pablo y Silas se lo han impedido. Entonces, temblando, se arroja a sus pies y les dice: Señor, ¿qué debo hacer para salvarme? Ellos le respondieron: Si crees en el Señor Jesús te salvarás tú y tu familia. Los oyentes de Jesús le preguntan ¿Qué debemos hacer para actuar como Dios quiere? Y él les responde: Esto es lo que Dios espera de ustedes: que crean en aquel que él envió.
Creer en
Jesús es adherirse a él, asimilar su vida, su modo de proceder. Su persona se
convierte en el motivo central de todas las búsquedas y proyectos personales, el
horizonte de la propia realización personal y de las relaciones en sociedad.
Jesús se hace el centro, lo más importante en la vida, se vive de él. Por eso Jesús
se identificó con el pan y el pan que se comparte se hace el símbolo de la vida
verdadera.
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