P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, los discípulos de Juan fueron a ver a Jesús y le preguntaron: "¿Por qué tus discípulos no ayunan, mientras nosotros y los fariseos sí ayunamos?".
Jesús les respondió: "¿Cómo pueden llevar luto los amigos del esposo, mientras él está con ellos? Pero ya vendrán días en que les quitarán al esposo, y entonces sí ayunarán. Nadie remienda un vestido viejo con un parche de tela nueva, porque el remiendo nuevo encoge, rompe la tela vieja y así se hace luego más grande la rotura. Nadie echa el vino nuevo en odres viejos, porque los odres se rasgan, se tira el vino y se echan a perder los odres. El vino nuevo se echa en odres nuevos y así las dos cosas se conservan".
El mismo clima de controversia del pasaje anterior
(Mt 9, 9-13), en el que Jesús no tuvo
reparos en llamar a su grupo a un publicano y ponerse a la mesa en compañía de gente
de mal vivir. Probablemente lo vieron también comer con sus discípulos en un
día de ayuno obligatorio. Por eso la pregunta de los discípulos de Juan: ¿Por
qué razón nosotros y los fariseos ayunamos y tus discípulos no?
A simple vista puede parecernos un tema
extraño, pero puede aplicarse a la conducta que, consciente o
inconscientemente, demostramos. De muchas maneras nos lanzamos unos a otros preguntas
como las que los discípulos de Juan plantearon a Jesús: ¿por qué no actúan
ustedes como nosotros?, ¿por qué piensan así?, ¿por qué esas costumbres, esos métodos...?
Detrás puede estar el miedo a lo diferente o la
necesidad de asegurar la propia postura imponiéndola a los otros. Ahí no hay
diálogo porque no hay intención de comprender, ni de integrar y complementar
sino de defenderse, descalificando al que es diferente. Bien decía Antonio
Machado: “Busca tu complementario que
marcha siempre contigo y suele ser tu contrario”. Fácilmente se olvida el
principio de dejar al otro ser y obrar como le parezca mientras no se demuestre
que es una forma de proceder errada, injusta o perjudicial.
Jesús zanja la cuestión que le plantean
acerca del ayuno, llevando a sus oyentes a otra esfera de pensamiento, a la
esfera de la salvación, que ya está abierta para todos y cuyo anuncio (buena noticia)
inaugura el tiempo nuevo de la fiesta para la nueva humanidad reconciliada. Lo
hace con un proverbio: ¿Pueden acaso llevar luto los amigos del
novio mientras el novio está con ellos? La situación de una fiesta
nupcial excluye naturalmente toda forma penitencial.
El tiempo nuevo es tiempo de alegría. La
presencia de Jesús señala el cumplimiento del tiempo mesiánico, la venida del
reino de Dios y del triunfo de su amor salvador. Los profetas lo vieron venir y
su corazón se llenó de gozo. Recordemos, por ejemplo, cómo intuye Isaías la
venida del Salvador: El espíritu de Yahvé
sobre mí porque me ha ungido; me ha enviado... para alegrar a todos los
afligidos de Sión y ponerles una corona en vez de cenizas, perfume de fiesta en
vez de trajes de luto, cantos de alabanza en vez de un corazón abatido (Is
61, 1-3).
Llegará un día en que les quitarán al novio,
entonces ayunarán, añade Jesús. Con estas palabras anuncia su
final: se les quitará su presencia, la presencia del novio, cuando sea
levantado en la cruz y elevado al cielo. Las nupcias han comenzado pero han de
llegar a su consumación. Mientras tanto vivimos el tiempo de la ausencia que
espera una presencia, del viernes santo que lleva a la pascua. De momento queda
el símbolo de su cruz: en el dolor y sufrimiento de los crucificados.
Encontrarnos con ellos, ayudarlos, luchar para que nadie pase hambre ni sufra
marginación, es cumplir el ayuno que Dios espera: partir el pan con el hambriento, dar casa al sin techo, vestir al
desnudo, romper las cadenas, quebrar todo yugo (Is 58, 6s.). Haciendo eso
nos encontramos con el novio, porque se ha hecho el último de todos y está en
los últimos.
Las pequeñas parábolas acerca de lo viejo y
lo nuevo –no se puede coser un pedazo de paño nuevo en un vestido viejo ni
guardar vino nuevo en odres viejos– lo que hacen es subrayar la
incompatibilidad del nuevo modo religioso de proceder (la nueva santidad y
justicia) que Jesús practica y enseña, frente a las viejas prácticas y legalismos
morales del judaísmo farisaico.
El reino viene, es una nueva forma de
relacionarse Dios con nosotros y nosotros con Él, es gracia, amor, justicia y
paz para los individuos y para la sociedad. A la novedad de este anuncio debe
responder una nueva forma de ser. Ésta no puede consistir en un cambio
superficial sino en una renovación radical. Conviértanse,
cambien de vida, porque el reino de los cielos ya está cerca (4,17). Este
cambio implica despojarse de las propias seguridades del pasado y abrirse a la
perspectiva de una fe que se demuestra en el amor y el servicio.
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