P. Carlos Cardó SJ
En aquel tiempo, Jesús se puso a reprender a las ciudades que habían visto sus numerosos milagros, por no haberse arrepentido. Les decía: "¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si en Tiro y en Sidón se hubieran realizado los milagros que se han hecho en ustedes, hace tiempo que hubieran hecho penitencia, cubiertas de sayal y de ceniza. Pero yo les aseguro que el día del juicio será menos riguroso para Tiro y Sidón, que para ustedes.
Y tú, Cafarnaúm, ¿crees que serás encumbrada hasta el cielo? No. Serás precipitada en el abismo, porque si en Sodoma se hubieran realizado los milagros que en ti se han hecho, quizás estaría en pie hasta el día de hoy. Pero yo te digo que será menos riguroso el día del juicio para Sodoma que para ti".
Jesús reprocha a las ciudades galileas de Corozaim, Betsaida y
Cafarnaum, donde ha realizado la mayor parte de su predicación y de sus
milagros, el no haber aceptado su mensaje y no haberse convertido. Sus
reproches están pronunciados como amenazas, pero muchos comentaristas las
interpretan más bien como lamentos: dolor del amor no correspondido, dolor de
Dios por el mal del hombre. Como los reproches de una madre al hijo que la
desobedece y, al obrar así, se hace mal a sí mismo.
¡Ay de ti!
Lamento adolorido por la suerte de quien se niega a aceptar la gracia, el
regalo que Dios le hace: ven la obra de Dios pero lo rechazan. A éstos los
compara Jesús con Tiro y Sidón, ciudades opresoras que explotaban a los pobres,
y cuya injusticia les impidió acoger la Palabra. Se menciona también a Sodoma,
la ciudad corrupta. Pero todas ellas son menos culpables. Ellas no vieron las
maravillas del amor de Jesús que Cafarnaum y las ciudades galileas vieron. Con
el estilo propio de los antiguos profetas, Jesús pone en crisis, conmueve el
corazón endurecido, mueve a abrir los ojos. Su palabra juzga, pone de
manifiesto lo que hay en el hombre. Pero no condena a la persona; condena el
mal pero no a quien lo comete. A éste Jesús lo busca, le habla, lo conmueve y
está dispuesto a sanarlo. Por eso nos manda que amemos a todos, aun a nuestros
enemigos y que no juzguemos a nadie.
El texto hace ver que con sus actos libres de aceptación o rechazo
de la palabra de salvación que Jesús ofrece, se juega la persona su destino
final, en términos de felicidad o infelicidad, vida realizada plenamente o vida
echada a perder. A medida que, por la acción del Espíritu Santo, nuestra
conciencia religiosa se desarrolla y purifica, a medida que maduramos en la fe,
alcanzamos a comprender que Dios sólo busca nuestra felicidad antes y después
de la muerte, que servirlo por la esperanza de premio o por el miedo al
castigo, no es un servicio auténtico. Uno llega a comprender que el castigo
viene del mismo mal que se comete. El mal daña, el pecado perjudica a quien lo
comete.
Este es el mensaje central de este texto: Hay que aprovechar el
tiempo presente, en el que nos llega la llamada del Señor. No podemos recibir
la gracia de Dios en vano, dice Pablo, pues éste
es el tiempo favorable, éste es el tiempo de la salvación (2Cor 6, 2). El
Señor mismo viene a nuestro encuentro hoy con el rostro del hambriento, del
sediento, del que anda desnudo o está enfermo o en la cárcel (Mt 25, 31-46), y
en ellos quiere ser reconocido y servido.
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