sábado, 7 de diciembre de 2024

Vocación de los Doce (Mt 9,35-10,8)

 P. Carlos Cardó SJ 

Sermón de la montaña, ilustración de Harold Copping publicada en The Bible Story Book (1923)

En aquel tiempo, Jesús recorría todas las ciudades y los pueblos, enseñando en las sinagogas, predicando el Evangelio del Reino y curando toda enfermedad y dolencia. Al ver a las multitudes, se compadecía de ellas, porque estaban extenuadas y desamparadas, como ovejas sin pastor.
Entonces dijo a sus discípulos: “La cosecha es mucha y los trabajadores, pocos. Rueguen, por lo tanto, al dueño de la mies que envíe trabajadores a sus campos”.
Después, llamando a sus doce discípulos, les dio poder para expulsar a los espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias.
Les dijo: “Vayan en busca de las ovejas perdidas de la casa de Israel. Vayan y proclamen por el camino que ya se acerca el Reino de los cielos. Curen a los leprosos y demás enfermos; resuciten a los muertos y echen fuera a los demonios. Gratuitamente han recibido este poder; ejérzanlo, pues, gratuitamente”. 

Los primeros versículos del texto son un sumario de la actividad de Jesús: predicador itinerante, recorre ciudades y aldeas, enseña en las sinagogas y en el campo, proclamando la buena noticia del Reino, cura las enfermedades del cuerpo y sanando las heridas del espíritu. 

Se destaca luego una de sus actitudes más características: su compasión. Mateo la describe con las mismas expresiones empleadas en el inicio de la multiplicación de los panes. Ese ese cuidado compasivo por los pobres, Jesús lo comunica a sus discípulos porque es a ellos, a los pobres, a donde los envía. La misión nace de la misericordia. 

Jesús al ver a las gentes, sintió compasión de ellas, porque estaban extenuadas y abandonadas, como ovejas que no tienen pastor. El cuadro que Jesús ve es desolador: la mayor parte de la población era víctima de la injusticia, la enfermedad, la pobreza, la ignorancia. Esta atmósfera de sufrimiento y miseria le conmueve profundamente: Al ver Jesús a las gentes sintió compasión. El verbo griego es muy significativo, equivale a “se le enternecieron las entrañas”, “se le partió el corazón”. La misión de Jesús brota de su misericordia entrañable, de la compasión que siente ante la miseria material y espiritual. 

A continuación, sigue el relato del llamamiento y misión de los Doce, comparada a la cosecha: “La mies es abundante, pero los trabajadores son pocos”. Con esta alegoría Jesús subraya el hecho de que la misión no depende de la iniciativa de las personas sino de la voluntad de Dios. Él es el dueño de la mies, él es quien escoge y llama a los trabajadores. La mies es la muchedumbre necesitada. Jesús necesita colaboradores. 

Rueguen, pues, al Señor de la mies que mande trabajadores a su mies. La misión se realiza con oración. Y la oración será eficaz, porque es el Señor de la mies quien se ha comprometido a salvarla. Es lo que se ha de pedir en la oración. Cada nueva vocación que se enrola en el trabajo de la mies de Cristo es una gracia y una respuesta a una gracia, un misterio que tiene su origen y explicación en la voluntad soberana del Señor. 

Misión de Jesús, misión de los doce. Jesús se prolonga en el mundo por medio de sus discípulos, los de ayer y los de hoy: Como el Padre me ha enviado, así os envío yo (Jn 20,21). Los apóstoles son unos enviados, representantes de quien los envía; por eso reciben los mismos poderes que tenía Jesús: expulsar espíritus impuros y curar toda clase de enfermedades y dolencias; y el anuncio que hacen es idéntico al suyo: el Reino de Dios está cerca (Mt 4,17; 10,7). 

Jesús elige a doce apóstoles. El número simboliza las doce tribus de Israel. El grupo de Jesús encarna al nuevo Israel. Es un grupo, por lo demás, bastante heterogéneo. De siete de ellos (Andrés, Felipe, Bartolomé, Tomás, Santiago Alfeo, Tadeo, y Simón el fanático) apenas sabemos nada. El primero del grupo es Simón, por su función de “piedra”, sobre la que el Señor edificará su Iglesia. Siguen Santiago Zebedeo y su hermano Juan, denominados en el evangelio de Marcos “Boanerges” (hijos del trueno), es decir, “violentos”. El otro Simón es apodado el “cananeo” que significa partisano, subversivo que lucha contra el poder de los romanos. Del noveno de la lista, Leví, sabemos que era un recaudador de impuestos y, por tanto, colaboracionista con el poder romano. El último de la lista, Judas, tristemente célebre por ser el que traicionó a Jesús, es llamado el “Iscariote”, que significa probablemente “mentiroso” o es una transliteración del latín “sicario”, por pertenecer también a los zelotas que en las revueltas apuñalaban a los enemigos del pueblo. 

Mucho tendría que trabajar Jesús hasta hacerles comprender su mensaje de amor, de renuncia a los privilegios y al poder, su doctrina de servicio hasta la muerte. No hay entre ellos sabios o fariseos, ni nobles saduceos de la casta sacerdotal de Jerusalén. No son cultos ni virtuosos cumplidores de la ley Son simples pescadores de Galilea, hombres comunes como cualquiera de nosotros. Lo que les une es la experiencia que han tenido de la persona del Señor y el haber sido llamados por él en su seguimiento. La convivencia entre ellos no debió ser fácil. ¿Cómo se sentirían viviendo juntos Pedro y Andrés con Leví el publicano a quien le pagaban los impuestos en Cafarnaum? ¿Cómo sería el trato diario con violentos como Simón cananeo y el Iscariote? No todos son personas honorables, incluso resultan incompatibles entre sí. Gente diversa que mantendrá hasta el final su carácter personal. Nosotros, tal vez, hubiéramos elegido otros colaboradores mejor preparados. No obstante, ellos estuvieron con Jesús en todas las circunstancias de su vida, vieron sus lágrimas por el amigo muerto, le observaron rezar a su Padre del cielo, conmoverse en sus entrañas ante la multitud hambrienta, alegrarse por sus triunfos apostólicos, estremecerse de angustia ante la inminencia de su propia muerte. Poco a poco, ya no hubo secretos entre ellos y él. "Yo no los llamo siervos sino amigos, porque un siervo no sabe lo que hace su señor" (Jn 15,15). La palabra fue calando en su interior. Y más tarde, cuando ya no recordasen al pie de la letra sus palabras, su modo de pensar y actuar habrá pasado a hacerse carne y sangre en ellos. Y aun cuando se encontrasen en situaciones nuevas, no vividas en su convivencia con él, podían, sin embargo, decir con toda seguridad cómo se hubiese comportado Jesús en este caso preciso. 

Tan identificados se sentirán los apóstoles con la persona y misión de Jesús que, llegado el momento, compartirán también su destino redentor, dando como Jesús su propia vida por la salvación de los hombres.

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